1 ...7 8 9 11 12 13 ...32 El mensaje de la historia de Rahab es claro: tu pasado no determina tu futuro. Dios no se conformó con salvar la vida de Rahab y la de su familia. Dios no le dijo: “Bueno, te salvé de morir en la ciudad, pero no esperes mucho más. Como tu pasado es tan horrible, Rahab, ahora debes conformarte con mendigar entre esta gente”. ¡No! La gracia de Dios es escandalosamente generosa. Dios no solo la salvó, sino también le dio un futuro extraordinario. Rahab se casó con Salmón, uno de los espías, y dio a luz a Booz, quien se transformaría en el marido de Rut.
¡Tu pasado no determina tu futuro! Abuso sexual, maltrato emocional, abandono, adicciones, malas decisiones… Realmente no importa qué es lo que hay en tu pasado; lo que importa es quién sostiene tu futuro. La salvación de Dios es mucho más grande que nuestros pecados (o la manera en que otros pecaron contra nosotras). Los planes de Dios son infinitamente más grandes que nuestro pasado y más poderosos que cualquier trauma. Esta mañana, cuando te mires en el espejo antes de salir de la casa, quiero que veas una mujer hermosa, con un futuro extraordinario. Porque, como escribe Preston Sprinkle en Charis , “Llevas puesta una corona de gloria y honor. El Rey […] de la creación la colocó sobre tu cabeza. Cuando tú te miras al espejo y ves cicatrices y granos, abuso, soledad y dolor, Jehová ve gloria y honor”. Tu pasado no determina tu futuro. ¡Dios determina tu futuro!
Señor, gracias por tu escandalosa generosidad. Gracias porque eres tú, y no mi pasado, quien determina mi futuro.
“Pues somos la obra maestra de Dios. Él nos creó de nuevo en Cristo Jesús, a fin de que hagamos las cosas buenas que preparó para nosotros tiempo atrás” (Efe. 2:10, NTV).
¡Somos una obra de arte! La palabra griega traducida en este versículo como “obra maestra” es poiēma, de la que deriva la palabra española “poema”. La idea es simple y conmovedora: somos una obra de arte creada por las manos de Dios. Somos su hermoso poema. Sin embargo, muchas veces nos miramos en el espejo o nos vemos reflejadas en las miradas y los rechazos de los demás, y no vemos el poema que Dios está escribiendo. En lugar de una obra maestra, vemos un borrón de tinta, un mamarracho. En esos días en los que nos sentimos tentadas a desconfiar de la capacidad del Artista, recordemos las sabias palabras del escritor y teólogo estadounidense Timothy Keller, como se cita en The Prayer God Loves to Answer [La oración que a Dios le encanta responder], de Daniel Henderson: “¿Qué es el arte? El arte es hermoso, el arte es valioso, el arte es una expresión del mundo interior del creador, del artista. Imagina lo que significa esto. Eres hermosa, eres valiosa, eres una expresión del mundo interior del Artista [...]Cuando Jesús se entregó en la Cruz, no dijo: ‘Voy a morir solo para que sepas que te amo’. Él dijo: ‘Voy a morir, voy a sangrar por tu esplendor. Voy a transformarte en algo hermoso, […] en algo espléndido, magnífico’ ”.
Tú y yo somos obras de arte, poemas únicos del amor y la gracia divinos. Imagina a Dios como una abuela, que teje un suéter o borda un aplique. Imagina a Dios como un cocinero, que prepara su mejor pastel. Imagínalo como un luthier, que construye un instrumento musical. Como un escultor, como un pintor, como un matemático que crea un teorema. ¿Puedes verlo sonreír, lleno de felicidad y un amor exuberante por su creación? ¡Claro que sí! Con esa misma sonrisa, con el mismo brillo en sus ojos, Dios te mira hoy y te dice: “Hija, tú eres mi obra maestra, eres mi poema”.
Señor, tú eres el Artista Supremo. Yo soy tu poema, tu obra de arte. Soy la expresión del amor y creatividad de tu corazón. Por eso, soy única, valiosa y bella. Confío en tu capacidad y en tu fidelidad para completar la obra que comenzaste en mi vida. Sé que no te detendrás hasta que refleje tu gloria más plenamente.
“Pero a los que lo aceptaron y creyeron en él, les dio el derecho de ser hijos de Dios” (Juan 1:12, PDT).
Recuerdo haber leído la historia de una mujer refugiada que escapó del caos de su país con sus tres hijos. Las pertenencias de los cuatro cabían en una pequeña mochila, que ella cargaba en su espalda. Mientras viajaban a pie, a merced de los traficantes, un hombre vino y robó los pasaportes de todos. Si no podían comprobar su identidad, no podrían cruzar la frontera. La madre oró, desesperada. Milagrosamente, pudieron recuperar sus pasaportes y llegar a destino a salvo.
Satanás usa la misma técnica que los traficantes. Él sabe que si puede robarnos la identidad nunca llegaremos a destino. Sin embargo, la Biblia es nuestro pasaporte y declara claramente quiénes somos: somos hijas de Dios (Juan 1:12). Fuimos compradas por un gran precio y le pertenecemos a él (1 Cor. 6:19, 20). Somos miembros del cuerpo de Cristo (12:27). Fuimos escogidas y adoptadas como hijas de Dios (Efe. 1:3-8). Fuimos redimidas y perdonadas de todos nuestros pecados (Col. 1:13, 14). Somos libres de toda condenación y nada puede separarnos del amor de Dios (Rom. 8:31-39). Estamos escondidas con Cristo en Dios (Col. 3:1-4). Dios completará la obra que comenzó en nosotras (Fil. 1:6). Somos nacidas de Dios y el enemigo no puede tocarnos (1 Juan 5:18). Somos una rama de Cristo Jesús, la Vid verdadera, y su amor fluye a través de nosotras (Juan 15:5). Fuimos escogidas para dar buenos frutos (Juan 15:16). Somos el templo de Dios (1 Cor. 3:16). ¡Esta es nuestra verdadera identidad! Esto es lo que Dios dice cuando habla acerca de nosotras. Si aceptamos cualquier otro discurso, estamos adoptando una identidad falsa.
Los pasaportes de todos los países tienen un párrafo en las primeras páginas en el que se pide, en nombre del gobierno de la nación, que se permita al portador pasar libremente y que se le brinde toda la asistencia y protección necesarias. Mi pasaporte inglés pide esto en nombre de Su Majestad, la reina Isabel II del Reino Unido. Cuando aceptamos la identidad que Dios nos da, tal y como la describe nuestro pasaporte, recibimos acceso, asistencia y protección, en nombre del Rey de reyes y Señor de señores. ¡No permitas que nadie te robe tu identidad!
Señor, hoy recibo mi identidad. Acepto ser quien tú dices que soy como la única verdad. Soy tu hija amada y escogida. Mi vida tiene sentido y propósito. Nada ni nadie puede arrancarme de tu mano.
“Gobernaba en aquel tiempo a Israel una mujer, Débora, profetisa, mujer de Lapidot” (Juec. 4:4).
Cuando piensas en lo que significa ser una mujer cristiana, ¿qué palabras vienen a tu mente? Sabia, cortés, trabajadora, buena hija/esposa/madre, sumisa… ¿Y fuerte? ¿Consideras que para ser una verdadera seguidora de Cristo debes ser fuerte? En su artículo “Lisa Bevere on Why the Church Must Stop Undermining the Strength of Women”, la escritora estadounidense comenta: “Por alguna razón, pareciera que, en la comunidad cristiana, a las mujeres se les envía el mensaje de que ser fuertes está mal. La fuerza está mal. Ser fuertes es ser ambiciosas. Ser fuertes es algo que las mujeres cristianas no somos. Somos dulces y calladas”. Esta imagen de feminidad cristiana, sin embargo, no es realmente bíblica.
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