El legalismo es transaccional; no nos humilla con gracia inmerecida. El legalismo es práctico; simplifica cualquier situación a blanco y negro, y evita así disonancias cognitivas. “Muchos usamos al legalismo como una muleta espiritual”, escribe Sharon Hodde Miller en Nice [Agradable]. “Preferimos categorías claras y ordenadas que no requieran que pensemos, que confiemos, que caminemos en la fe o que nos ensuciemos las uñas”. Aunque Dios nos llama a orar, a leer la Biblia y a obedecer, estas disciplinas espirituales no son herramientas para controlar los resultados. Son formas de acercarnos a Dios, aceptando el misterio y complejidad que esto implica.
Para renunciar al legalismo debemos aceptar nuestra vulnerabilidad y absoluta dependencia. Abrir el corazón a la gracia implica perder la ilusión del control. “Por definición, no podemos ‘calificar’ para obtener gracia de ninguna manera, por ningún medio o mediante ninguna acción”, escribe Sinclair Ferguson en El Cristo completo . “Por lo tanto, comprender la gracia de Dios, es decir, comprender a Dios mismo, es lo que desmorona al legalismo”. La gracia es el único antídoto eficaz. La gracia transforma nuestra imagen de nosotras mismas y la imagen que tenemos de Dios. La gracia nos revela que Dios no es un ser punitivo e iracundo que debe ser aplacado, sino un padre amante. La gracia de Dios es una fuerza implacable; no podemos domesticarla ni manipularla. Sin embargo, si nos dejamos llevar por su caudal, descubriremos una libertad y belleza insospechadas.
Señor, gracias por salvarme por medio de Jesús. Hoy acepto que dependo absolutamente de ti y abro mi corazón a tu gracia. Muéstrame la belleza de tu amor por mí. Amén.
“Les he dicho esto para que sientan la misma alegría que yo siento, y para que sean completamente felices” (Juan 15:11, PDT).
Quiero pedirte un favor: Cuando termines de leer esta oración, cuando llegues al punto final, cierra tus ojos e imagina a Dios sonriendo.
¿Qué tan fácil o difícil te resultó hacer eso? En la carta a Timoteo, Pablo lo exhorta a predicar “el glorioso evangelio del Dios bendito” (1 Tim. 1:11). Estamos tan familiarizadas con estas palabras que las pasamos por alto, como si manejáramos en piloto automático. Sin embargo, la palabra griega que Pablo usa aquí es makariou, que no solo significa “bendito”, sino también “feliz”. Pablo estaba instruyendo a Timoteo a predicar “las gloriosas buenas nuevas del Dios feliz”.
Dios es santo, sí, pero también feliz. ¡Dios es mucho más feliz de lo que podemos imaginar! Él no actúa como una bibliotecaria de ceño fruncido que nos chista cuando hacemos el menor ruido. Dios no es un padre severo e imposible de complacer. ¡Dios es feliz! De hecho, si no lo fuera, el evangelio no sería una buena noticia. ¿A quién le gustaría pasar la eternidad con un Dios infeliz y amargado? ¡A nadie! Trataríamos de evitar estar a su lado así como evadimos a las personas que siempre se andan quejando. Nos cruzaríamos de vereda y no le devolveríamos las llamadas. En la parábola de los talentos, los siervos fieles son invitados con la frase: “Entra en el gozo de tu señor” (Mat. 25:23). Otras traducciones dicen: “¡Ven a celebrar conmigo!” (NTV) y “Ven y alégrate con tu patrón” (PDT). A través de esta parábola, Dios nos invita a compartir su felicidad por la eternidad.
Luego de invitar a sus discípulos a permanecer unidos a él como las ramas a la vid, permaneciendo en su amor, Jesús dijo: “Les he dicho esto para que sientan la misma alegría que yo siento, y para que sean completamente felices” (Juan 15:11, PDT). Aunque esto no implicaba que tendrían una vida libre de problemas, Jesús les dijo que si permanecían conectados a él, sentirían su misma y completa felicidad.
Señor, confieso que a veces pensaba en ti como un ser iracundo y severo, y me costaba imaginarte sonreír. Sin embargo, la Biblia enseña que tú quieres compartir tu felicidad conmigo por la eternidad. ¡Qué privilegio! Te agradezco porque toda felicidad fluye de ti.
“Ellos cantaban en un potente coro: ‘Digno es el Cordero que fue sacrificado, de recibir el poder y las riquezas y la sabiduría y la fuerza y el honor y la gloria y la bendición’ ” (Apoc. 5:12, NTV).
Hace un tiempo, escuché a un periodista decir que “cuando los políticos pisan la alfombra roja, ¡se apunan!” El poder hace que muchos de ellos pierdan contacto con la realidad y olviden sus promesas electorales. Sin embargo, no son solo los políticos los que tienen este problema, es una tendencia humana. En las célebres palabras del historiador inglés Lord Acton: “El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Los seres humanos tenemos una relación compleja con el poder, que fácilmente puede volverse tóxica.
La Biblia dice que el Cordero es digno de tomar el poder (Apoc. 5:12). Esta bellísima alabanza tiene una importancia teológica que a veces ignoramos. Dios no se relaciona con el poder, la riqueza o la gloria como lo hacemos nosotros. ¡El sacrificio de Jesús lo demuestra! Dios no usa su poder para servirse a sí mismo, como un tirano caprichoso. El poder no lo corrompe ni se le “sube a la cabeza”. Como escribe el psiquiatra cristiano Timothy Jennings en The God-Shaped Brain [El cerebro moldeado por Dios]: “Él prefiere permitir que sus criaturas lo maltraten y lo maten, en lugar de usar su poder para detenerlos. ¡Qué libertad, qué liberación tenemos en Dios! Verdaderamente, digno, digno, digno es el Cordero que fue inmolado. Él es digno de recibir todo el poder porque ha demostrado que no abusa de él”.
El amor y el poder de Dios son infinitos y se manifiestan juntos . El Cordero es digno de romper los sellos y abrir el rollo porque con su sangre pagó el rescate (Apoc. 5:9). Comentando acerca de las tentaciones en el desierto, en A Loving Life [Una vida amorosa], Paul Miller describe cómo Jesús se rehusó a separar el poder y el amor. “Cada una de las tentaciones en el desierto intenta lograr que Jesús use su poder para [servirse a] sí mismo, pero él se niega a usar poder divino para convertir una piedra en pan, a usar su divinidad para protegerse de las consecuencias de su humanidad”. Dios no abusa de su poder, sino que se sacrifica por amor. ¡Toda la gloria, la honra y el poder le pertenecen!
Señor, tú eres digno de recibir mi adoración y mi amor. Toda bendición, honor, gloria y poder te pertenecen, por siempre y para siempre. Amén.
14 de enero
La carta de Jesús
“Pues Dios amó tanto al mundo que dio a su único Hijo, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16, NTV).
¿Sabes lo mucho que te amo? ¡Pienso en ti constantemente! Me la paso haciendo planes para tu vida, para darte regalos y bendiciones mucho más grandes de los que puedas imaginar (Juan 3:16, 17; Jer. 29:11; Efe. 3:20; Isa. 55:8, 9). Tú eres mi preciosa hija y me perteneces doblemente: yo te formé y te redimí. Eres tan importante para mí, que preferí morir a vivir sin ti (Isa. 43:1, 4; Col. 1:13, 14; Gál. 3:13). Porque yo morí por ti, eres libre de toda condenación. No me voy a acordar de tus errores, ni te voy a echar en cara tus pecados, porque morí justamente para hacerlos desaparecer (Efe. 1:7; Isa. 43:25; 2 Cor. 5:19; Juan 3:17). Quiero que mi aceptación y amor incondicional te den la fuerza que necesitas para dejar atrás el pasado, tu dolor y tus pecados, y para vivir una vida diferente y plena conmigo (Juan 8:11; Rom. 2:4; 6:15-18).
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