A diferencia del mero placer, la felicidad que proviene de la eudemonía tiene un efecto duradero, pues es un estado que se mantiene en el tiempo. Alcanzarla requiere de un proceso de reflexión por el cual integramos acontecimientos que ocurren en distintos momentos, pero que dotan de sentido a nuestra vida, aunque haya esfuerzo o dolor de por medio5. Por ejemplo, una persona que está haciendo un doctorado muy exigente, en un país extranjero, sin dominar bien el idioma y que por eso tiene que esforzarse dos o tres veces más para estar a un nivel aceptable, decide tomar este camino que es mucho más difícil que estudiar en su propio país por la satisfacción que le genera el alto nivel de exigencia académica pues lo considera mucho más formativo, además del hecho de vivir en otro país.
Quizá lo que más distingue a la eudemonía de otras formas de concebir la felicidad, es que trasciende al individuo mismo. Supone esa necesidad de amar o entregarse más allá de uno mismo, de lo físico o lo que puede ser comprensible a través de la razón.
Por eso mismo, Aristóteles consideraba que la eudemonía era la auténtica forma de felicidad, la más noble y honorable de todas.
Lamentablemente, a partir del siglo XX este concepto desaparece como tal, y la felicidad queda más bien reservada a la esfera de lo individual, en el sentido de una relación armónica del sujeto con el mundo, basada en la satisfacción de necesidades y en el placer.
En la sociedad de consumo en la que vivimos, existe una mayoría que tiene como prioridad satisfacer sus necesidades y deseos personales, y sin que el bienestar de los demás sea relevante para alcanzar su cometido.
El gran problema con este estilo de vida, es su extremismo conceptual, pues relaciona equivocadamente las nociones de placer y dolor: asimila al esfuerzo con el dolor, y al ocio con el placer6, como si fuese imposible encontrar satisfacción en el esfuerzo o hastío en el ocio.
Esto hace del consumista un esclavo del mundo con un ideal de felicidad que finalmente se ve truncada, pues este tipo de vida no conduce a la verdadera felicidad. Un estilo de vida con estas características representa un problema, o al menos un desafío para la sociedad actual, pues un tipo de vida así no conduce a un mayor bienestar individual, ni contribuye a construir una sociedad mejor.
¿Qué dice la ciencia?
Si bien la idea de eudemonía me parecía bastante coherente con el tipo de felicidad que buscaba, era importante entender qué decía la ciencia más reciente para lograr obtener una visión completa de lo que estaba aprendiendo y así poder confirmar todo aquello que señalaban los griegos. Veamos, a continuación, lo que señalan distintas ciencias al respecto.
Psicología humanista
El psicólogo humanista Abraham Maslow (1908, Brooklyn) desarrolló el concepto de la felicidad a la luz de las necesidades humanas. La jerarquía, representada en la forma de una pirámide, sitúa las necesidades humanas desde las más básicas a las más elevadas. Para construirla, parte de la premisa de que todo sujeto que puede desarrollarse libre y armoniosamente en su vida (considerando el contexto político y social del entorno), busca naturalmente satisfacer sus necesidades.
Cada necesidad es representada por un nivel en la pirámide, y el ascenso se puede ir logrando a medida que nos vamos desarrollando física, psicológica y espiritualmente7. Las necesidades fisiológicas —también denominadas necesidades básicas— predominan en la infancia y la primera niñez. Las necesidades de seguridad, pertenencia y autoestima, llamadas intermedias, prevalecen en la última etapa de la infancia y en la primera etapa de la edad adulta. Y las de autorrealización y trascendencia —llamadas más elevadas o espirituales— aparecen en la edad adulta8.
Maslow tenía claro que los seres vivos buscamos preservar nuestra vida, y por eso sitúo la necesidad de sobrevivencia como la más básica de todas9. Pero también sabía que los seres humanos buscamos un crecimiento constante, físico, emocional y espiritual. Ahí radica la importancia de desarrollarnos en todos los ámbitos de la vida para alcanzar lo que, para él, es la verdadera felicidad.
Durante gran parte de su carrera profesional, Maslow postuló que la necesidad más elevada del ser humano era la autorrealización, entendida como la necesidad de las personas de perfeccionar al máximo sus capacidades, incrementando el uso de sus habilidades, fortalezas y potencial en general. No obstante, en la última etapa de su carrera, agregó un nivel más elevado que la autorrealización: la trascendencia.
Agrega que después de satisfacer las necesidades fisiológicas, de seguridad, pertenencia y autoestima, pronto se desarrolla un nuevo descontento o inquietud, que solo se puede superar si logramos hacer aquello que estamos potencialmente capacitados para hacer y ponerlo al servicio de los demás. Como él mismo lo describe, un músico debe hacer música, un artista debe pintar y un poeta debe escribir si quieren estar en paz consigo mismos. Un ser humano debe ser aquello que puede ser10, y luego debe ponerlo a disposición de los demás.
Los trabajos de Maslow se encuentran dispersos en diferentes fuentes. Por esa razón, la gran mayoría de su material no llega a mostrar sus hallazgos sobre la trascendencia, y las imágenes disponibles sobre la pirámide, en general, no llegan a mostrar ese nivel, sino que se detienen en la autorrealización.
Psicología positiva11
La psicología positiva es una ciencia reconocida formalmente hace dos décadas. Tiene por objeto comprender y describir cómo podría cultivarse la felicidad y el bienestar en general en las personas, lo cual la diferencia de la psicología cognitiva, que se centra únicamente en las enfermedades de las personas. Ha sido el área de la ciencia que más ha desarrollado la temática de la felicidad en el último tiempo. Si bien no utilizan exactamente la palabra eudemonía, sí recogen sus principios. Para referirse a ella usan las nociones de bienestar, florecimiento, plenitud, auténtica felicidad o felicidad plena.
Importantes referentes como Martin Seligman, Carol Ryff, Mihaly Csikszentmihalyi y Tal Ben-Shahar, entre otros, han investigado y desarrollado contenidos muy valiosos en relación al bienestar de tipo subjetivo, entendido como la evaluación que la persona hace de su propia vida. Es decir, tendente a determinar cuán feliz uno cree que es12.
El psicólogo y cofundador de la psicología positiva Martin Seligman —quien desarrolló la teoría Perma o del Bienestar13— plantea que la auténtica felicidad es aquello que la gran mayoría de las personas, libres y sin sufrimiento, anhelan para su vida. Para Seligman la felicidad es un fenómeno complejo que se compone de maximizar las emociones positivas (la dimensión hedonista de la felicidad), pero también de otros elementos que se asimilan al concepto de eudemonía, como el compromiso con lo que hacemos, las buenas relaciones, la autorrealización y el sentirnos parte de algo más grande que nosotros mismos.
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