Aunque su horario de entrada era a las doce del mediodía, llegó con bastante tiempo de antelación a pesar de haber usado el transporte público. Un horario poco usual al que no estaba acostumbrado, aunque no tardó en comprobar mientras se cambiaba, que se trataba de un refuerzo, a tenor de lo que vio en el taco de cuadrantes que estaban encima de la mesa. No era el único horario extraño que observó, la mayoría eran horas de entrada y salida ajustadas al inicio y cierre del comercio, el cual también tenía horarios poco convencionales. Una vez que estaba preparado, salió ya cambiado para preguntar al compañero de la entrada que era lo que tenía que hacer; con tono serio, pero correcto, le comentó que en breve acudiría el responsable para presentárselo. Rafael se quedó a unos metros del compañero esperando, mientras tanto se dedicó a observar lo que podía visualizar desde allí. Era una especie de tienda, donde se podía apreciar libros, discos y regalos en general, con apartados para prensa, helados, pastelería etc. así como carteles indicativos de cafetería y restaurante. El Vigilante de la puerta se mantenía estático junto a unos detectores de alarma, que en un par de ocasiones comenzaron a pitar a la salida de algún cliente. Éste comprobó en ambas ocasiones la compra verificando el ticket con un aparato similar a los que llevaban los interventores del tren.
Rafael se encontraba ensimismado, tanto es así que no vio llegar a otro Vigilante con un hombre al que invitó a entrar en el cuarto. Ante el gesto del compañero que se encontraba en la puerta, entró también, sin saber exactamente que hacer o para qué, solo se dejó llevar por las indicaciones que le dio su compañero. No tardó en comprobar que se trataba de alguien al que se le había sorprendido robando algún producto, un instante después, ante el requerimiento del Vigilante, puso encima de la mesa cuatro quesos de tamaño pequeño, que había ocultado en su cazadora.
Rafa se sentía un poco descolocado, sin saber cómo comportarse, así que se dedicó simplemente a mirar la actuación del compañero al que veía muy ducho en la materia. Una vez que finalizó, se le presentó como uno de los responsables del centro, se interesó por cuestiones como experiencia en ese tipo de centros o el tiempo que llevaba en Seguridad. La impresión de Rafael fue buena, ya que se trataba de una persona afable, de trato tranquilo y ameno, algo rechoncho, superando claramente los cuarenta años y de estatura más bien baja. En poco tiempo le explicó de forma verbal las funciones que se realizaban, a continuación dieron una vuelta por todo el local. Le sorprendió a Rafael las dimensiones que tenía, bastante más grande de lo que a priori daba la impresión, con diferentes plantas inferiores a las que por un lado se accedía a un restaurante, o por otro a zonas administrativas. Le explicó muy bien cuál era su cometido, demostrando una experiencia palpable, sin sobrecargarle con demasiada información y haciéndole entender que al estar siempre con otros compañeros cualquier problema o duda se iría resolviendo sobre la marcha. Casi sin darse cuenta se vio recorriendo los pasillos con un “walkie” en la mano, hipnotizado por la cantidad de productos tan llamativos y atractivos. De vez en cuando salía de su hipnosis al recibir alguna llamada por la emisora para seguir a alguien que resultaba sospechoso. Una vez que se comprobaba la falsa alarma volvía por inercia a la sección de libros, discos o películas, unas secciones que instintivamente le cautivaban, le producía una atracción irresistible sin poder evitar parar delante ante aquel despliegue de títulos que tanto le atraían.
Pronto se dio cuenta de que aquello nada tenía que ver con su anterior servicio, se sentía fuera de lugar, como en una nube. A pesar del buen trato que había recibido por parte de los compañeros que hasta ese momento había conocido, no se sentía como ellos, se miraba al espejo y veía a un extraño, un chico con un uniforme que aún no sabía muy bien cómo había llegado hasta allí. Las primeras horas fueron desconcertantes, sin saber exactamente qué hacer, deambulaba por los pasillos arriba y abajo limitándose a mirar nada concreto, con la cabeza dando vueltas a una idea reincidente, “no valgo para esto”.
Sus altibajos emocionales se encontraban a flor de piel, con una lucha interna constante por encontrarse a sí mismo, por encontrar de una vez por todas, un futuro que ansiaba tener, pero no conseguía. Con unas esperanzas que había depositado en esa nueva etapa y que hasta la fecha solo le habían traído dolores de cabeza, cambios permanentes y una constante espera que ponía su paciencia al límite.
Del primer día, no sacó nada en claro, simplemente se marchó con más dudas que llegó, con muchos kilómetros en sus piernas y demasiada incertidumbre en su cabeza, con unas ganas locas de irse a dormir e intentar desconectar.
Cuando llegó a Torreón del Jarama decidió ir a tomar una cerveza al “Red” antes de ir a casa, sin su novia, necesitaba pensar tranquilamente en un ambiente distendido para intentar despejar el aluvión de dudas que le empezaba a pesar. Estuvo más tiempo del que pensaba, y lo que en principio iba a ser una cerveza se convirtió en una tertulia junto a Jose, el camarero y su amigo Teo. Quizá fuesen las cervezas o la especial forma de ver las cosas de Teo, experto en sacar conclusiones inimaginables para Rafa, lo que consiguió que saliera de allí con otro aire, no más optimista, sino como lo definió su amigo, “menos lloriqueo y más cojones”.
– Ja, ja, ja, ¿Eso te dijo Teo, papá? – Imaginándose la escena.
– Ya te digo. — Contagiándose de la risa de su hijo.
– Un gran filósofo.
– Ya conoces a Teo. Sigue igual que cuando le conocí, o peor. — Haciendo memoria.
– Y ya hace un porrón de años. — Al ver el gesto melancólico de su padre.
– Pues no sabría decirte cuanto tiempo, toda la vida. — Con pocas ganas de calcular.
– Desde que lo conozco, he comprobado la capacidad que tiene para cabrearte
– Sí, siempre he pensado que picarme es su deporte favorito. Aunque en esa ocasión, su pique me vino muy bien.
– Hombre, digo yo que te lo diría para animarte. — Rompiendo una lanza en su favor.
– De eso estoy seguro, pero claro, en su idioma.
– Al menos te sirvió de algo. — Aportando una visión positiva.
– No lo dudes, lo bueno de Teo es que siempre te daba un punto de vista diferente, por mucho que lo conociera, siempre me sorprendía. De hecho, sigue sorprendiéndome.
– Y sospecho que lo hará siempre. — Mirando a su padre.
– Desde luego, genio y figura. — Mirando hacia el mar.
Posiblemente, fue un acierto pasarse por el “Red” donde de forma casual se encontró con su amigo de infancia, que como de costumbre terminó cabreándole, pero haciéndole cambiar de actitud, una actitud que fuese más en su línea. Quizá necesitaba oír palabras que le activasen de nuevo, que le hiciesen salir de una dinámica negativa en la que sin quererlo, había caído.
Su segundo día de aprendizaje en el nuevo servicio prometía novedades al ser de noche, ya que según le comentaron sus compañeros, ese turno era diferente, bastante más concurrido de gente y cuando se daba un mayor porcentaje de robos. Entró a las diez de la noche, conoció a nuevos compañeros, incluido a otro de los dos responsables que había. Se trataba de un Vigilante totalmente diferente al que había conocido el día anterior, de una edad similar, algo más alto y menos fondón, con un carácter fuerte y un lenguaje muy de barrio, conciso y directo, un tipo listo. A Rafa le cayó bien, a pesar del aire chulesco que emanaba, de la misma forma intuyó que el sentimiento era recíproco, lo que ayudó enormemente a su integración. Andrés estuvo enseñándole todos los rincones del establecimiento, los productos susceptibles de robo, los tipos de alarmas, los perfiles de personas que robaban allí y un sinfín de curiosidades que nunca hubiera imaginado. Prácticamente, estuvo con él todo el turno, al que acogió como su pupilo, enseñándole casi todo lo que sabía (que era bastante) en ese tipo de comercio, un comercio al que había pertenecido antes de pasar a su nueva empresa. Se percibía que era una persona con peso específico, al que todos los empleados le saludaban con cierto respeto, incluidos los tres encargados de seguridad de la casa. Aunque Rafa los había visto pasar de forma esporádica por su anterior servicio, Andrés se los presentó de uno en uno según fueron apareciendo por allí de forma diaria, al ser el edificio donde se concentraba la dirección de Madrid. En un par de ocasiones lo dejó solo en la puerta de salida para ver cómo se manejaba, con el objetivo de corregir inmediatamente los errores (muchos) sobre la marcha.
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