Entonces los sirios se dirigieron a miembros de la comunidad judía en Jerusalén; después de todo, se podía esperar que los judíos tuvieran un interés especial en documentos hebreos antiguos. Dos bibliotecarios de la Universidad Hebrea visitaron el monasterio, pero no se creyeron capaces de formarse una opinión de lo que estaban viendo, y sugirieron que se le diera la oportunidad de examinar los rollos a un experto en paleografía de la Universidad.
Hacia finales de noviembre, el profesor Eleazar L. Sukenik, de la cátedra de arqueología palestina de la Universidad Hebrea, que había regresado hacia poco de los Estados Unidos, compró para la Universidad la mayor parte de lo que quedaba de los manuscritos que se habían retirado originalmente de la cueva, junto con dos tinajas en las que se decía que se habían encontrado algunos de los manuscritos. En esta época, no sabía nada de los manuscritos similares que había adquirido el monasterio sirio y cuando al final supo de ellos, le fue prácticamente imposible verlos. Estos eran los meses finales del protectorado británico en Palestina, cuando la tensión entre judíos y árabes crecía con rapidez, y no había posibilidad de ir y venir entre las zonas judía y árabe de Jerusalén y las áreas vecinas. Mientras tanto, Sukenik estaba examinando los documentos que había adquirido. Creía que debían proceder de alguna antigua geniza : un almacén en el que los judíos depositaban los escritos sagrados que estaban demasiado deteriorados para su uso cotidiano, hasta que pudieran ser eliminados de forma reverente. Y mientras más los examinaba, más aumentaba su excitación. Dos días después de su primera compra, escribió en su diario: «He leído un poco más de los “pergaminos”. Temo que estoy yendo demasiado lejos al reflexionar sobre ellos. Pudiera ser que este fuera una de los descubrimientos más grandes realizados nunca en Palestina, un hallazgo que nunca hubiéramos podido esperar.» Poco antes de Navidades pudo comprar otra pieza de manuscrito, en muy malas condiciones. El presidente de la Universidad Hebrea, Dr. Judah L. Magnes, se preocupó con rapidez de que hubiera fondos disponibles para la compra de los rollos, y otro colega, el profesor J. Biberkraut, emprendió la delicada tarea de desenrollarlos, a pesar de su estado quebradizo, podrido y frágil.
Al final, hacia finales de enero de 1948, se convocó una reunión entre Sukenik y un miembro de la comunidad siria en el edificio de la Y.M.C.A. *en Jerusalén, que estaba situado en una de las zonas de seguridad establecidas por el gobierno del protectorado. Mostraron a Sukenik algunos de los rollos del monasterio y le autorizaron a que los conservase durante unos pocos días. De uno de ellos, un manuscrito del Libro de Isaías, copió numerosos capítulos por interés personal. El 6 de febrero devolvió los rollos y se dispuso la celebración de otra reunión en la que se esperaba la presencia del arzobispo sirio y del presidente de la Universidad, para acordar la compra de los rollos por parte de la universidad. Pero esta reunión nunca tuvo lugar.
El protectorado británico en Palestina llegó a su fin el 15 de mayo de 1948 y en los conflictos que le siguieron Jerusalén fue dividida en dos zonas: la judía y la árabe. El monasterio sirio se encontraba en la zona árabe, y en cuanto estalló la lucha armada se interrumpió la comunicación entre esta zona y la judía. Cuando, algunos meses más tarde, se reunió la Asamblea Constituyente del Estado de Israel, cada uno de sus miembros se encontró sobre la mesa una copia de Isaías 40 tal como lo había transcrito Sukenik del rollo sirio, junto con un resumen de los rollos y notas sobre el texto, comparándolo con la versión tradicional. Desde luego no se hubieran podido encontrar palabras más adecuada para la ocasión que el mensaje de consuelo del profeta: «Consolaos, consolaos, pueblo mío, dice vuestro Dios.»
Pero nos estamos adelantando a los acontecimientos. La tarde del miércoles 18 de febrero de 1948, el señor John C. Trever, director en funciones de la American School of Oriental Research en Jerusalén, recibió una llamada telefónica relacionada con unos antiguos manuscritos hebreos. Algo escéptico, descubrió que al otro lado del hilo se encontraba un sacerdote del monasterio sirio, el padre Burros Sowmy. El padre Sowmy le dijo que «mientras trabajaba en la biblioteca del convento, catalogando libros, había descubierto cinco rollos en hebreo antiguo sobre los que no había ninguna información en el catálogo.» Recordando un agradable contacto anterior con miembros de la American School, pensó que quizá podrían ayudarle con este tema.
Según acordaron, al viernes siguiente el padre Sowmy y su hermano, un sirviente civil, llamaron a la puerta de la American School con una cartera que contenía cinco rollos (o partes de rollos) envueltos en papel de diario, y un fragmento más pequeño de un manuscrito. Como no había cámaras disponibles en ese momento, el señor Trever copió a mano algunas líneas del rollo más largo. Mientras lo estaba haciendo, los visitantes le dijeron que los documentos no procedían realmente de la biblioteca del monasterio, sino de una cueva cercana al extremo septentrional del mar Muerto, donde los había encontrado un beduino.
El señor Trever llegó rápidamente a la conclusión de que la escritura hebrea de los rollos era más arcaica que cualquier otra que hubiera visto con anterioridad. Cuando se fueron sus visitantes, examinó las palabras que había transcrito y no tardó mucho en reconocer una parte del texto hebreo del Libro de Isaías. Al día siguiente visitó el monasterio (tras obtener con alguna dificultad permiso para acceder a la Ciudad Vieja de Jerusalén a través de la Puerta de Jaffa) y persuadió al arzobispo Samuel para que permitiera que se fotografiasen los rollos en la American School. Con ese propósito fueron llevados a las escuela el 21 de febrero y se inició inmediatamente el proceso de fotografiado. Sin embargo, uno de los rollos estaba tan deteriorado y resultó tan difícil de desplegar que se decidió esperar hasta que lo pudieran llevar a algún lugar en el que se pudiera desenrollar sin causarle más daños. Por la parte de la escritura que era visible, parecía que este rollo no estaba escrito en hebreo sino en su lengua hermana: el arameo.
En cuanto fue posible se revelaron las placas y algunas fotos del rollo de Isaías fueron enviadas por correo aéreo al profesor
W.F. Albright de la Johns Hopkins University de Baltimore, posiblemente la figura más eminente entre los arqueólogos bíblicos del momento. El profesor Albright contestó a vuelta de correo, también aéreo, con una carta en la que decía:
¡Mis más cordiales felicitaciones por el mayor descubrimiento de un manuscrito en los tiempos modernos! No tengo la menor duda de que la escritura es más arcaica que la del Papiro Nash… Considero acertada una fecha alrededor de 100 a.C.…. ¡Qué hallazgo más increíble! Y afortunadamente no puede existir ni la más mínima duda en todo el mundo sobre la autenticidad del manuscrito.
La excitación del profesor Albright quedará rápidamente explicada cuando recordemos que en esa época no se conocía que hubiera sobrevivido ningún manuscrito bíblico en hebreo de fecha anterior al siglo IX d.C. Por eso, si estaba en lo cierto al datar este manuscrito de Isaías alrededor del año 100 a.C., significaba que el intervalo que separaba la época en la que se escribieron originalmente los libros del Antiguo Testamento y la época de las copias hebreas más antiguas quedaba de repente reducido en cerca de mil años. El Papiro Nash, que menciona en su carta, es un fragmento hebreo de la biblioteca de la universidad de Cambridge que contiene los Diez Mandamientos, seguidos de las siguientes palabras: «Los estatutos y los mandamientos que Moisés enseñó a [los hijos de Israel] en el desierto cuando salieron de la tierra de Egipto: “Oye, oh Israel, el Señor nuestro Dios, uno es, y amarás [al Señor] tu Dios con todo tu corazón…”» Este papiro ha sido datado entre el siglo I a.C. y el siglo II d.C. (el propio profesor Albright prefiere la fecha más temprana); pero en cualquier caso, si el manuscrito recién descubierto era más antiguo que el Papiro Nash, las implicaciones del hallazgo resultaban revolucionarias. Aunque la confianza del profesor Albright en que la autenticidad del manuscrito estaba más allá de cualquier duda se vería finalmente confirmada, nos podemos preguntar cómo podía estar tan seguro en una fase tan temprana de los acontecimientos, cuando sólo disponía de fotografías para su análisis.
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