Carecemos así pues de una posibilidad de determinar nuestra conducta. No podemos establecer un plan, una estrategia. Ni siquiera el hecho que alguien nos asegure que se trata solamente de un “juego” nos libra de la preocupación y del miedo que provoca el no saber hasta dónde pueda llegar ese juego.
Los personajes de Kafka son víctimas del absurdo. Los de Tchejov se esfuerzan en olvidar ese absurdo mediante el trabajo. Dürrenmatt se niega a sublimarlo, pero tampoco quiere perecer en él.
Como ya hemos dicho, en la adaptación para la radio, el viajante se despierta vivo a la mañana siguiente. En la obra de teatro, en cambio, no. Los actores se burlan del viajante Traps y le consideran un orgulloso insolente por haberse quitado la vida. ¿Por qué? Porque a la vida, justo por no tener sentido, justo por ser solamente un juego, no se la puede tomar nunca en serio. Ni a ella, ni a los jugadores, que somos nosotros mismos. Al suicidarse, Herr Traps se está tomando demasiado en serio; le está dando a su existencia una trascendencia que no tiene. De ahí el desprecio que genera en los otros. La muerte, a su vez, tampoco tiene sentido: no ofrece ninguna solución e impide cualquier posibilidad de esperanza.
Afirmar que la vida no tiene sentido porque es un juego admite varias lecturas.
Por una parte, supone repetir lo que Calderón de la Barca escribió: “Que la vida es sueño y los sueños, sueños son”.
El problema surge cuando la vida deja de ser un “sueño” para transformarse en “pesadilla”, y no tener éxito en el juego nos convierte no sólo en “perdedores”, sino en fracasados. Que la vida siga su curso no significa que nosotros vayamos a despertar en primavera.
En segundo lugar, el esfuerzo de algunos por establecer las normas y la inercia de los otros por seguirlas determina que algunos tengan más poder dentro del juego que otros.
En tercer lugar, el sentimiento de culpabilidad que lleva a Herr Traps al suicidio no contagia, sin embargo, a aquellos que le han llevado a tomar semejante decisión. En la narración, el fiscal admite que el viajante, con su ahorcamiento, le ha destrozado la noche. En la obra de teatro el juez se lamenta de que casi lo ha conseguido. Los cínicos encuentran siempre razones para justificar su conducta. Los únicos que se sienten culpables y los únicos a los que se les puede hacer sentir culpables son los seres morales.
Cabría preguntarse cuáles son los factores que les confieren tal situación de ventaja a los cínicos y de qué manera podrían los otros invalidar su posición de poder o, al menos, restarle fuerza.
La respuesta a la primera pregunta es doble. Como ya hemos dicho, algunos jugadores pueden dictar las reglas y eximirse ellos mismos de su cumplimiento debido, por un lado, a la pasividad de los otros jugadores, que aceptan tal situación, y, por otro, a las relaciones personales que mantienen con altas esferas del poder, lo que les confiere una situación de privilegio con respecto al resto de los participantes: “El Ministro de Justicia es amigo y alumno del Juez”, se dice en la obra de teatro.
Esto implica, es cierto, la supremacía inicial de unos cuantos. Traps no sólo es consciente de ello, sino que además se considera impotente para hacerles frente. Tal convicción permitiría aclarar su suicidio. En un mundo sin Dios y sin Justicia, la muerte aparece como la única salida posible.
Sin embargo, Dürrenmatt se niega a aceptar esta postura derrotista. Precisamente la falta de Justicia permite abrir la puerta a otras posibilidades. En primer lugar, uno puede decidirse a ser un cínico como los otros. Esto explica el comportamiento agresivo de Herr Traps en la escucha radiofónica, donde a la mañana siguiente se levanta pensando en aniquilar a todos sus competidores.
Una opción distinta sería la solución kantiana. Es importante darse a sí mismo normas a seguir para poder contraponerlas a aquellos cínicos que exigen de los demás comportamientos que ellos mismos no siguen. Al poseer nuestras propias reglas de conducta, disponemos igualmente de un muro de contención contra las reglas que proceden del exterior. Hay que aprender a decir “no” a los falsos críticos. Ello exige el desarrollo constante del juicio crítico.
Por último, que la vida sea un juego no significa que haya que tomársela con ligereza. Hay juegos muy serios. Sino, que se lo pregunten a los jugadores de póker.
Gustavo Adolfo Villegas 5
Como docente se me ha encargado la tarea de prologar la antología realizada por los estudiantes de la Facultad de Derecho de la Unaula. Teniendo ello en la mente puedo decir que la naturaleza humana, para bien o para mal, está dotada del don de la comunicación y, a través de ella, deja constancia de su existencia. Ese conjunto de palabras que sirve para exteriorizar ideas, sentimientos, pasiones, constituye, sin duda, la base fundamental de su existencia. Mediante el lenguaje, sea verbal, gestual cifrado o escrito, se impone el orden y la convivencia del ser humano, dada precisamente la fuerza de la palabra, de la cual, en última instancia, deviene el poder. Es así como la mayoría, sino todas las confesiones religiosas, por ejemplo, se soportan en hechos fantásticos narrados y transmitidos inicialmente por tradición oral y llevados luego al lenguaje escrito como forma, no solo de dar a conocer una realidad, sino además de imponer normas de conductas. En La Biblia cristiana, El Corán musulmán, El Rigveda del hinduismo, la Torá judía, el Tao Te Ching de la religión china, por mencionar algunos, son libros sagrados que relatan hechos fabulosos mediante los cuales se crea una determinada conciencia colectiva sujeta a una serie de normas éticas, legales y sociales, las cuales imponen un comportamiento personal y colectivo. Así se origina el Derecho.
Pero la fuerza del lenguaje no solo sirve para formular cierta forma de convivencia, sino también para trascender más allá, hacia la estética, hacia lo bello, hacia lo sublime, razón por la que existe la música, la danza, el teatro, la poesía, la literatura, el cine, en fin, el arte como forma de expresión. Aquí cabe preguntar: ¿qué sería del ser humano sin el arte? Y es que el arte es, sin lugar a dudas, el solaz de las pasiones. La vida cotidiana se circunscribe a una serie de emociones que producen diversos sentimientos, los que, a su vez, enmarcan una actuación. El pánico, por ejemplo, denota miedo o nerviosismo y conduce a un determinado comportamiento 6.
La literatura, como una de las bellas artes, describe, con la palabra, el transcurrir del tiempo en un espacio, real o imaginario, el comportamiento humano y sus pasiones. Los acontecimientos naturales y humanos narrados particularmente en la novela, en el cuento y, por qué no, en la poesía, tienen su origen casi siempre en la condición humana, materia prima de la que se ocupa el abogado. Podría afirmarse entonces que el escritor y el abogado comparten el mismo material de trabajo. De ahí que no pueda catalogarse el Derecho como una ciencia, pues ésta se fundamenta en fórmulas estrictas, mientras que el arte se ocupa del sentimiento, que provoca cierto comportamiento, de lo que se ocupa el justamente el abogado.
No basta pues con que el profesional del Derecho sepa de códigos y normas frías; debe investigar también los sentimientos que mueven el obrar de las personas para analizar el porqué de determinada conducta, pues, en término generales, cada ser humano vive su propia novela, más o menos dramática, según su particular destino. La misión del abogado, se nos figura, es comprender algunos dramas relevantes en el ámbito jurídico. Sin pretender escandalizar, siendo ello así, debería tenerse el Derecho como género literario autónomo, no tanto en cuanto al estilo, como a las pasiones y sentimientos que encierra.
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