María López Ribelles - Torre blanca, rey negro
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—No todos los abuelos son iguales, cariño.
Elena intuye que hay algo más que no está mencionando. Le insiste hasta que averigua que no posee movilidad en las piernas. Elena le quiere hacer comprender que si no puede acompañarla al colegio, quizás es por esa razón.
—No, no me refiero a eso. Yo creo que la abuela, papá y los tíos saben a qué me refiero, porque ellos no me dejan que esté cerca de él.
—¿Sabes si está enfermo? —pregunta.
—No, no. Hoy me lo encontré en el despacho de papá y me pidió que fuera a jugar con él. Me dejó subir en su silla y todo, ¿sabes? Pero luego… no me quería dejar bajar —añadió en voz muy baja—. Me estaba tocando las piernas aunque yo le dije que no quería. Papá se enfadó mucho cuando nos vio.
Elena, estupefacta, se queda sin palabras. Le vienen a la memoria las noticias de los últimos días, las de los niños desaparecidos. Esas situaciones que parecen tan lejanas y, en verdad, nunca lo están. Darse cuenta de que el peligro es invisible, está al acecho y cuando quiera se decidirá por ti.
No posee todos los detalles, pero si los familiares de Natalia no querían que estuviese cerca de ese hombre, sería por algo. «¿Y sus padres consienten vivir bajo el mismo techo sabiendo de los gustos estos?».
—Natalia, haz caso a tu familia si dicen que no te acerques a él. Prométemelo.
—Vale, mamá.
Natalia continúa hablando por teléfono con Elena por quince minutos más, dejando atrás al abuelo Francisco en la conversación. No está ausente en la cabeza de Elena. Se cuestiona preguntas que seguramente jamás tendrán respuesta. No debe involucrarse más con Natalia; de hecho, es su intención ante todo, pero las acciones de aquel vejestorio no se pueden pasar por alto. Quizás no es nada y quizás lo es todo.
—Mamá, hablamos mañana, que tengo sueño.
—Claro. No te preocupes y ve ya, que es muy tarde.
—Sí, mañana viene la tía Susana de Brasil. Seguro que me trae un regalo, siempre lo hace.
—¿Tía Susana?
—Sí, tu hermana.
Natalia se despide de Elena entre bostezos y cuelga dejando confusa a Elena, quien intenta encajar la nueva información. El mundo a su alrededor gira a velocidad de vértigo y la desorienta. Por eso no escucha las noticias de última hora, otro niño desaparecido en Valencia en extrañas circunstancias.
En su mano sostiene el teléfono móvil con el nombre de Natalia en la pantalla de llamadas recientes. Una sensación le ahoga el pecho. Todos sus pensamientos de preocupación se dirigen hacia ella, que ya en la cama, en el mundo de los sueños, no sabe que alguien la observa dormir mientras le acaricia la pierna que ha liberado de entre las sábanas en busca de una frescura de la que carece esa noche.
4
Lunes, 23 de abril a las 18:21 h.
Por la calle Bailén, justo al lado de la estación del Norte, una niña se asomaba para mirar a través de las mugrientas ventanas de un bar. El camarero, amigo íntimo de sus padres, no dejaba de vigilar la calle desde la barra esperando verla para hacerle el chiste de turno y tirarle de las coletas. No le apetecía verlo y aguantar sus tonterías sin gracia.
—¿Te ocurre algo?
La niña no le contestó, se quedó embelesada al ver aquel coche descomunal incapaz de poder articular palabra.
—¿Te gusta el coche?
Gustar era decir poco. Era una fanática del mundo del motor y el brillo del automóvil la atraía como la miel a las moscas.
—Me encanta.
La voz del camarero llamó su atención, pues se reía como un loco con otro cliente.
—Evito a ese —dijo señalándolo desde la distancia—. Siempre que me ve, me tiene que decir algo o tirarme del pelo. No me gusta, es desagradable.
—¿Dónde está tu casa?
—En la esquina.
—Entra, te acerco y así no te verá ese tío.
Isabel abrió los ojos como platos, sin pensar en el peligro. Solo pudo pensar en la suerte que había tenido de poder ver el interior de aquel fabuloso coche.
—¡Vale!
***
La llamada a su teléfono móvil el día anterior ha vuelto del revés la operación. Otro niño se suma a la lista de los desaparecidos en aquel mes, o como le gusta proclamar a la prensa, ha sido raptado por el Butoni. Hasta el momento, el culpable de las desapariciones ha sido muy minucioso y se ha llevado a los niños sin dejar ninguna huella. Por alguna razón, empezaba a ser menos cuidadoso y ha dejado algunas pistas que podrían rastrear sin pisar la ilegalidad. Su mentor se hubiera echado las manos a la cabeza si le hubiera visto semanas atrás organizar un operativo con una civil sin experiencia. Está desesperado.
—¿Ya han salido los resultados del laboratorio?
Joan niega apesadumbrado, pues si bien tienen nuevas pistas, no son muy reveladoras.
—En la bolsa de deporte del crío no han encontrado huellas. Por la ubicación de la mochila y la ropa, podemos suponer que desapareció durante el entrenamiento o al acabarse, ya que el uniforme del colegio sigue dentro. Está lejos de cualquier centro y de los campos de fútbol que hay en el río, por lo que el culpable debió deshacerse de ella cuando ya lo cogió y se aseguró de que no pudiera darle problemas. Existe una posibilidad de que sean dos sospechosos o lo que ya barajábamos en un primer momento, una banda organizada. Aunque, sinceramente, no lo creo.
Su superior asiente escuchando con atención. Se aproxima a él, mirando de reojo a los otros policías que trabajan en la comisaría sumidos en su propio caso, y susurra a una voz que solo puede escuchar él:
—¿Cómo está tu amiga?, ¿ya nos puede ayudar?
Impotente, Joan suspira dejando caer sus hombros.
—Me temo que no. Hablé con el médico en el hospital: revelarle demasiada información podría suponer un trauma, no puedo hacerle eso.
—Joan, no puedo pedirte esto como tu superior porque no es legal y lo que obtengamos no lo podríamos presentar delante de un jurado. Pero como amigo, como padre de dos niños, no puedo permitir que esto siga ocurriendo. —Pega un manotazo en la mesa, sobresaltando a los que están cerca—. ¡Por el amor de Dios! Esa familia es intocable, necesito cualquier excusa para entrar en ese hotel. No tenemos tiempo.
***
Los finos tacones la llevan hasta la puerta del despacho de Álvaro, encontrándola entreabierta. Raquel reconoce la voz chillona de su cuñada, con la que nunca ha llegado a llevarse bien. Siempre le ha parecido poco para su querido hermano, quien es demasiado bueno con todo el mundo. Ambos discuten acaloradamente creyendo la puerta cerrada. Como siempre sospecha, se la escucha más a ella que a Álvaro.
—La custodia de las niñas será mía, ¿me oyes? Y si quieres verlas, será conmigo delante. Como me entere de que intentas lo contrario, será la última vez que las veas. ¿Está claro?
—Hablemos de esto tranquilamente —se le escucha decir con tono conciliador.
—¿Crees que no he visto cómo las miras con esa cara de… —hace una pausa, buscando la mejor palabra para describirle y que le cae como un balde de agua fría— de guarro asqueroso que tienes?
Raquel irrumpe en el despacho con ganas de estrangular a Julia. La mirada perdida de su hermano la desarma.
—Ya salió doña perfecta, ¿no te enseñaron a no escuchar conversaciones ajenas?
—Esto no va a quedar así. No puedes decir esas mentiras de mi hermano y pensar que te vas a quedar impune. Hablaremos con un abogado y…
Julia ríe, amargada, con expresión de repugnancia en su rostro.
—¿Mentiras? ¿Le has visto la cara? Si hay alguien que está mintiendo es él. Os tiene engañados a todos.
Con los ojos aguados, temblando de pavor, le recuerda a aquel niño asustado que huía de su padre cuando este, borracho, aporreaba sus habitaciones en la última planta buscando a un fantasma. Repara en que el olor del whisky que empañan sus recuerdos está presente en la habitación y proviene del minibar. El miedo penetra desde la punta de sus tacones y trepa por sus piernas.
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