Señor Jesús, ¡dame una nueva revelación de tu amor! Ayúdame a ver, con los ojos de la fe, cómo te agachas y tocas mi espalda encorvada, liberándome así del peso de la vergüenza y el miedo. Mi pasado y mis errores ya no me definen. Mi identidad depende de tu amor por mí.
“En cambio, el líder a cargo de la sinagoga se indignó de que Jesús la sanara en un día de descanso” (Luc. 13:14, NTV).
Muchas veces me pregunto de dónde sacamos la idea de que Dios nos tolera, en lugar de amarnos entrañablemente. Al seguir leyendo la historia de la mujer encorvada que Jesús sanó, notamos que esta errónea idea puede surgir de nuestra experiencia con otros creyentes. Lamentablemente, aunque la columna vertebral de esta mujer estaba arruinada por la enfermedad y ella vivía doblada de dolor, no todo el mundo festejó cuando Jesús la sanó. “En cambio, el líder a cargo de la sinagoga se indignó de que Jesús la sanara en un día de descanso” (Luc. 13:14, NTV, énfasis agregado). La mujer había padecido por 18 años, pero al verla sana el jefe de la sinagoga se indignó. ¿Cómo es posible? Creo que tiene que ver con la imagen mental que tenemos de Dios. Si pensamos que Dios es un juez frío e inaccesible, un aguafiestas que nos prohíbe disfrutar, o un padre severo que exige de sus hijos exactamente aquello que más miedo les produce, entonces vamos a pretender que otros vivan tan obsesionados con las reglas como nosotras.
Las palabras más duras de Jesús, registradas en los Evangelios, son siempre dirigidas a los dirigentes de la fe que proyectaban una imagen falsa de Dios; nunca a los pecadores que buscaban ayuda. “Así que el Señor respondió: ‘¡Hipócritas! […] ¿Acaso no desatan su buey o su burro y lo sacan del establo el día de descanso y lo llevan a tomar agua? Esta apreciada mujer, una hija de Abraham, estuvo esclavizada por Satanás durante 18 años. ¿No es justo que sea liberada, aun en el día de descanso?’ ” (Luc. 13:15, NTV). Generalmente tendemos a suavizar la personalidad de Jesús y a pasar por alto sus “exabruptos”. Hoy te pido que no lo hagas. Presta atención a cada palabra que Jesús dijo. ¡Bébelas, porque son gotas de agua viva! Jesús nos está haciendo reflexionar. ¿Realmente creemos que Dios tendrá menos compasión de nosotras que la que tenemos de un animal?
Una de las tácticas más diabólicas y efectivas que el enemigo usa es proyectar sus defectos en Dios. Imagina que tienes una enfermedad terminal y hay un médico que puede curarte. Sin embargo, alguien te hace creer que ese doctor te odia, que es cruel, y que si le pides ayuda intentará asesinarte. ¿No correrías espantada? ¡Por eso Jesús se enojó tanto! Él estaba diciéndoles a las autoridades de la iglesia: “No, este no es Dios”. Jesús vino para quitar la máscara al enemigo y revelar el amor entrañable del Padre.
Señor, ¡gracias por tu inmenso amor!
4 de enero
¿Me reconoces?
“Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo he estado con vosotros, y todavía no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo dices tú: ‘Muéstranos al Padre’?” (Juan 14:9, LBLA).
He descubierto que cuando me aliso el cabello, mucha gente no me reconoce. En broma le dije un día a una amiga: “Si quiero cometer un crimen, todo lo que tengo que hacer es alisarme el cabello y nadie sabrá quién soy”. Las dos nos reímos, pero es evidente que lo que la gente recuerda más acerca de mi apariencia, es mi melena de rulos. Me resulta casi cómico que algo tan sencillo pueda confundir a tanta gente, pero a Jesús le sucedió algo similar.
Al final de su ministerio, cuando Jesús se estaba despidiendo de sus discípulos y explicándoles la promesa del Espíritu Santo, Felipe dijo: “Muéstranos al Padre y nos basta”. Sorprendido de que después de tanto tiempo Felipe no le reconociera, Jesús respondió: “¿Tanto tiempo he estado con vosotros, y todavía no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo dices tú: ‘Muéstranos al Padre’?” (Juan 14:7-9, LBLA).
Si la imagen que tenemos de Dios está distorsionada, aunque lo veamos cara a cara, como Felipe, tal vez no lo reconoceremos. Una imagen equivocada de Dios es una gran carga emocional que nos llena de culpa y miedo. A veces nos formamos imágenes equivocadas como fruto de una experiencia dolorosa que no logramos entender. Tal vez, estábamos orando para que una persona amada sanara, pero falleció, y no podemos resolver el conflicto entre la omnipotencia divina y la tragedia. Otras veces, proyectamos experiencias que tuvimos con nuestros padres. Si nuestros padres eran exigentes y difíciles de complacer, o ausentes e imprevisibles, es posible que creamos que Dios también será así con nosotras, según lo expresa Eleonore van Haaften en su libro Vivir en libertad.
Vemos a Dios a través de nuestra experiencia, cultura e historia. Pero Jesús nos dice: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”. Todas nuestras ideas acerca de Dios deben pasar por el filtro de Cristo. Las ideas que no concuerdan con el amor, la compasión y la gracia de Dios, manifiestas en la persona de Cristo, son erróneas y deben ser desechadas. No hay contradicción entre el Padre y el Hijo. Quien ve a Jesús, ve al Padre.
Señor, ayúdame a renunciar a cualquier idea distorsionada que tenga acerca de ti. Muéstrame tu amor a través de Cristo.
5 de enero
La puerta entreabierta
“Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32).
Hace dos años adopté a un abuelo. Su nombre es Douglas, tiene ochenta años y vive a dos cuadras de mi casa. A Douglas le gusta cocinar y tiene un jardín magnífico, con dalias y cestas colgantes con frutillas. Lo visito cada jueves, después de trabajar. Douglas me espera con el té listo y la puerta entreabierta. Entro sin golpear y anuncio: “Douglas, ¡ya estoy en casa!” Él sale de la cocina y me da un fuerte abrazo.
Cada vez que veo la puerta entreabierta, pienso lo mismo: ¡Dios es así! Sé que soy bienvenida en la casa de Douglas y en la casa de Dios. Dios me está preparando un lugar, así como Douglas prepara el té . ¡Dios es así!
Lamentablemente, en vez de esta imagen de amor y bienvenida, muchas de nosotras hemos crecido con ideas distorsionadas y alienantes acerca de Dios. Muchas crecimos con miedo, pensando que Dios es una especie de policía de tránsito celestial que espera que nos equivoquemos para darnos una multa. Obviamente, es muy difícil amar a un ser que nos aterra. Podemos obedecer por temor al castigo, pero el amor requiere confianza.
El psiquiatra cristiano Timothy Jennings, en su libro The God-Shaped Brain [El cerebro moldeado por Dios], utiliza la neurociencia para demostrar que las ideas que tenemos acerca de Dios reconfiguran nuestro cerebro. Creer y meditar en un Dios de amor, según él, “se ha asociado con crecimiento en la corteza prefrontal […] y el subsecuente aumento en la capacidad para sentir empatía, simpatía, compasión y altruismo. En otras palabras, adorar a un Dios de amor estimula el cerebro a crecer y sanar”. Por otro lado, si adoramos a un dios tirano, punitivo o distante, “los circuitos del miedo se activan, y si no son calmados, resultan en una inflamación crónica y daño tanto al cerebro como al cuerpo”, agrega. Las ideas que tenemos con respecto a Dios no son inofensivas. Lo que contemplamos realmente nos transforma a su imagen.
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