A pesar de que Australia fue uno de los primeros países desarrollados en tomar medidas serias para adaptarse al calentamiento global, comenzar a actuar nos tomó más tiempo de lo que debería. Una de las razones del retraso fue que Australia tenía el grupo de presión sobre el carbono más organizado y poderoso de cualquier nación. Esta Mafia del Efecto Invernadero, como se les apodaba, presionó en nombre de las industrias del carbón, el automóvil, el petróleo y el aluminio de Australia a fin de evitar una legislación que les costaría dinero a sus empresas. Durante la administración de Howard, estos contaminadores obtuvieron tal acceso que de hecho redactaron proyectos de ley y reglamentos que enseguida se convirtieron en leyes o políticas con pocas o ninguna revisión. Algo similar sucedió cuando el presidente de su país, Donald Trump, puso a los antiguos grupos de presión de combustibles fósiles a cargo de agencias gubernamentales clave. Pero al igual que Estados Unidos, nosotros continuamos votando por los negacionistas del clima que se rehusaban a creer en la evidencia que tenían frente a los ojos.
¿Cómo influyó el carácter nacional australiano en su respuesta al calentamiento global?
Nuestra historia y nuestro carácter fueron importantes, por eso le di esa pequeña lección de historia cuando empezó esta charla. Si nuestros antepasados no hubieran sido gente resistente y obstinada, nunca habrían llegado a Australia y, una vez que llegaron aquí, pronto se habrían rendido. Para colonizar el continente más seco, la primera regla debía ser: “Que no cunda el pánico”. Las sequías vendrían, sí, pero aprieta los dientes y aguanta y con el tiempo terminarán. A principios de este siglo, todos los australianos maduros habían pasado por al menos una sequía, cada una de las cuales finalmente había llegado a su fin. Por lo tanto, la estrategia que nos había servido era resistir, cuidar el agua y esperar. Si eras un ganadero, algunos o la mayoría de tus animales podrían morir, pero sobrevivirían los suficientes para que, cuando volviera la lluvia, pudieras reconstruir tu rebaño.
Una de las peores sequías en la larga historia de sequía de Australia se produjo a fines de la década de 1990. Las dragas en la desembocadura del Murray tuvieron que trabajar las veinticuatro horas del día para evitar que se llenara por completo de sedimentos. Cortamos sustancialmente el suministro de agua a los regantes y a la ciudad de Adelaide. Nuestra cosecha de arroz se vino abajo, lo que provocó que muchos agricultores cambiaran a las uvas de vinificación, pero la industria del vino sólo duró hasta la década de 2030. La gente puede vivir sin Riesling, pero no sin arroz.
A pesar de que en 2008 hubo buenas lluvias con el fenómeno de La Niña, la sequía había agotado los embalses y había dejado el suelo tan reseco que la lluvia no hizo mucha diferencia. Sídney estaba atravesando una de las peores sequías de su historia; en 2005, sus reservorios se encontraban gravemente agotados.
En la costa oeste, el suministro de agua de Perth había alcanzado un mínimo histórico, lo que provocó que la ciudad construyera plantas desalinizadoras. Nuestros científicos y el nuevo gobierno de Rudd nos dijeron que estas condiciones podrían volverse permanentes y que debíamos actuar, pero decidimos ignorarlos y elegir una sucesión de primeros ministros negacionistas. Sin embargo, para mediados de la década de 2020 habíamos recuperado la cordura y decidimos enfrentar los hechos y tomar al toro por los cuernos, como verdaderos australianos de pura cepa.
¿Cómo funcionaron las plantas de desalinización para Australia?
De hecho, uno de nuestros primeros pasos a principios de siglo había sido la construcción de plantas de desalinización en Adelaide, Perth y Sídney. No se suponía que las plantas produjeran toda el agua que cada ciudad necesitaría, pero sí la suficiente para marcar la diferencia. La planta de Perth, por ejemplo, cuando funcionaba a plena capacidad, abastecía alrededor de 17 por ciento de las necesidades de agua de la ciudad a principios de siglo. Pero a medida que los habitantes de Perth preservaban el agua, la fracción suministrada por la desalinización aumentó. En 2000, el consumo de agua per cápita en Perth era de alrededor de 130 galones [492 litros] por día. El solo hecho de restringir a dos días a la semana el uso de aspersores para regar céspedes y jardines redujo el consumo a 110 galones [416 litros] por día. A finales de los años veinte, Perth prohibió el uso de aspersores y cerró sus campos de golf. Claro, se quejaron los golfistas, pero para entonces hacía aún más calor y estaba más seco, así que sus alaridos de aflicción deben haber desatado muchas risas, eso es seguro. Pasamos a la reutilización total de las aguas grises, el drenaje de las duchas y del lavado de la ropa, lo cual representaba aproximadamente un 30 por ciento del consumo doméstico. Perth prohibió crear nuevos jardines y comenzó un programa de “efectivo por césped” para pagar a los propietarios existentes para que quitaran el pasto y lo reemplazaran por un xerojardín, cactus, piedras o lo que quisieran, siempre y cuando se viera bien y no necesitara agua. Se prohibieron las regaderas y se subsidió a los propietarios de las viviendas para que pudieran reacondicionarlas. Elevamos el precio del agua municipal hasta el punto en que dolía y adoptamos un sistema de precios escalonados de manera que la tarifa fuera mayor cuanto más agua se usara. A principios de siglo, los agricultores pagaban por el agua menos de una décima parte que los usuarios municipales. La mayoría de las ciudades descubrieron que no podrían salirse con la suya subiendo el precio a los regantes hasta que hubieran eliminado por completo el agua para céspedes y jardines. Una vez que eso sucedió, el precio para los agricultores comenzó a subir drásticamente y la cantidad que ellos usaban disminuyó. Por supuesto, debíamos mantener parte de la producción agrícola, por lo que ajustábamos el precio del agua de riego continuamente a fin de no llevar a los agricultores a la quiebra.
Perth estaba preparada para colocar válvulas de cierre automático en las líneas de agua residenciales, pero nunca llegó a eso. Para 2030, el consumo de agua per cápita había caído a 50 galones [189 litros] por día, lo que significaba que la planta de desalinización podía suministrar casi la mitad del consumo total de agua de Perth. Las plantas desalinizadoras necesitan mucha energía, pero la de Perth la obtenía de un parque eólico. Entonces, a diferencia de la mayoría de las otras plantas de desalinización, su operación no costaba mucho y tampoco aumentaba las emisiones de gases de efecto invernadero. Sin embargo, en última instancia, tanto en Australia como en los otros lugares, la desalinización podía ayudar, pero no resolver el problema.
Intentamos también reducir nuestras emisiones de CO 2. En los primeros años del siglo, no teníamos ningún requisito de millaje para los automóviles. Para 2030, habíamos introducido un requisito de 80 millas por galón. Aun cuando la industria automovilística se había quejado de que no sería capaz de producir automóviles con una eficiencia de combustible tan alta con un beneficio, terminó por hacerlos, y la gente acudió en masa a comprarlos. Hoy, por supuesto, los pocos autos que circulan por la carretera son eléctricos y funcionan con paneles solares. Para encontrar un automóvil que funcione con gasolina, tendrá que acudir a un museo, si es que encuentra alguno abierto. Pero lo más insidioso del calentamiento global fue que un país por sí solo podía hacer poco. Era necesario que todos los países actuaran juntos, pero no sucedió así. En la década de 2020, a medida que nos volvíamos más duros e intentábamos todo aquello en lo que podíamos pensar para reducir las emisiones, los japoneses, asustados por el accidente nuclear de Fukushima, ¡construyeron veintidós plantas nuevas de carbón!
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