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Derecho y crimen en la literatura / Víctor Hugo Caicedo Moscote, Karim Elnecer Múnera, compiladores
Medellín, Colombia : Ediciones UNAULA, 2021.
228 páginas (Serie Tierra Baldía)
ISBN : 978-958-5495-77-7
I. 1. Cuentos – Colecciones. 2. Literatura y derecho. 3. Crimen en la literatura.
II. 1. Caicedo Moscote, Vícto Hugo. 2. Elnecer Múnera, Karim. 3. Londoño, Julio César. 4. Viñado Gascón, Isabel. 5. Villegas Muñoz, Gustavo Adolfo. 6. Maupa ssant, Guy de. 7. Peyrou, Manuel. 8. Alarcón, Pedro Antonio de. 9. Paz-Soldán, Edmundo. 10. Hemingway, Ernest. 11. Saki. 12. Sánchez Espeso, Germán. 13. Berkeley, Anthony. 14. Dahl, Roald. 5. Bierce, Ambrose. 16. Quintero, Ednodio. 17. García, Michel.
Serie Tierra Baldía
Ediciones UNAULA
Marca registrada del Fondo Editorial UNAULA
DERECHO Y CRIMEN EN LA LITERATURA
Trece cuentos
Selección y estudios: Profesor Víctor Caicedo y alumnos de la asignatura
Hermenéutica y Argumentación
La antología se realiza con fines pedagógicos en Unaula.
© Universidad Autónoma Latinoamericana
Primera edición: agosto de 2021
ISBN: 978-958-5495-77-7
ISBN-e: 978-958-5495-78-4
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Derechos de autor reservados
Corrección de textos
Ana Agudelo de Marín
Diagramación e impresión
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“Ejerzo la abogacía. Pero no me gusta el oficio. No obstante he trabajado con los mayores bríos, poniendo cuanto soy en el ejercicio profesional. Mi mayor anhelo es abandonar el foro, porque me impresiona morir leguleyo, con el alma prendida de un inciso. Tengo demasiada imaginación para consagrarme al derecho, que exige dotes menores, crítica y dialéctica...”
A la pregunta: ¿Qué bienes de fortuna posee?, contesta: “Un modesto patrimonio de pan llevar. Unas pequeñas propiedades urbanas y rurales, unas cuantas acciones bursátiles, muchos libros. Lo que más me interesa de todo es mi biblioteca particular. No tengo apuros económicos, pero mi fortuna es apenas una pobreza decente, lo que llaman la “comedia medianeza”. Mi capital productivo lo llevo conmigo a todas partes: es esta cabeza que ve el señor investigador, de la que se han caído el pelo y las ilusiones. Se trata de una máquina de hacer pensamientos, unos que se cambian por dinero, otros que no tiene precio”.
“Lo que más temo en el mundo –después del sano temor de Dios– es convertirme en un burgués satisfecho”.
Precisamente, porque soy un jurista en ejercicio, no tengo la superstición de la letra muerta de la ley. Creo en un derecho fundado en la voluntad de los hombres vivos. No solamente he estudiado leyes, sino su filosofía, su justificación ética” 1.
Gilberto Alzate Avendaño
Connie Zweig expresa en el prólogo algunas inquietudes que lo llevaron a la edición de la presente obra: “Entonces pude comprender por qué hay gente que enloquece, por qué hay personas que se lanzan a vivir apasionadas aventuras amorosas a pesar de disfrutar de una relación matrimonial estable; porque hay quienes, gozando de una sólida seguridad económica, se dedican a robar, atesorar o malgastar el dinero; entonces comprendí en fin, por qué Goethe dijo que jamás había escuchado hablar de un crimen que él no fuera también capaz de cometer. Me sentía capaz de cualquier cosa.
“En esa época recordé haber leído en algún lugar la historia de aquel juez que, poco antes de condenar a muerte a un asesino, reconoce en los ojos del condenado sus propios impulsos criminales” 2.
Primera nota liminarEL CUENTO Y LA FLECHA
Julio César Londoño
Segunda nota liminar “LA AVERÍA”, DE DÜRRENMATT
Isabel Viñado Gascón
Presentación
Gustavo Adolfo Villegas Muñoz
— CUENTOS—
LA CONFESIÓN
Guy de Maupassant
EL VERDUGO WANG LUNG
Una vieja historia china
LA ESPADA DORMIDA
Manuel Peyrou
EL CLAVO
Pedro Antonio de Alarcón
LA PUERTA CERRADA
Edmundo Paz-Soldán
LOS ASESINOS
Ernest Hemingway
LA JAURÍA DEL DESTINO
Saki
LA VENTANA
Germán Sánchez Espeso
EL ENVENENADOR DE SIR WILLIAM
Anthony Berkeley
CORDERO ASADO
Roald Dahl
UNA CONFLAGRACIÓN IMPERFECTA
Ambrose Bierce
VENGANZA
Ednodio Quintero
LOS ASESINOS DE HEMINGWAY
Michel García
EPÍLOGO
COMENTARIOS
REFERENCIA CIBERGRÁFICA
NOTAS AL PIE
Primera nota liminar
EL CUENTO Y LA FLECHA
Julio César Londoño 3
Primero, una confesión: detesto las novelas policiacas. No concibo que deba uno leer cuatrocientas páginas para descubrir que el asesino de la condesa de Lexter era su yerno, y que todo se supo porque entre los dedos de la señora encontraron un pelo que llevó al sagaz detective a deducir que el asesino tocaba el saxo, vivía en el 114 de Tottenham Street, y no era calvo.
No. A mí me basta con saber que la viejita fue destripada honradamente. En cuanto al desarrollo de la historia, prefiero que sea económico. Me explico. Cuando exijo soluciones honradas quiero decir que el final debe ser lógico, es decir, que el detective no le deje todo el trabajo al computador y que el asesino no sea un tipo con poderes sobrenaturales ni un sicario que aparece a última hora contratado por una sociedad secreta que tiene tentáculos en Roma, Tokio y Antofagasta, y cuyos miembros, descendientes directos de los templarios, se reúnen los jueves a tomar té con galletas y componer sonetos en honor de la condesa de Lexter, que era el jefe máximo, pero, por desgracia, nadie estaba al tanto debido al carácter mismo de la sociedad.
Cuando digo que prefiero un desarrollo económico, quiero decir que para este tipo de historias el género perfecto es el cuento. Así nos evitamos los templarios, las galletas, las alusiones al clima, la descripción del camafeo de la condesa y las tensas conversaciones wildeanas junto a la chimenea.
Entre los cuentos policiacos, mis favoritos son los que ensayan soluciones al “Problema del cuarto amarillo”: la víctima aparece asesinada en una habitación herméticamente cerrada por dentro.
La primera solución se llamó “Los asesinatos de la Rue Morgue” y se la debemos al inventor del género, un borracho que fue también el primero en descubrir al lector y escribir crítica técnica, Edgar Allan Poe. “Un tipazo”. “Punto muerto” de Barry Perowne y “La Navidad de Hércules Poirot” de Agatha Christie resuelven con elegancia sus nudos.
Un paréntesis: a Conan Doyle le pareció que el asesinato de un mero prójimo era muy fácil y escribió una historia en la que el criminal asesina trescientas personas de un solo golpe sin dejar el más mínimo rastro de ellas (¡nada de pelos!) ni del tren en que viajaban. Claro, no pudo hacerlo todo dentro de una habitación, pero el resultado fue impecable: “El tren especial desaparecido”.
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