– ¿Has visto el tío trajeado que al salir ha pitado? – Haciendo gala de su experiencia al haber observado la escena de lejos.
– Si, le he mirado la bolsa y estaba todo correcto. — Convencido de haberlo hecho bien.
– ¿Te has fijado que llevaba un abrigo colgado del brazo? – Haciéndole pensar.
– Si claro. Era un señor bien vestido, con un abrigo en el brazo. — Sin saber muy bien lo que le iba a decir.
– Pues debajo del abrigo llevaba dos libros. No me ha dado tiempo a decírtelo.
– ¿Cómo va a robar dos libros? ¿Un señor de esa edad y con esa imagen? – Sin salir de su asombro.
– No te fíes de las apariencias. Aquí vienen a robar gente que nunca te imaginarías que son ladrones.
– Me dejas perplejo. — Con cara de asombro.
– Si quieres conocer a las personas, fíjate en sus zapatos, no en la ropa. — Seguro de lo que decía.
– ¿En los zapatos? ¿Qué tengo que mirar en los zapatos? – Cada vez más despistado.
– Si son caros, si están limpios o sucios, si están desgastados, si van acorde a la vestimenta etc. — Haciendo un alegato sobre el calzado.
– Muchas gracias por la información, lo tendré en cuenta. Nunca le habría dado esa importancia a unos zapatos. — Pensando en la información recibida.
Se reflejaba en el rostro de Andrés cierta satisfacción cuando instruía a Rafael, quizá por el interés que éste mostraba, o quizá porque se le notaba la admiración que le suscitaba la experiencia de un Vigilante de la vieja escuela.
En cierto modo, la mayoría de los Vigilantes que allí prestaban servicio le parecían buenas personas, con un trato ameno y correcto hacia todo el mundo, muy profesional. A diferencia de los Guardas de Seguridad, que pudiera ser por su afán de agradar a los propios Vigilantes o simplemente por demostrar su valía, actuaban con mucho más celo o incluso con cierta arrogancia, como pudo comprobar Rafa en algunas actuaciones. La relación con los Vigilantes le era muy grata, a los que veía con una afinidad que no conseguía tener con determinados Guardas. Aunque su relación con ellos era correcta, no conseguía conectar y mucho menos tener la confianza suficiente para preguntar por temas profesionales o personales No quiso dejar en el tintero esa apreciación y aprovechando el buen rollo existente con Andrés, no tardó en preguntarle sobre la cuestión. La explicación que le dio fue sencilla, “somos como una familia”. Le quitó hierro al asunto haciéndole ver que aquellos chicos no habían conocido otros servicios en el poco tiempo que llevaban trabajando en Seguridad, lo que motivaba esa actitud tan a veces, algo agresivo. Una circunstancia normal, a tenor de los enfrentamientos, agresiones o amenazas que habían sufrido, algo que Rafa todavía no había experimentado.
La conversación con Andrés le hizo entender la actitud de sus compañeros, al referirse a la familia le dejó claro que llevarse mejor o peor con alguno, no implicaba que cuando había problemas todos hacían piña. Detalles como lo poco que duraban los Guardas de Seguridad en ese servicio, o que él mismo seguía a prueba a la espera de demostrar su valía cuando llegara la ocasión, le hizo avanzar otro pasito en el entendimiento de esa profesión, tan compleja y tan poco comprendida.
Su actitud cambió (como de costumbre o blanco o negro sin existir el marrón), dejó de estar agarrotado, con una visión totalmente diferente, olvidó sus prejuicios y se centró en tener un comportamiento activo y colaborador. Aunque no lo dijera, no le gustó que se pusiera en duda su valía. De alguna forma esa frase le hizo sacar al chico de barrio, acostumbrado a luchar y al que nunca le habían regalado nada en la vida. Estaba ansioso por demostrar el material del que estaba hecho, a pesar de que su idea preconcebida sobre la seguridad no era esa, también se dio cuenta de que en determinados sitios la testosterona era la que mandaba y ese era uno de esos sitios.
No tardó en llegar, algo fácil de prever en uno de los momentos más conflictivos del día, o mejor dicho, de la noche, pues era el momento del cierre. La hora de cerrar era sagrada, a las tres y media de la madrugada no se permitía el acceso a ninguna persona, colocándose dos compañeros en las puertas de entrada para canalizar la salida de clientes e impidiendo la entrada a nadie. Siempre había algún rifirrafe, sin llegar a mayores consecuencias a pesar de recibir algún insulto o amenaza de alguien que no entendía la prohibición. En uno de esos momentos le tocó estar a Rafa junto a otro compañero, como de costumbre recibiendo improperios y palabras mal sonantes a los que ya se iba habituando después de varios días. En esa ocasión llegó un pequeño grupo de chavales que se pusieron muy pesados, llamativamente pijos, pasados de copas o cualquier otra sustancia, en especial uno de ellos, quien no paraba de decir lo importante que era su padre. Aprovechando la salida de un cliente, se coló sin atender el requerimiento de Rafa para que saliera. Cuando se dirigió en su busca, éste salió corriendo por el pasillo; seguramente por el estado de excitación que se encontraba. Tropezó, yendo a parar a una estantería repleta de muñecos de peluche. Rafa intentó levantarle, pero lo que recibió a cambio fue un puñetazo que por suerte no llego a impactar, lo que si impactó en su cara fueron los dos guantazos que instintivamente le propinó Rafael. Después de contener a sus colegas y avisar a agentes de Policía, se lo llevaron detenido, no sin antes aconsejar a los agentes que detuviesen a Rafael por agredirle, a lo que uno de ellos simplemente le contestó, “algo habrás hecho”. A Rafa le agradó esa frase por su veracidad, aunque le fastidió que por culpa del pijo perdiese una pulsera que Diana le había regalado y por mucho que buscó jamás encontró.
Seguramente sería por ese episodio lo que propició un acercamiento de compañeros que hasta ese momento se encontraban distantes, no obstante, aunque lo agradeció, Rafael continuó en su línea de trabajo, con tranquilidad, paso a paso y actuación tras actuación, fue integrándose sin darse cuenta. Empezó a disfrutar de su trabajo, al fin y al cabo una de las cosas que mejor se le daba era comunicarse con la gente, y allí gente había, y mucha. Le agradaba ver pasar por el establecimiento cantantes, actores, presentadores, deportistas, políticos y un sin fin de celebridades que hacia su trabajo muy ameno. De alguna forma, su opinión sobre los famosos cambió drásticamente al hacerles terrenales. Verlos de carne y hueso, con sus virtudes y defectos, hizo que su visión en algunos casos diese un giro, algunos para mejor, otros, sin embargo, le defraudaron notablemente.
Aprendió formas diversas de cazar a los amigos de lo ajeno de una forma sutil, sin crear mucho revuelo ni ser llamativo, tal y como le habían enseñado sus formadores. Las consignas eran tan claras como no herir la dignidad de nadie, ni tan siquiera del delincuente, si quería evitar algún tipo de venganza posterior. Al fin y al cabo cada cual hacia su trabajo, unos robaban y otros prevenían el robo, unas veces ganaban unos y en otras ocasiones ganaban los otros, el truco consistía en no mezclar lo personal con lo profesional.
Al hablar con asiduidad con compañeros con los que en principio no hubo fluidez, no solo de cuestiones del servicio si no de temas personales, Rafa descubrió que la mayoría de los Guardas de Seguridad que allí había, estaban como él, a la espera a ser llamados a examen para Vigilantes Jurados. Esa noticia le llenó de aliento, ya que no era el único con el que se estaban retrasando a la hora de convocarle. La noticia hizo desaparecer sus fantasmas y malos pensamientos; también suponía un tema recurrente de conversación, a la vez también servía para de alguna manera, repasar cuestiones que pudiesen preguntar en el examen o resolver dudas entre todos. Por otra parte, le sorprendió enterarse de que la mayoría de los que estaban allí pendientes de examen, eran casi todos de la misma quinta, semana arriba o abajo, incluso había dos o tres con algo menos de antigüedad que Rafa, una antigüedad que se limitaba a un mes a lo sumo. Toda esa información le llenó el pecho de aire, incluso se permitía bromear con alguno sobre su veteranía.
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