Los abogados protestan de la forma agresiva en que declara el testigo (se refiere a calificar de “faccioso” al prestigioso general sanjurjo) , quien prosigue recordando que se acercó a un grupo de oficiales para echarle en cara que faltasen a su honor y a sus promesas. Se reproducen las protestas ahora hasta en el público, que da ostensibles muestras de indignación que la actitud de ese señor coronel –hoy jefe del Cuerpo de Seguridad en Madrid– le ha producido. Se ve, en efecto, contra lo que ocurrió, hasta este momento, con los que le precedieron, que el testigo viene resuelto a dar su opinión respecto a lo que ocurrió en Sevilla el 10 de agosto… Y la da, sin atenuaciones ni respetos a los prestigios del general Sanjurjo, ni lo que es más lamentable, aunque otra cosa dijera, con poca piedad para la situación de sus hermanos de armas, hoy en desgracia…
El señor presidente, que viene mostrándose desde la primera sesión enemigo de los adjetivos y los elogios, no podía permanecer silencioso ante las frases cortantes del testigo y le hizo ver que no podía, que no tenía derecho al agravio…
–Yo no he querido agraviar –contesta el coronel–. Es que no sé decir las cosas de otro modo .
Y sin duda por esto, por su forma de expresarse, tiene el Sr. Gutierrez Ballesteros que reclamar el amparo de la presidencia cuando interroga al testigo…
–Y ruego al declarante que procure contestar –dijo el Sr. Gómez– en forma adecuada, aunque yo me hago cargo de que sus palabras responden a su temperamento .
Otras intervenciones llenan de alarma al presidente, quien con exquisita suavidad, hace ver la conveniencia de no rememorar escenas de violencias y situaciones, cuyo recuerdo no conduce a nada práctico…
–Se trata –añade– de unos días de apasionamiento, de gran voltaje espiritual, que no es prudente recordar. Ruego, pues, a todos, sin que esto suponga limitar el derecho de defensa, que tengan presentes mis indicaciones .
El Sr. Jiménez pregunta qué fuerzas mandaba en Sevilla el coronel .
–Ninguna .
–¿Prestaba servicios en una oficina?
–Sí; en una oficina con un ordenanza .
Era toda la fuerza que mandaba –respondió irónico el testigo .
El Sr. Fanjul formula también una pregunta:
–El día 10, cuando usted salió de su casa con dirección a Sevilla, ¿vestía usted de uniforme?
–Sí, señor .
–¿Llevaba armas?
–Sí, señor .
Fiscal. ¿A quién fue a presentarse al tener noticias de que el general Sanjurjo estaba en la ciudad, según usted, en actitud de rebeldía?
Testigo. Al gobernador .
F. ¿No se le ocurrió presentarse a la autoridad militar, como está mandado…?
T. No señor .
El interrogatorio ha terminado. El señor Gómez siente, sin duda, el escrúpulo de que el testigo, ruidosamente procesado en algunos momentos de sus declaraciones, no se encuentra satisfecho, y así le preguntan si ha dicho todo lo que tenía resuelto declarar al Tribunal .
–Sí, señor. He dicho cuanto me proponía decir, responde el declarante .
–¿No se siente coaccionado? –insistió todavía el Sr. Gómez .
–No, señor, no .
–Pues entonces puede retirarse» . 34
El Heraldo de Madrid también reprodujo literalmente parte del interrogatorio a que fue sometido Puigdengolas y cómo éste calificó de «faccioso» y «traidores» –entre otros adjetivos– a los que se habían sublevado y al propio sanjurjo. Tal y como he descrito, el público que llenaba la sala era mayoritariamente simpatizante con sanjurjo y los sublevados por lo que el Heraldo también destacó que el ambiente de la sala se llenó de murmullos de desaprobación y algunos insultos hacia Puigdengolas:
« F.- ¿Conferenció usted con el gobernador?
P.- Sí, cuando supe que lo iban a detener .
F.- ¿Arengó a las fuerzas para que se encuadraran a la República y las fuerzas dieran vivas al régimen?
P.- Pedí permiso al gobernador para batirme con las fuerzas sublevadas y el gobernador no me hizo caso. El comandante Sr. Delgado Serrano lo quiso detener y lo exhorté a que se retirara y que no obedeciese a un general faccioso. (Risas y rumores). Recriminé a los oficiales que eran traidores fueran fieles al honor jurado. (Gran escándalo, increpaciones: cobarde, falso, etc, etc.)
P.- ¡Silencio! El público debe permanecer callado; y si no se permite calificar a nadie, menos abjetivar a los testigos. Esas frases son extemporáneas e invito al testigo a que explique los conceptos. (El testigo no explica nada. Escándalo.)
El testigo debe rectificar un agravio de tipo personal. El testigo no hará referencia a nadie. En esta sala no se puede agraviar .
Puigdengola. Yo no he pretendido agraviar porque están procesados…
Jiménez. ¿Qué fuerza mandaba el 10 de agosto?
Puigdengola. Era jefe de una oficina .
G. Bárcena. ¿Usted no tomó ninguna determinación?
Puigdengola. Ninguna; no tenía más que esa guardia .
Rodrigo. ¿Cuando entró el comandante Delgado Serrano usted le detuvo?
Puigdengola. No .
Fanjul. ¿Usted sabía lo que ocurría el 10 de agosto?
Puigdengola. No, señor .
F. ¿A qué hora salió de su casa?
Puigdengol. A las nueve de la mañana .
F. ¿Y por qué dijo usted que el general de la División señor González ya no existía?
Puigdengola. Porque me lo dijeron todos .
F. ¿Usted iba con uniforme y con cruces a quién se presentó?
Puigdengola. De uniforme y con cruces y me presenté al alcalde (Fuertes rumores) .
Fanjul. Que conste todo esto en acta .
Montoya. ¿Usted se dedicó a sublevar a los extremistas de Sevilla?
Presidente. ¡No conteste!
Senante. ¿Quiere decirme el testigo si siendo oficial tuvo un desafío con D. Vicente Blasco Ibañez y otro con el Sr. Soriano?
Presidente. ¡No conteste! ¿Se siente el testigo cohibido? La Sala le ampara .
Puigdengola. Es difícil cohibirme (Rumores) . 35
Además del intento de desacreditar la sinceridad republicana de Puigdengolas hecho por el abogado senante recordando los duelos juveniles del ya maduro Puigdengolas, es destacable también, que, como hemos visto en su última afirmación durante el juicio, Puigdengolas presumió públicamente de su fuerte carácter, difícil de acongojar. éste, reconocible varias veces en este trabajo, corresponde tal y como podemos comprobar con el de un desafiador a duelos en su juventud y al de militar decidido a enfrentarse él solo si hiciera falta a la sublevación de sevilla por encima de otras consideraciones como su propia seguridad personal. En el fondo, de las declaraciones de Puigdengolas se desprendió una manifiesta antipatía hacia sanjurjo y los otros militares sublevados con él. Esto se tradujo en descalificaciones hacia el general difícilmente disimuladas y en la ruptura del corporativismo militar que los militares simpatizantes con sanjurjo exigían a los otros militares. A raíz de esto, Puigdengolas se posicionó ante los militares como gran enemigo de sanjurjo, enemistad que fue evidente hasta el inicio de la guerra civil y la inmediata muerte del general en un accidente de aviación.
Ya finalizada su declaración, el 15 de febrero de 1934, la prensa recogió la audiencia que en el palacio presidencial mantuvo el Presidente de la república, Alcalá-Zamora, con Puigdengolas aunque no me consta el motivo de esa visita. También fueron llamados a palacio ese día otros civiles y militares, entre los últimos el general José Miaja, el comandante francisco Aguilera y el almirante francisco Javier de salas gonzález. Quizás esta visita tuviera alguna relación con una nueva norma publicada el 16 referente a la aviación en caso de declararse los estados de guerra, prevención o alarma o con que no mucho después, el 9 de marzo, Puigdengolas fuese cesado en su cargo de Jefe del Cuerpo de seguridad por el recién nombrado Ministro de la gobernación, el radical rafael salazar Alonso que no le debía tener gran aprecio. después de esto, Puigdengolas pasó a la situación de «disponible forzoso» en el Ejército y fue destinado de nuevo a provincias, a Málaga, al regimiento nº 17, donde residió en el campamento militar benítez hasta el 9 de octubre del 34. Evidentemente, la fecha de octubre del 34 es de por si suficiente para relacionar su cambio de situación con la sublevación revolucionaria. de hecho, fue enviado a Madrid por las gestiones de un grupo de militares derechistas que quisieron alejarlo de ellos por sus desavenencias políticas. la traición de Companys a la república, el 6 de octubre de 1934, puso además fin a la breve autonomía catalana que el gobierno de la república suspendió temporalmente.
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