Ya los cuatro en el coche, Sara empieza a contarles lo poco que nos acordamos de la noche anterior. Lo poco o nada. Eso me hace recordar que aún no sabemos cómo volvimos a casa anoche. La oscuridad del coche hace que asome un fugaz recuerdo. Cruza mi mente un leve olor a cuero y visualizo por unos segundos unos asientos oscuros... Sara inconsciente a mi lado... y unos ojos azules clavados en los míos.... Se me ponen los bellos de punta..., son intensos..., me darían miedo si no me excitaran tanto. Esa sensación dura solo un momento, pero tan intensa que me recorre todo el cuerpo.
—¡Dani, Dani! —me despierta Roberto de mi ensimismamiento—, hemos llegado. Baja con cuidado. El suelo está muy húmedo. No sé por qué os ponéis esos tacones. Nunca entenderé a las mujeres —me ayuda a salir del coche dándome la mano.
Roberto, ese amigo genial que toda chica desea tener, te cuida y te respeta, te escucha cuando lo necesitas y te mima más a menudo de lo que mereces. No es gay, si lo estáis pensando, ni siquiera lo parece. Para no desentonar con las dos modelos de Victoria's Secret que tengo al lado, tiene el cuerpo muy definido, debe medir casi el metro noventa, ojos color miel y un pelo rubio alborotado que lo hace parecer un chico malo. Fotógrafo, pero hace las veces de modelo cuando la oportunidad se presenta y le pagan bien. Además, también escribe para varias revistas culturales. Él me consiguió el trabajo en la galería. Ese que tanto me gusta y me da de comer. Piensa que debería pintar, no vender arte, pero todo llegará. Aún no estoy preparada para que el mundo vea mi trabajo, bueno, para eso y para escuchar una mala crítica. Sólo me falta mi hermano diciéndome: "Ya te lo dije, debiste estudiar Derecho, o Empresa, yo te hubiera dado trabajo, o te hubiera recomendado, pero decidiste estudiar Bellas Artes". Parece que lo estoy escuchando ahora mismo. Espera, no es mi imaginación, lo estoy escuchando ahora mismo.
Miro hacia la puerta del restaurante en el que tenemos reserva y lo veo.
—Qué bueno está tu hermano. Me lo follaría hasta matarlo —suelta Sara.
—No seas loba y deja un poco para las demás. Yo me lo tiraría ahora mismo, aquí, en medio de la calle —dice Sofía como si fuera lo más normal del mundo.
—Tranquila, nos lo tiramos las dos a la vez. Seguro que no pone ningún inconveniente —y rompen en carcajadas.
Me consta que son capaces de hacerlo. Lo de follárselo en medio de la calle no estoy segura, pero lo de tirarse a un tío las dos a la vez, ya lo he vivido, en vivo y en directo. Más o menos como lo de esta mañana.
Al escuchar las carcajadas, mi hermano mira hacia nuestro grupo, me ve y viene hacia nosotros. Me da un beso en la mejilla.
—Hola, Dani. Buenas noches, chicas —les sonríe—. ¿Qué tal, Roberto? —le tiende la mano—. ¿Qué haces aquí? —se dirige a mí otra vez. Me aparta un poco del grupo para conseguir algo de privacidad. Mientras hablamos, he de contener la risa porque la jauría que hemos dejado, justo a la espalda de Fernando, está que se sale y sólo les falta meterle mano.
—Vengo a cenar —me pongo seria—. Igual que tú. Roberto ha reservado —le digo un poco a la defensiva porque sé que cree que este sitio es demasiado caro para mí.
—No hace falta que tengas aquí una de tus pataletas... —me doy la vuelta para irme, pero me coge del brazo—. Vale, perdona. No te pongas así —mira su reloj—. Tengo que dejarte. He de entrar, llego bastante tarde y este cabrón retorcido... —dice más para sí que para mí, pero he decidido que voy a picarle.
—¡Ah!, has quedado con el cabrón retorcido del que me has hablado, ¿cuál es el problema? ¿Te has encontrado con la horma de tu zapato? —cruzo los brazos.
—No te pases..., es complicado. Debo entrar —vuelve a mirar su reloj—, no me conviene cerrar este trato habiéndolo mosqueado.
Me da un beso en la mejilla y se aleja adentrándose en el local.
—Hasta luego, chicas —se despide de mis amigas obsequiándolas con su sonrisa de cerrar tratos, y no todos laborales. Qué cabrón, cómo sabe ganarse a la gente. Al fin y al cabo, forma parte de su trabajo.
Entramos en The Paris y lo encontramos repleto de gente. Todos vestidos con elegancia. Tenemos que esperar en la barra y allí nos tomamos unas copas mientras aguardamos mesa. Siempre he creído que lo de reservar implicaba no tener que esperar, pero esa regla aquí no cuenta. Cuando nos informan de que la mesa ya está preparada y nos acompañan a ella, yo llevo tres copas y media de vino. No me cuesta andar por esos pasillos estrechos, pero tampoco es coser y cantar. Roberto me da la mano.
Nos acomodan en una mesa pequeña, al fondo de la primera sala. Existe otra contigua mucho más exclusiva y tranquila donde debe cenar Fernando. No lo he visto desde que hemos entrado. Pedimos la comida y otra botella de vino. A la media hora no cantamos 'María, la portuguesa' porque no es sitio ni lugar, pero ganas no nos faltan. Cinco copas de vino después, necesito ir al baño. El lugar está un poco lejos, por eso llevo aguantando desde que nos sentamos, pero ya no puedo aplazarlo más, necesito ir, o esto va a parecer una comedia deplorable con un final muy poco digno. Me levanto y siento un poco de mareo. La jauría se ríe y Roberto se ofrece a acompañarme, pero le indico que no hace falta, sólo ha sido un traspiés.
—Estoy bien. No te preocupes. Necesito descargar —le digo agarrando sus hombros y pegando mi cara a su oreja, bajito y riéndome. Él me acaricia el hombro y posa su mano sobre mí.
De repente, siento un cosquilleo en el cuello junto a la nuca, baja hacia mi estómago y se instala allí. Es instantáneo. Miro hacia atrás y no veo a nadie observándome, pero tengo la sensación de que alguien está detrás.
Le doy un beso a Roberto en la mejilla y desaparezco de la sala. Me parece poco posible llegar a mi destino sin dar un tropezón o un batacazo haciendo el ridículo. Sería fácil montar un circo en esta pijada de restaurante, en realidad me divertiría un mogollón. Podría caerme a conciencia. Valdría la pena ver la cara de Fernando al advertir que su hermana ha perdido totalmente los papeles en un sitio donde deben conocerlo muy bien.
«No digas tonterías, Dani».
Estupendo, llego sin problemas. Miro hacia atrás antes de entrar, me agarro al pomo de la puerta y compruebo que nadie se ha percatado de las dos veces que casi beso el suelo. Persona alguna se fija en mí, aunque durante todo el trayecto me ha acompañado la rara sensación de que me vigilaban.
Entro en el baño, lujoso y sobrado de espacio. A mi izquierda, un lavabo de mármol con dos pilas y grifos dorados. A mi derecha, tres puertas esconden los retretes. Entro en una de ellas y hago lo que he venido a hacer. Me quedo bastante más tranquila. Salgo, me lavo las manos, me (des)peino un poco y me vuelvo a pintar los labios. Contemplo mi imagen reflejada en el espejo. No estoy nada mal. El negro siempre me ha sentado bien. Hoy tengo el guapo subido. Tomo clara conciencia de que, no obstante, la falda quizá peque de corta. Tiro en vano de ella hacia abajo, no se puede sacar de donde no hay.
—La tela no va a ceder —escucho una voz grave y profunda que, inexplicablemente, me hace estremecer.
Miro hacia ese rugido y me encuentro a un tipo con cara de enfadado y apretando los puños. ¿Perdona? Un momento, ¿quién coño es este tío borde?, ¿qué le importa lo que lleve puesto?, ¿y qué cojones hace en el baño de señoras? Me ha leído el pensamiento porque sigue:
—El baño es unisex —su voz aparenta más bien una amenaza. Señala el cartel que lo indica sin dejar de mirarme. Su semblante serio me estremece. Lo juzgaría un tío que quita el hipo, macizo más que bueno, si no me cayera tan mal, así sin conocernos. Pero, madre mía, cómo le queda el traje, esos brazos torneados, esos labios carnosos, esa mirada azulada...
Читать дальше