James Powell Lawrence - Informe 2084

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Para 2012, el año de mi nacimiento, era indiscutible que el calentamiento global era real, causado por los humanos y un peligro para la humanidad. Sin embargo, gracias a una campaña financiada por las gigantes empresas petroleras, la mitad de la opinión pública y muchos políticos optaron por la negación, anteponiendo la ideología y la mentira al futuro de sus nietos. Corre 2084, año triste como pocos. Al final de su vida, un historiador decide investigar a quienes padecieron los efectos del peor atentado de la humanidad contra sí misma y contra la tierra: el Gran Calentamiento. Científicos, líderes políticos y ciudadanos de todo el mundo testimonian cómo han experimentado en carne propia inundaciones, sequías, hambrunas y guerras. Nueva York ha sido abandonada; 50 millones de bangladesís son refugiados y desplazados; México sufre las consecuencias económicas de su compleja vecindad con Estados Unidos; y la mitad del territorio de Holanda se encuentra bajo el agua.En esta aterradora novela, construida con las herramientas de la ficción pero basada en hechos y predicciones científicas, el profesor de geoquímica James Lawrence Powell traza la crónica del futuro que nos espera si no hacemos nada para afrontar la crisis climática. Se trata de un retrato vívido del cambio climático y sus consecuencias en la vida de millones de personas; una profecía contundente y un apremiante llamado de atención."La obra literaria más importante sobre el cambio climático." NEIL MACKAY,
THE HERALD

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¿Cuándo comenzó a notar cambios en la selva tropical a su alrededor?

Recuerdo que fue en el verano cuando cumplí 11 años. Durante mucho tiempo, nuestra tribu había olido el humo de los incendios, algunos provocados por relámpagos, pero muchos encendidos por colonos que quemaban el bosque para poder plantar sus cultivos o criar ganado en la tierra. Cada año parecía haber más humo y los incendios se acercaban. Pero ese verano ( Soares: Era 2005, según su calendario), todo el cielo se volvió negro y permaneció así durante meses. Nos costaba respirar y tosíamos constantemente. El sol sólo podía asomarse de vez en cuando. El humo hacía que pareciera que las profecías de nuestros chamanes se estaban cumpliendo. Nos preguntamos si podría arder el bosque entero. No lo sabíamos, pero ya no parecía algo imposible. Aunque los incendios no llegaron a nuestro territorio, supimos que podrían llegar algún día. Y, si lo hacían, no tendríamos forma de escapar y no habría otras personas para ayudarnos.

Tal como habían profetizado los chamanes, los grandes incendios fueron sólo el comienzo de nuestros problemas. Cada año caía un poco menos de lluvia, hacía un poco más de calor, se quemaba más bosque y crecían menos árboles para reemplazar a los que ardían. No había suficiente agua para los cultivos, y los que prosperaban a menudo se marchitaban y morían. Los ríos comenzaron a secarse y muchos se volvieron poco profundos para navegarlos. Al principio, veíamos algunos peces muertos flotando en la superficie, luego, a medida que el río se encogía, vimos más y más, hasta que a veces la superficie entera estaba cubierta de orilla a orilla con los cadáveres de los peces. Luego, los ríos siguieron encogiéndose hasta que no quedó agua para nuestras canoas, y en los cauces de los ríos creció la hierba. Ahí donde habíamos flotado durante generaciones, ahora podíamos caminar.

He escuchado a algunos kayapo educados hablar sobre la razón por la que esto sucedió, pero no lo entiendo. ¿Cómo es posible que lo que la gente hace en tierras lejanas ocasione que nuestros bosques ardan? Dicen que hay algo en el aire que no se puede ver ni oler, un veneno que lo calienta y ahuyenta la lluvia. Muchas veces le he preguntado a Marta cómo podía ser eso, y ella me lo ha explicado con paciencia, pero tal vez soy demasiado viejo para entenderlo. Lo que sí sé por mis propios ojos y por hablar con ella y con los kayapo, que han viajado lejos, es que casi todo el bosque se ha quemado y se ha llevado consigo a la mayoría de los nativos. Los metyktire, los kayapo, los yanomami, ya casi todos nos hemos ido. Pero lo que me gustaría saber antes de morir es qué hizo arder nuestro bosque.

Megaron, permítame pedirle a su amiga Marta que responda a su pregunta. Señora Soares, ¿quién quemó la Amazonia?

Soares: Debo confesar que, aunque entiendo la respuesta, todavía me resulta difícil aceptar que cualquier poder en la Tierra haya causado la pérdida de casi toda la selva tropical amazónica en menos de un siglo. Megaron le dirá que la gente siempre había sabido que la selva amazónica podía arder: la habían estado quemando a propósito desde que él era un niño. Él quiere saber por qué no impidieron que los incendios se salieran de control. ¿No les importaba? Los hablantes de portugués tenemos un dicho: “Dançar à beira do caos ”, esto es, “Bailar al borde del caos”. Eso es lo que hacía el mundo en ese entonces, pero bailamos demasiado cerca.

Podemos explicar la ciencia del calentamiento global y cómo éste provocó que ardiera la selva tropical, pero para mí, al menos, eso sólo hace que la respuesta sea más dolorosa y el resultado menos excusable. Sabemos que el Hombre quemó la selva tropical, que no fue un acto de Dios. Se podría haber prevenido. ¿Cómo pudieron aquellos que se suponía que debían liderar y proteger a las naciones, y quienes tenían una amplia advertencia, permitir que la Amazonia y sus tribus indígenas desaparecieran? Muchas de esas tribus habían optado por no intentar sobrevivir en nuestro mundo, y entonces destruimos el único mundo en el que podían sobrevivir.

Los habitantes de la Amazonia siempre habían practicado la agricultura de tala y quema pero, en la segunda mitad del siglo xx, los agricultores y colonos no nativos también comenzaron a utilizar este método. Entre 1970 y el cambio de siglo, se quemaron más de 232,000 millas cuadradas [600,900 novecientos kilómetros cuadrados] de selva tropical de la Amazonia. Entre mayo de 2000 y agosto de 2006, Brasil perdió casi 58,000 millas cuadradas [150,220 kilómetros cuadrados] de bosque, un área más grande que Grecia. En la segunda década de este siglo, los agricultores habían quemado deliberadamente casi 25 por ciento de toda la selva amazónica y, a pesar de los esfuerzos de los conservacionistas, cada año se seguía perdiendo más. En todo el planeta, incluso cuando sabíamos que el calentamiento global estaba ocurriendo y era peligroso, y que los árboles podían absorber parte del mortífero dióxido de carbono, el mundo destruyó más de 12 millones de hectáreas de selva tropical cada año. Así pues, verá que, incluso sin el calentamiento global, tal vez con el tiempo habríamos quemado toda la selva amazónica. Parecíamos impotentes para actuar no sólo en interés de los pueblos originarios, sino también en el nuestro. Ahora sabemos cuánto necesitábamos esa selva tropical.

Yo era antropóloga, no científica del clima, pero aprendí de mis colegas que una selva tropical es vulnerable de varias maneras. Mientras un denso dosel de bosque de 90 a 135 pies de altura [de 27 a 41 metros] proporcione sombra, los escombros en el suelo del bosque podrán permanecer húmedos, por lo que rara vez se queman. Pero cuando una parte del bosque se quema, llega más luz solar al piso del área quemada y al perímetro que la rodea. Eso hace que se sequen las hojas, las ramas muertas y los otros restos. Los pastos, el bambú y otras plantas inflamables colonizan el área y aumentan la cantidad de material combustible, por lo que es más probable que el área se queme nuevamente, pero cada vez de manera más intensa, por más tiempo y en un área más extensa. Por lo tanto, cuando se quema parte del bosque, aumenta la probabilidad de que se produzcan más incendios; esto es llamado retroefecto. Además, cuando una parte del bosque se quema, hay menos vapor de agua y más humo en la atmósfera por encima de él; esto ocasiona que caiga menos lluvia y eso, a su vez, hace que una mayor parte del bosque se seque y se queme. Estos ciclos viciosos son suficientes para hacer creer a una persona que en verdad existe un satanás, un demonio.

Los científicos de principios de siglo habían pronosticado que para 2100 en la cuenca de la Amazonia aumentaría la temperatura entre 9 y 14.5 °F [5 y 8 °C] y que las precipitaciones se reducirían 20 por ciento. Sin embargo, el clima de la Amazonia se calentó y se secó todavía más rápido. Para 2030, 60 por ciento de la selva tropical ya había desaparecido. Para 2050, 80 por ciento y hoy, 95 por ciento. Dentro de una década o dos, toda la selva tropical de la Amazonia, a excepción de algunos parches dispersos, habrá ardido por completo, lo que significará el fin de todos los pueblos indígenas y de miles de especies. La Amazonia fue alguna vez el hogar de una de cada cuatro o cinco especies de mamíferos, peces, aves y árboles. Ahora muchos han desaparecido, llevándose ecosistemas completos con ellos. Los bosques de Maranhao babau, los bosques secos del Marañón, los bosques nublados de Bolivia y todas sus especies se han ido, para no volver jamás.

Antes de arder, la Amazonia era tan vasta y verde que ayudaba a controlar el clima de todo el planeta. El bosque era una enorme esponja de calor que mantenía fuera de la atmósfera cientos de miles de millones de toneladas de dióxido de carbono. Dicen que la selva amazónica evaporaba 8 billones de toneladas métricas de agua cada año. Esa agua era fundamental para la formación de cúmulos, que liberaban la lluvia que sostenía el bosque. No recuerdo cuándo vi por última vez una de esas nubes. Lo que vemos en su lugar es humo. La Amazonia era tan crítica para el clima mundial que los científicos creen que su pérdida ha provocado que caiga menos lluvia en América Central, en el medio oeste de Estados Unidos e incluso en lugares tan lejanos como la India.

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