Toda persona pensante sabía que éste sería el Siglo del Fuego en California. Los incendios forestales se han convertido en un hecho constante, llenando el aire de un humo que parece que nunca desaparece por completo. Gran parte de nuestra superficie forestal nacional se ha quemado, al igual que muchas de las pequeñas ciudades en las afueras del bosque.
Uno de los aspectos más peligrosos de los incendios de California es lo que sucede después, sobre todo en la región de los chaparrales. Los incendios queman la vegetación cuyas raíces mantienen unido el suelo, de modo que el siguiente aguacero puede remover el suelo, las rocas y los escombros del fuego, para luego arrastrarlo todo y enviarlo cuesta abajo… hacia lo que sea que se encuentre abajo. Estos flujos de escombros pueden incrementar su velocidad a medida que viajan, como si se tratara de una avalancha. Si golpean un área poblada, la remoción de los escombros puede llevar años y costar más que el daño del fuego en sí mismo. Este escenario tuvo lugar en nuestra hermosa comunidad de Montecito, cuando en 2018 los escombros fluyeron hasta 15 pies [4.5 metros] de altura y viajaron a 20 millas por hora [32 kilómetros por hora], destruyeron cien casas y mataron a veintiún personas. Dejó la crucial autopista 101 bajo lodo y rocas que tardaron meses en ser removidas.
Hasta ahora, he estado hablando de los incendios más grandes, los que quemaron cientos de miles de hectáreas, los que atraen nuestra atención. Por supuesto, la gran mayoría de los incendios son más pequeños, pero también destruyen hogares y vidas antes de que los bomberos consigan apagarlos. Mis abuelos estuvieron a punto de perder su hogar en uno de ésos, en 2018: el Fuego Holiday, llamado así por una de sus calles. Con 45 hectáreas, palideció en comparación con el gigantesco incendio Thomas. Sin embargo, el Holiday destruyó diez casas, casi incluida la de mis abuelos, y su lucha costó un millón quinientos mil dólares. Estos pequeños incendios se volvieron mucho más comunes, hasta el punto de que sucederían dos o más al mismo tiempo, mientras que los bomberos tenían los recursos para combatir sólo uno. Esto solía ser un problema menor porque cuando se producía un incendio en un área, los departamentos de bomberos de todo el estado, e incluso más allá, se apresuraban a brindar asistencia. Pero cada vez con más frecuencia, los departamentos de bomberos se mostraban reacios a dejar su área de responsabilidad por temor a que se produjera un incendio allí y se saliera de control antes de que pudieran regresar para combatirlo.
En mis archivos tengo un mapa de incendios de 2020 que mostraba dónde se había quemado cada parte del estado desde 1950. Mostraba las áreas de incendio en diferentes colores por año y las áreas no quemadas en blanco. Había tantos que el mapa parecía una colcha de retazos. Aun así, algunas áreas se habían salvado en gran medida; por ejemplo, el Valle Central, donde había poca madera para alimentar un gran incendio. Una zona de incendios corría hacia el sureste por el lado este del estado, donde se encuentran los parques nacionales y los bosques; otra, bajaba por la cordillera de la costa al oeste del Valle Central. Debajo de Bakersfield, las dos zonas se encontraban y continuaban hacia el sur como una sola, hasta la frontera con México. Cuando estudié este mapa, al principio de mi carrera, era obvio que mostraba los lugares donde las condiciones eran favorables para el fuego y, por lo tanto, donde era más probable que ocurrieran incendios futuros.
Si actualizáramos el mapa ahora, a algunos condados ya no les quedarían áreas sin quemar. Aquellos que mostraba el mapa que se habían quemado a menudo, ahora se habrían quemado nuevamente, de manera que se requeriría el uso de diferentes patrones, además de los colores, para hacer que el mapa fuera legible. Nuestro vecino condado de Ventura ya mostraba estos patrones en el mapa antiguo, así como una franja en blanco. Ahora mostraría un color sólido de una línea de condado a la otra, con colores y patrones colocados uno encima del otro. En realidad, hoy el mapa del condado de Ventura necesitaría capas tridimensionales para poder diferenciar los incendios.
Antes de terminar, cuénteme cómo afectaron los incendios de California a sus dos grandes compañías eléctricas.
En pocas palabras, el fuego las llevó a la quiebra. La mayoría de los incendios de California fueron causados por humanos, más que por relámpagos. Y la mayoría de los causados por humanos se debieron a fallas en los equipos de las compañías de energía, de un tipo u otro. Las líneas eléctricas se cortan y producen chispas, los cables pueden tocar una rama de árbol seca y mal recortada, y provocar un incendio. Es en verdad asombroso pensar que incendios tan grandes pueden comenzar a partir de un puñado de chispas en el lugar equivocado.
La ley de California requería que las compañías eléctricas reembolsaran a los propietarios los daños causados a sus equipos. Las empresas también fueron demandadas por grupos de consumidores por montos que ascendían a decenas de miles de millones. Las dos grandes compañías eléctricas de California, Pacific Gas and Electric y Southern California Edison, vieron sus bonos degradados a basura y se declararon en quiebra. Ambas cerraron en la década de 2020 y el estado tuvo que intentar convertirse en el proveedor de energía. Las empresas privadas de servicios públicos se convirtieron en una víctima más del calentamiento global.
La gente solía decir que el fuego era la nueva normalidad en California. A los científicos no nos gustó esa frase, porque implicaba que el mundo había pasado de un nivel estable a otro. En cambio, hay una nueva normalidad cada año. Supongo que el concepto juega con nuestro deseo inherente de creer que si tan sólo logramos atravesar un periodo de cambios, llegaremos a un nuevo periodo de estabilidad al que luego podremos adaptarnos. Pero ¿qué pasa si ya no existe lo normal, si el cambio en sí mismo se ha vuelto normal?
El futuro del fuego en California y el futuro del aumento del nivel del mar difieren de una manera macabra. En algún momento, gran parte de lo que se puede quemar se habrá quemado, y el número de nuevos incendios y hectáreas calcinadas alcanzará su punto máximo y comenzará a disminuir, como ya parece estar sucediendo. Nadie sabe cuánto de California será habitable para entonces. Pero el nivel del mar seguirá subiendo, comprimiendo a los residentes de Santa Bárbara en una zona habitable cada vez más pequeña entre el mar y las laderas de las montañas. Para los habitantes de Santa Bárbara, así es como termina el paraíso.
* “Kiwi” es el gentilicio que los neozelandeses suelen utilizar para sí mismos. (N. del T.)
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