Todavía me acuerdo de que, cuando estaba aprendiendo a nadar, mi mamá se paraba en la parte profunda de la pileta y me animaba a zambullirme. Ella se iba un poco más lejos cada vez, forzándome a ir más allá, hasta donde yo ya no hacía pie. En esta aventura de fe que es la vida, Dios nos llama desde lo profundo también. Nos invita a adentrarnos, obligándonos a depender completamente de su sabiduría y no de las puntas de nuestros pies. Dios promete estar siempre a nuestro lado. Si se lo permitimos, escribirá una historia mucho mejor de la que podríamos imaginar.
Señor, confío en ti de todo corazón y no en mi propio entendimiento. Hoy estoy dispuesta a adentrarme, a ir más lejos que ayer, porque sé que estás conmigo.
9 de enero
Los apodos de Dios
“Ahora, así dice Jehová, Creador tuyo, oh Jacob, y Formador tuyo, oh Israel: ‘No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú’ ” (Isa. 43:1).
Cuando éramos niñas, mi hermana melliza no podía pronunciar bien mi nombre. Entonces, en lugar de llamarme Vanesa, me puso un apodo: Peta. Aun ahora, muchos años después, mi familia me sigue diciendo Peta. Oír este apodo evoca tantos recuerdos… El perfume de la retama del patio, los agobiantes veranos de Buenos Aires y el pregón del vendedor ambulante: “¡Sandía, calada la sandíaaaaa!” Un apodo es el resumen de una historia compartida, un secreto, un guiño de complicidad.
La Biblia tiene muchos ejemplos de personas a las que Dios les dio un nombre nuevo para conmemorar un cambio importante. Abram se convirtió en Abraham y Saraí en Sara; Jacob se convirtió en Israel y Simón en Pedro. Pero la Biblia también tiene ejemplos de personas que le dieron un apodo a Dios. Abraham lo llamó: “El Señor proveerá” ( Yahweh-jireh ), cuando Dios proveyó el carnero para ser sacrificado en lugar de Isaac. David dijo: “El Señor es mi pastor” ( Yahweh-rohi ), comparándolo con su trabajo como pastor de ovejas. Agar lo llamó: “El Dios que me ve” ( El-roi ), el Dios que se fija hasta en la aflicción de una esclava.
Estamos tan familiarizadas con estos nombres al leer a Biblia, que olvidamos que antes de entrar en el canon no fueron más que apodos; resúmenes de una vivencia única entre el Creador y la criatura. Si tuvieras que darle un apodo a Dios para conmemorar un momento especial, ¿cómo lo llamarías?
Yo lo llamo “el Reciclador insuperable”. Dios puede tomar lo peor de mi vida, de mi pasado o de mis decisiones, y aun así crear belleza. Allí donde huele a estiércol, Dios fertiliza. Allí donde soy débil, Dios siembra para su gloria. Yo lo llamo “el Sustentador de mi destino”. Es quien me recuerda que la batalla le pertenece a él, no a mí. Es quien abre ríos en los sequedales y trae vida a mis valles de huesos secos. Yo lo llamo “El tierno”. Es el que hace que mis amigas me llamen por teléfono justo cuando me siento triste.
Dios no quiere una relación formal y distante contigo. Él quiere una relación tan cercana que podamos tener historias y apodos compartidos.
Señor, gracias por ser el reciclador insuperable; por ser quien redime mis errores y aun mi pasado, quien me devuelve los años devorados por el miedo y la soledad. Gracias por ser el sustentador de mi destino, quien pelea mis batallas y defiende mi honor. Gracias por ser tierno; por usar cada detalle para recordarme cuánto me amas.
“Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño” (1 Cor. 13:11).
Estoy aprendiendo a manejar por segunda vez. Aquí, en el Reino Unido, se conduce “al revés”, circulando por la izquierda. Poner los cambios con la mano izquierda me resulta rarísimo, porque soy diestra. Lo importante , me repito después de cada clase, es ser paciente hasta que mi cerebro desaprenda .
¡Desaprender puede ser todo un desafío! Cuando la teoría del famoso astrónomo polaco Nicolás Copérnico fue publicada, revolucionó a los científicos y teólogos de su época. Para aceptar la increíble idea de que la Tierra gira alrededor del Sol, y no a la inversa, ellos debían renunciar a doctrinas medievales e ideas aristotélicas. ¡Pero esto no era nada sencillo! De hecho, años después, cuando Galileo Galilei usó la teoría de Copérnico para demostrar el movimiento de los planetas, la Inquisición romana lo condenó por hereje.
Los teólogos de la Inquisición tomaron frases poéticas tales como: “El sol sale y el sol se pone” (Ecl. 1:5), como evidencia literal de que el Sol gira alrededor de la Tierra. Incapaces de ver su error interpretativo, concluyeron que Galileo era un hereje. Sería sencillo pensar que nosotros sí leemos la Biblia sin filtros culturales. Sin embargo, en mi experiencia, solo cuando nos exponemos a otra cultura nos damos cuenta de cuán condicionados estamos por la propia.
Varios años atrás, visité la imponente Catedral del Cusco, en Perú. Nuestro guía nos mostró una pintura de la Última Cena y preguntó: “¿Quién puede reconocer lo que los discípulos están comiendo?” Cuando nos cansamos de intentar adivinar, nos dijo que los discípulos estaban comiendo cuy y bebiendo chicha, un menú típicamente peruano. Pero eso no era todo: Marcos Zapata, el artista, también retrató a Judas Iscariote con el rostro de Francisco Pizarro, el codicioso conquistador español que asesinó a Atahualpa. ¡Marcos Zapata pintó una Última Cena peruana!
Hay una pintura similar dentro de cada uno de nosotros. El contexto histórico, social y cultural en el que vivimos distorsiona el retrato de Jesús que pintamos en el lienzo de nuestro corazón. Llega un momento en el que tenemos que desaprender algunas de las ideas de nuestra niñez espiritual, para verlo más claramente. ¡Exactamente esto es lo que los discípulos hicieron camino a Emaús! Cuando renunciaron a Jesús como un rey temporal que vencería al Imperio Romano, pudieron reconocerlo como Rey de reyes.
Jesús, quiero caminar hacia Emaús contigo para que me libres de cualquier condicionamiento cultural erróneo. Estoy dispuesta a renunciar a lo que sea necesario con tal de verte cara a cara.
11 de enero
Libres del legalismo
“Pero él respondió: ‘Todos estos años he trabajado para ti como un burro y nunca me negué a hacer nada de lo que me pediste. Y en todo ese tiempo, no me diste ni un cabrito para festejar con mis amigos’ ” (Luc. 15:29, NTV)
Si el legalismo es tan peligroso, ¿por qué es tan común? ¡Porque es atractivo! A simple vista, el legalismo parece más sencillo que razonar y hacer exégesis bíblica; solo se trata de cumplir con una lista de requisitos. El legalismo también hace que nos sintamos superiores, más escrupulosos y devotos que los demás. Pero, sobre todo, el legalismo nos da un falso sentido de seguridad. Si leemos la Biblia, oramos y vamos a la iglesia, creemos que entonces Dios nos protegerá. A un nivel básico, el legalismo implica intentar controlar a Dios a través de nuestros esfuerzos. (Es el equivalente moderno de sacrificar a una virgen en un volcán.)
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