—Me dijo que salía muy tarde de trabajar, pero que se moría por meterse entre mis piernas y hacerme delirar. No me pude negar. Y… me daba penilla.
—Excusas baratas. Conmigo puedes ser sincera. —No me contesta. Cambio de tema—. Estuve hablando con Roberto.
—¿Te dio el regalo? —sonríe como si recordara algo.
—Sí. Parece que nos vamos de viaje. —Le acompaño en el gesto.
—Será genial. Solo espero que no potes sobre otra viejecita en un autobús.
Tendría que poder emborracharme para que eso ocurriera. Aunque la idea no me parece tan descabellada si tenemos en cuenta que ahora puedo vomitar en cualquier momento del día, no necesito beber hasta perder la consciencia para dejar el regazo de una pobre señora como si le hubiera derramado encima una olla de potaje. Qué asco. Comienzo a salivar y me tapo la boca con la mano. Eso ocurrió hace mucho tiempo, en uno de nuestros viajes relámpago a una playa preciosa del sur de España, Punta Umbría por más señas.
—Me ha dicho que lo vuestro se acabó.
—Nunca hubo nada, cariño. —Se da la vuelta y enjuaga las tazas que han utilizado para el desayuno bajo el grifo—. Solo sexo. Roberto es muy bueno en la cama—. Gira de nuevo hacia mí—. Además de mi mejor amigo.
—No quiero saberlo. —Termino de beberme la infusión y meto la taza en el lavavajillas. Es capaz de ponerse a relatarme cómo se la mete por el culo.
Me despido de ella con un beso en la mejilla. Se me hace tarde.
—Llama al médico —me recuerda justo antes de cerrar la puerta.
Salgo del ascensor pasadas las ocho y media. No solo se me ha hecho tarde, según las normas de esta estricta empresa, llegar después de las ocho es pecado mortal. Razón suficiente para quemarte en la hoguera. Espero no tener que confesarme con el gran Dios. No me gustaría tener que revelar ninguno de mis pecados. Saludo a Victoria, que se encuentra tras el mostrador, y me dirijo hasta mi despacho. Me doy cuenta de que el ordenador está encendido, probablemente olvidaría apagarlo. Algo llama mi atención. Uno de los cajones del pequeño archivador que tengo a mi derecha tiene uno de los cajones abiertos. Me levanto y, después de mirar en su interior buscando no sé exactamente el qué, lo cierro.
—Buenos días, jefa —Berta me saluda con voz cansada.
—Me parece que no has dormido demasiado.
—Victoria anoche no solo fue la que más compró, también la que más bebió. —Se sienta derrotada frente a mí—. Después de marcharte, cenamos en un garito indio de Lavapiés, de ahí ya salimos bastante perjudicadas. Nos dieron un licor… Fenny creo que se llama. Me duele la cabeza solo de pensarlo. —Hace un gesto con la mano.
—Vete a casa si quieres. Yo estaré fuera toda la mañana, no hay mucho que hacer aquí.
—Oh, no, no. No puedo. Tengo que hacer varios recados al señor Llorens.
—¿Te ha pedido que recojas sus camisas de la tintorería? —bromeo.
—Tengo que entregar varios paquetes en persona por toooda la ciudad. No entiendo por qué no los enviamos por correo urgente. Creo que no le caigo bien y solo quiere putearme.
—¿Tienes las direcciones? Tengo que salir, a lo mejor alguno me pilla de camino. Puedo ayudarte.
—¿Harías eso por mí?
Efectivamente, una de las direcciones se halla cerca del despacho del asesor financiero con el que he quedado, así que me encargo de uno de ellos. A las nueve y cuarto salgo de la Torre de Cristal y pillo un taxi. Tardamos diez minutos en llegar al destino. Pago al taxista, y cruzo la calle de solo dos carriles después de cerciorarme que no viene ningún coche. Al poner los pies sobre la acera, algo llama mi atención. El humo de un cigarrillo sale por la ventanilla de un coche aparcado unos metros más atrás. Un hombre en su interior me mira sin tratar de disimularlo, sin embargo, no dice ni hace nada. Entro en el moderno edifico con el paquete en la mano y camino hasta que, un nada simpático portero de discoteca con traje de diseñador italiano, me para con un toque de voz. Le explico a qué he venido y me dice que él se encargará. Durante diez minutos trato de que entienda que soy una profesional y que prefiero hacerlo yo misma. Me indica la planta a la que tengo que subir, no sin antes registrarme como si estuviera a punto de entrar en un bis a bis. Pero ¿qué se ha creído? Cuando me ha tocado por debajo de las nalgas, le he dicho que si seguía subiendo le pateaba el culo. Pasar tanto tiempo con Sara deja secuelas, desafiar a la muerte es una de ellas.
Salgo del ascensor seis plantas más arriba y, antes de poner un pie fuera, escucho su voz. O ¿debería decir sus voces?
Конец ознакомительного фрагмента.
Текст предоставлен ООО «ЛитРес».
Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес.
Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.