Letras viajeras
Manuel Rico
ISBN: 978-84-15930-57-0
© Manuel Rico , 2015
© Punto de Vista Editores, 2015
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Índice
El autor El autor Manuel Rico (Madrid, 1952) es poeta, narrador y crítico literario. Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid, ha colaborado en diversos diarios y revistas (El Mundo, El Sol, Cuadernos Hispanoamericanos, Ínsula, Letra Internacional, Mercurio, Turia…). En la actualidad, además de sus colaboraciones en revistas, ejerce la crítica de poesía en el suplemento Babelia, del diario El País. Es autor, entre otras obras, de los libros de poemas La densidad de los espejos (Premio Juan Ramón Jiménez de 1997), Donde nunca hubo ángeles (Visor, 2003), y De viejas estaciones invernales (Igitur, 2006). Una amplia selección de su obra poética se recoge en la antología Monólogo del entreacto. 100 poemas. (2007) publicada por Hiperión. Trenes en la niebla (Espasa, 2005) y Verano (Alianza, 2008) son sus últimas novelas, esta última galardonada con el Premio Ramón Gómez de la Serna 2009. Es autor del único ensayo publicado sobre la totalidad de la poesía de Manuel Vázquez Montalbán, Memoria, deseo y compasión (Mondadori, 2001) y del libro de viajes Por la sierra del agua (Gadir, 2007). Dirige la colección de poesía de Bartleby Editores y la sección de cultura del diario digital Nueva Tribuna. Con su libro Fugitiva ciudad, obtuvo el Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández en su edición de 2012.
Introducción
Gentes y tierras con corazón de roble
Donde termina la alta Alcarria
Caminata con Rubén Caba por tierras del Arcipreste
Visita a Bécquer en su celda de Veruela
Calaceite, Donoso y el boom latinoamericano
Corazón de roble II: de Soria a San Esteban
John Dos Passos, de Nueva York a La Mancha profunda
Con Azorín, en Riofrío de Ávila
Los foramontanos de Víctor de la Serna
La sierra del poeta olvidado: otro Madrid
Cela, la Alcarria y los más débiles
Corazón de roble III: hacia Aranda de Duero
Con Richard Ford, por tierras de Albarracín
Andersen visita Cádiz y Granada
“Horas en Córdoba”, con Azorín
Las Hurdes caminadas por Unamuno
Sarnago y la Alcarama de Abel Hernández
Viaje a la Soria sucedida de Gerardo Diego
Juan Goytisolo, viajero por los campos de Níjar
Verano del 62: Juan Marsé viaja al sur
Cádiz, de la sierra al mar
Por el sueño navegable de Castilla con Guerra Garrido
Richard Ford nos lleva a la Cantabria del siglo XIX
En el Café Gijón de Francisco Umbral
El Duero de Julio Llamazares I
El Duero de Julio Llamazares II
Cees Nooteboom y El desvío a Santiago
Pessoa, guía turístico de Lisboa
Miguel de Unamuno llega a Coimbra
El canto viajero de Claudio Rodríguez
Con Mestre en el otoño de El Bierzo
Por las Hurdes con Ferres y López Salinas
Por la sierra de Ayllón con Jorge Ferrer-Vidal
En la “ciudad castellana” de Azorín
En “La isla dorada” con Miguel de Unamuno
El año en Provenza de Peter Mayle
En Trás-os-Montes, con Julio Llamazares (I)
Viajar por Soria con Antonio Machado
Por Donde Las Hurdes se llaman Cabrera , con Ramón Carnicer
En Trás-os-Montes, con Julio Llamazares (II)
Corazón de roble IV, de Peñaranda a Maderuelo
Por las Rías Bajas con Miguel de Unamuno
Jesús Torbado y su Camino de plata
En León, con Gamoneda y su infancia
El autor
Manuel Rico (Madrid, 1952) es poeta, narrador y crítico literario. Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid, ha colaborado en diversos diarios y revistas (El Mundo, El Sol, Cuadernos Hispanoamericanos, Ínsula, Letra Internacional, Mercurio, Turia…). En la actualidad, además de sus colaboraciones en revistas, ejerce la crítica de poesía en el suplemento Babelia, del diario El País. Es autor, entre otras obras, de los libros de poemas La densidad de los espejos (Premio Juan Ramón Jiménez de 1997), Donde nunca hubo ángeles (Visor, 2003), y De viejas estaciones invernales (Igitur, 2006). Una amplia selección de su obra poética se recoge en la antología Monólogo del entreacto. 100 poemas. (2007) publicada por Hiperión. Trenes en la niebla (Espasa, 2005) y Verano (Alianza, 2008) son sus últimas novelas, esta última galardonada con el Premio Ramón Gómez de la Serna 2009. Es autor del único ensayo publicado sobre la totalidad de la poesía de Manuel Vázquez Montalbán, Memoria, deseo y compasión (Mondadori, 2001) y del libro de viajes Por la sierra del agua (Gadir, 2007). Dirige la colección de poesía de Bartleby Editores y la sección de cultura del diario digital Nueva Tribuna.
Con su libro Fugitiva ciudad, obtuvo el Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández en su edición de 2012.
Los textos que componen esta obra provienen del blog del autor “Letras viajeras”
( http://www.eco-viajes.com/blogs/letras-viajeras/).
Introducción
Escribió el comediógrafo belga Francis de Croisset: “La lectura es el modo de viajar de aquellos que no pueden tomar el tren”. La literatura de viajes es, en el fondo, otra forma de viajar. Aunque hayamos visitado determinados paisajes o ciudades, aunque los conozcamos a fondo por haber vivido en ellos durante un tiempo, cuando leemos un libro, o una pieza literaria en la que se cuenta el recorrido de un determinado escritor por esos lugares, volvemos a vivir nuestra experiencia. Filtrada por la mirada del escritor, enriquecida por perspectivas nuevas, que se mezclan con nuestros recuerdos, nuestra mirada y nuestra memoria hasta fundirse con la apuesta narrativa o poética del autor.
Intento recordar cuáles fueron mis primeras lecturas viajeras y me viene a la cabeza alguna de las leyendas de Bécquer. Aunque se trataba de un relato, tuvo la virtud de hacerme viajar al monasterio de Veruela, a los paisajes del Moncayo. Después leí al Unamuno de Por tierras de Portugal y de España, al Azorín de Castilla y, sin solución de continuidad, desemboqué en el Viaje a la Alcarria, de Camilo José Cela.
Recuerdo aquellos “viajes” con la imaginación en tardes de verano en mi casa familiar en un barrio periférico de Madrid. Con Unamuno, olía los bosques de la sierra de la Peña de Francia, en Salamanca, o sentía el bochorno del sol implacable de algún pueblo de Castilla al mediodía o el fresco, oloroso a cuero y a madera, de alguna casa solariega con zaguán en sombra de algún capítulo del libro de Azorín, o el frío matinal en la estación de Atocha cuando Camilo José Cela se dirigía, al amanecer, al tren de madera que habría de llevarlo a Guadalajara, primera estación de su viaje inmortal.
Eran letras viajeras, invitaciones a conocer ciudades, cordilleras, caminos, aldeas, con el poderoso instrumento de la imaginación avivada por la palabra. Después vendrían muchos libros más. Muchos viajes sin tomar el tren. A lugares que, con el paso del tiempo, pasarían de la imaginación a la realidad.
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