Después de la noticia, una vez integrado en la empresa donde prestaba servicio, con un cuadrante muy llevadero que le permitía tener tiempo libre para estar con su novia y amigos, se le antojaba un mes de agosto rutinario. La sorpresa no tardó en llegar, por contrapartida pudo ver otra de las caras de la Seguridad Privada, hasta ese momento desconocida para él. Le avisaron a través de la emisora de radio, recientemente instalada, sobre la necesidad de que cubriera otro servicio en sus días libres. De una forma sutil, a caballo entre la obligatoriedad y la voluntariedad, una situación que pilló desprevenido a Rafael. Se quedó algo bloqueado, con un contrato de seis meses, una antigüedad de un mes, en puertas para examinarse para Vigilante Jurado y sin haber superado el periodo de prueba, la contestación era obvia, no le quedaba otra que cubrir los días que le dijeron. El servicio en cuestión no era ninguna bicoca, se trataba de un edificio que se encontraba en obras en el centro de Madrid. Una tienda de ropas de moda que solo se prestaba servicio en turno de noche, lo que significaba que algunos días trabajaba de mañana en su servicio habitual y por la noche en la obra. Esa situación duró el mes de agosto prácticamente entero, lo que en principio iba a ser un mes tranquilo se convirtió en agotador. De cualquier forma, siempre sacaba un rato para ver a su novia a la que contaba las peripecias que le surgían diariamente. Ella, como de costumbre, le quitaba hierro a las cuestiones que irritaban a su novio, le daba la vuelta a la tortilla animándole a que le contara las anécdotas que le ocurrían. Por lo general tenía éxito y lo normal es que terminasen ambos riéndose.
En cierto modo, no dejaban de ser algo peculiares, como el episodio que tuvo con un vagabundo que se le coló a Rafael en la obra, al verse sorprendido saltó la valla sin casi rozarla. Fue la reacción de su novio lo que producía la risa incontrolada a Diana, cuando éste animó al sin techo a que se presentase a las olimpiadas ante tal despliegue físico. En otras ocasiones, no sabía si reír, preocuparse o ambas cosas, al menos cuando le contó su desliz al volver de trabajar y quedarse dormido en el tren durante dos horas en una vía muerta, a dos poblaciones de su residencia y tener que ser despertado por un operario de limpieza.
A pesar de ganar más dinero que en trabajos anteriores, no terminaba de convencer a Rafa el sueldo de Guarda de Seguridad, sobre todo, si tenía en cuenta la cantidad de horas que realizaba. No lo veía claro, solo esperaba que su ascenso llegara pronto pues implicaba una subida salarial sustancial, lo que les permitiría hacer planes de futuro.
Una vez empezado el mes de septiembre, de alguna manera volvió a la normalidad en cuestión de horarios. Pudo presentar en su empresa todos los documentos necesarios para optar a la siguiente convocatoria para ser Vigilante, solo quedaba esperar. Su servicio lo tenía totalmente controlado, era ameno, sin episodios graves lo que ayudaba a que cada día acudiese con buen ánimo. La cosa cambió cuando recibieron una comunicación del Director del centro, ordenando el registro de bolsas y mochilas de los operarios a la salida.
El primero que tuvo que hacerlo fue Rafa, que pidió a uno de los empleados de almacén que le enseñara su bolsa al salir. El chaval más o menos de su edad, de buen carácter, le cambió el semblante cuando le descubrió un juego de vasos dentro de la mochila. Para Rafa fue un momento muy desagradable, a pesar de toda la formación que había recibido no supo qué hacer, sobre todo cuando el chico se le puso a llorar. Le imploró que le perdonase, argumentando éste que había sido una chiquillada y que lo pondrían de patitas en la calle. Después de unos minutos dramáticos, Rafa le pidió que dejase los vasos en su sitio, no sin antes avisarle que no habría una segunda oportunidad. Nervioso, le abrazó con lágrimas en los ojos sin parar de darle las gracias, suficiente para ablandar totalmente el corazón de Rafael.
Ahí quedó todo, sin pasar el tema a mayores, pero para Rafa supuso un quebradero de cabeza ético cuestionándose si a nivel profesional había hecho lo correcto. Como de costumbre fue su novia la que de alguna manera le convenció de que había actuado en conciencia sin poner en cuestión su grado de profesionalidad. Le costó trabajo, pues si algo tenía en valor su novio era su alto concepto de la responsabilidad unida a una ética escrupulosa, dos factores que coincidieron en su primera intervención. Finalmente, pudo convencerle y se lo tomó como una experiencia, aunque también ayudó el hecho de que el chaval aprendió la lección y jamás, al menos con Rafa, volvió a coger nada que no fuese suyo.
Por esas fechas, se incorporó una nueva secretaria, una chica espectacular de gran belleza física con la que Rafa congenió muy bien, tanto con ella como con su novio, quien iba a llevarla y recogerla a diario. Parecía una pareja ideal a los que se veía aparentemente enamorados, al menos eso es lo que pensaba Rafa, hasta que recibió una llamada del Director de almacén (una persona poco comunicativa, con la que simplemente había intercambiado saludos). Le pareció extraña la llamada aunque sus sospechas fueron en aumento cuando le pidió que acudiera a su despacho urgentemente. De inmediato se dirigió hacia el lugar expectante, cuándo llegó le esperaba el señor sentado y la secretaria de pie, a la que se veía claramente nerviosa.
– Buenas tardes, se preguntará por qué le he llamado. – Con gran esfuerzo para conseguir empatizar con Rafael, sin conseguirlo.
– Buenas tardes, usted dirá. — Totalmente despistado.
– Supongo que el novio de la señorita está arriba esperándola. — Con tono frío, controlando la situación.
– Sí señor, precisamente estaba hablando con él. — Con una confusión absoluta, sin saber exactamente el motivo de aquella situación.
– Bueno, le voy a decir que la señorita y yo estamos juntos y simplemente le he llamado para que nos abra la puerta de abajo. Vamos a salir los dos en mi coche. — Claro y directo, con una gran frialdad y una actitud totalmente opuesta a la de la secretaria, a la que se veía pálida, sin pronunciar palabra.
– No se preocupe, ahora mismo le abro la puerta. — Sin dejar de pensar en el novio que estaba arriba esperando.
– Muy Bien. Por favor dígale al novio de la señorita que nos hemos ido ya. — Como si le hubiese adivinado el pensamiento.
– No se preocupe.
– Muchas gracias.
Ambos montaron en su flamante Alpha Romeo y salieron. Rafael estaba literalmente alucinado, no podía creer que eso le estuviese pasando, una cosa era afrontar una cuestión profesional y otra que le involucraran en un tema de cuernos. “¿Qué le decía al novio?”, aquello le superaba. Su indignación iba en aumento en cada peldaño que subía por las escaleras, no dejaba de pensar en la cobardía de ambos. Ahora se tenía que comer ese marrón sin comerlo ni beberlo, ¿En qué parte del manual pone que tenga que realizar este trabajo?— Mascullaba—. Cuando llegó a la posición donde esperaba el novio (fuera del recinto, pegado a la valla) echaba chispas, no dejaba de pensar en la frialdad del Director, incapaz de pronunciar el nombre de su amante, o la cobardía de la señorita por preferir que un Guarda de Seguridad le dijese a su novio lo que ella no había tenido el valor de hacer.
– Qué tal, ¿Ya has resuelto el problema? – Con tono despreocupado, hablando con la confianza que le daba ver a Rafael día tras día.
– Pues el caso es que no. — Sin saber por dónde empezar.
– No veas si tarda en salir hoy Almudena. — Mientras miraba el reloj.
– No creo que la veas salir hoy. — Intentando encauzar la cuestión.
– ¿Por qué lo dices? ¿Qué pasa, que se tiene que quedar más tiempo? – Con cara de extrañeza.
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