Manuel Rico - Letras viajeras

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Letras viajeras es un recorrido, apasionado y apasionante, por la mejor literatura de viajes. Nacido del blog del mismo nombre que Manuel Rico comenzó a escribir en el verano de 2011, se trata de un libro en el que el autor madrileño nos invita a recorrer pueblos, ciudades, paisajes y naturaleza a través de su palabra y de la palabra de los grandes nombres de la literatura universal: de Antonio Machado a Richard Ford, de Juan Carlos Mestre hasta Jesús Torbado, Camilo José Cela o Christian Andersen, entre otros muchos.
Un libro de viajes que se nutre de la literatura de viajes. En Letras viajeras está el Manuel Rico narrador, el Manuel Rico ensayista y crítico y, sobre todo, el Manuel Rico poeta que ama el viaje y se apasiona ante las capacidades de la palabra para recrearlo y, sobre todo, para compartirlo, en su más profunda dimensión, con los lectores. La magia de la palabra y de la literatura para recobrar colores, olores, sensaciones, para hacernos imaginar ríos, callejas, cordilleras, rincones desconocidos, senderos que quizá jamás visitemos en la realidad.
Autores de la generación del 98 como Azorín, Unamuno o Antonio Machado; poetas y narradores de generaciones recientes como Julio Llamazares o Juan Carlos Mestre, narradores de nuestra generación del medio siglo como José Manuel Caballero Bonald, Juan Goytisolo o Juan Marsé, o escritores olvidados de esa misma leva como Antonio Ferres, Armando López Salinas, Jorge Ferrer Vidal o Ramón Carnicer; viajeros y escritores anglosajones enamorados de nuestro país como John Dos Passos, Richard Ford o Christian Andersen; caminantes que escribieron libros hoy inencontrables como Rubén Caba o Víctor de la Serna; poetas tan singulares como Diego Jesús Jiménez, Fernando Pessoa reconvertido en guía turístico en Lisboa o el premio Cervantes Antonio Gamoneda.

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Pero el encanto de Calaceite no sólo se encuentra en su arquitectura, ni en los alrededores, esa comarca rara e híbrida del río Matarraña, sino en determinados habitantes. Pocos saben que allí vivieron, durante dos años y en un refugio de libros y amistades, de pasión por sus paisajes y escritura, el gran narrador chileno José Donoso y su mujer Pilar Serrano. Su vida allí, iniciada tras una invitación del traductor al francés de El obsceno pájaro de la noche, convirtió Calaceite, en las décadas de los 70 y 80 del pasado siglo, en un foco de intensa actividad cultural: atrajo la presencia, unas veces fugaz y otras con vocación de continuidad, de los escritores, españoles e hispanoamericanos, que comenzaban a consolidarse en aquellos años. Vargas Llosa, García Márquez o Carlos Fuentes protagonizaron veladas, que imaginamos intensas y emocionantes, al calor de la chimenea de la casa (piedra y madera) de José Donoso. Jorge Edwards, Bryce Echenique, Luis Buñuel, Carlos Barral, junto con poetas como Ana María Moix, artistas plásticos como la ceramista Natacha Seseña o el pintor Albert Ràfols-Casamada... De esa experiencia dejó constancia el propio José Donoso en su Historia personal del “boom”, fechado en Calaceite en 1971. Y Pilar Serrano, en El “boom” doméstico.

Imaginemos los inviernos de Calaceite, los encuentros de aquellos intelectuales, la vida de una niña llamada Pilar Donoso, alejada del mundanal ruido y descubriendo un mundo rural y extraño. Imaginemos la soledad de sus calles azotadas por el cierzo. Y viajemos a tan evocador lugar con las palabras viajeras. Con las de Pilar Donoso, que así empieza su evocación:

“Por navidades hace mucho frío en Calaceite, el pueblito del Bajo Aragón en España donde vivimos varios años Pepe, mi marido, nuestra hija Pilarcita, nuestro perro “Peregrine” y yo, amén de tres gatos que allí acogimos. Aquel año 1971 el cierzo (viento helado de la región) soplaba con particular encono. La gente del pueblo, acostumbrada a pasar frío en sus antiquísimas casonas de piedra, lo soportaba sin mayores comentarios, preparándose para celebrar las fiestas de fin de año”.

Y así comienza el relato de Emilio Ruiz Barrachina en Tinta y piedra:

“Aparece Calaceite, difuminado, borroso, detrás de la lluvia. Desde la carretera nadie imagina, de no conocerlo, el pueblo escondido en la falda del otero. Es un cuento de hadas amarillas, sus casas de piedra, la historia oculta en las juntas perfectas de los sillares.”

Y allí está, viva todavía y ocupada por otras gentes, la casa que compró y habitó el escritor chileno. Mejor dicho, las casas: porque, tal y como nos cuenta Ruiz Barrachina en su libro, Donoso compró, por 100.000 pesetas, tres casas de piedra que convirtió en su hogar durante dos años. En esa casa, hoy vive Jane, una mujer inglesa que fue diseñadora de modas y que un buen día se enamoró de Calaceite y decidió, en 1984, trasladar su vida a ese lugar mágico.

Del libro surgió un magnífico documental. En él se da cuenta de lo que fue la vida cultural y literaria (también su cotidianidad) en aquel tiempo. Su título, Calaceite: tinta y piedra, donde el viaje con las palabras se complementa con el viaje a través de las imágenes.

Corazón de roble II: de Soria a San Esteban

Quedó atrás la ciudad de Soria en el viaje que Ernesto Escapa nos cuenta en su hermoso libro Corazón de roble (Gadir, 2011), que ya conocemos bien. Y quedaron atrás Duruelo, Vinuesa, y la Laguna Negra, el escenario trágico de la historia que Antonio Machado narra y poetiza en La tierra de Alvargonzález, ese estremecedor poema integrado en su libro Campos de Castilla. También quedaron atrás Covaleda, y los pinares interminables a los que cantaran Gerardo Diego y José García Nieto. Avanzamos, con Escapa, hacia el límite de Soria con Burgos acompañando al Duero en su último tramo como río soriano, paseamos Berlanga (“Calles recogidas y tiradas de soportales apeados sobre viejos troncos de enebro dan paso al recinto singular de su Plaza Mayor, una de las estancias más equilibradas y hermosas del urbanismo castellano”, leemos en Corazón de roble) y, cuando queda atrás, nos asomamos a pueblos pequeños, casi aldeas, en los que siempre nos sorprende una vida cotidiana que difícilmente podríamos asumir los bichos capitalinos: muchas veces, cuando en tren o en coche, he pasado cerca de esos pueblos desconocidos, he intentado ubicar mi vida allí, pensar en qué ocuparía el tiempo, cómo contemplaría la existencia, y siempre me ha invadido una extraña sensación de quietud, de serenidad. También, todo hay que decirlo, un incierto vértigo hecho del miedo a la soledad, a la rutina, a un mundo pequeño aunque apacible. Eso nos ocurre, incluso en la lectura, con nombres como Matute de Almazán, Tejerizas, Matamalo, Alcubilla del Marqués, Pedraja de San Esteban...

Tierras de pinar y tierras de trigo. Ermitas románicas que, sin esperarlo, se asoman a nuestro interior como invitaciones al retiro o a la meditación. A un lado queda La Rasa, donde nació el sindicalista Marcelino Camacho, ciudad que fue núcleo ferroviario en la edad de oro de las locomotoras de carbón y los vagones de tercera (“siempre sobre la madera / de mi vagón de tercera”, escribió don Antonio), y a otro Ucero, y el cañón del Río Lobos, y el Burgo de Osma con su catedral, agregación de piedra y de siglos “desde sus vestigios románicos hasta el esplendor neoclásico”.

San Esteban de Gormaz es, tal vez, la ciudad más integrada con el Duero de todas las que Escapa describe en Corazón de roble. Sus iglesias románicas, de una pureza extrema (San Miguel, Santa María del Rivero) se complementan con el Parque del Románico, en el Molino de los Ojos, en plena ribera del Duero, un lugar casi mágico, como extraído de algún libro de cuentos de la Europa central, acostumbrada a convivir, desde el principio de los tiempos, con los ríos. Así describe Escapa ese lugar: “Al otro lado del río se van las casas de campo con sus embarcaderos y los jardines que se derraman en el Duero. Este paraje de los Ojos solía pasar inadvertido a los visitantes del Duero soriano por su apartamiento de las rutas convencionales”. Pues bien, como este lugar, parte de la ciudad de San Esteban de Gormaz, son muchos los rincones desconocidos que suelen ocultarse, casi siempre, a la mirada del viajero. En Corazón de roble los conocemos a fondo, incluso en su temblor más íntimo. Gracias a la palabra. A la literatura que viaja y nos hace viajar. ¿Es así o no?

John Dos Passos, de Nueva York a La Mancha profunda

¿Imaginamos a John Dos Passos, el autor de la mítica novela Manhattan Transfer, la epopeya de la Nueva York de los años veinte del pasado siglo, viajando por la Castilla profunda, deteniéndose en fondas, cantinas y aldehuelas que pudo visitar Don Quijote? No es fácil imaginarlo, es verdad. Pero ahí estuvo. Vivió en España una temporada, en los “felices veinte” (los años de El Gran Gatsby de Scott Fitzerald) y pateó el territorio que separa Madrid de Toledo. Aquella experiencia lo llevó a escribir una sucesión de estampas periodísticas. Tales estampas fueron recogidas en un libro titulado Rocinante vuelve al camino, reeditado, en español, hace nueve años.

Dos Passos habla con taberneros, con viajantes de comercio, con arrieros, con “el panadero de Almorox”, conoce a Pastora Imperio o a Vicente Blasco Ibáñez, asiste a conferencias, entre ellas una, que relata en el libro, de Valle-Inclán, o es testigo del entierro de Galdós: “La calle de enfrente era un lento río de gente silenciosa que marchaba arrastrando los pies, pies con botas de charol y botines, pies con zapatos cuadrados, zapatos puntiagudos, alpargatas”. ¿No es magistral el viaje que realiza por la distinta condición social de los asistentes al entierro con sólo echar una mirada a sus pies, a su calzado?

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