Para Eckhart Tolle28 la gran liberación del materialismo viene con el reconocimiento de nuestro propio ego o de ese “falso yo” que nosotros mismos hemos creado para protegernos de las agresiones del mundo. Para Tolle, la fuerza que motiva el comportamiento del ego es siempre la misma: la necesidad de sobresalir, de tener poder, de recibir atención y poseer más. Además, el ego nunca es autosuficiente, siempre desea algo de los demás o de las situaciones. Utiliza a las personas y los contextos para obtener lo que desea, pero la brecha entre lo que desea y lo que se tiene nunca se elimina, por lo que se convierte en una fuente constante de desasosiego y angustia.
En nuestra cultura, vivir para poseer más es una realidad cotidiana y se ha vuelto el estado normal de muchas personas. La vida es vista como una contrariedad, y vivimos en un constante resolver problemas para alcanzar, en un futuro, la tan anhelada felicidad que, finalmente, nunca llega.
Volveremos a este tema más adelante, pero lidiar con este “otro yo” o “sombra” que todos tenemos, en menor o mayor medida, no es algo simple. ¿Puede el dinero comprar nuestra felicidad?
La publicidad de la tarjeta de crédito Mastercard quedó grabada en la cabeza de muchos que, como yo, seguro la recuerdan hasta el día de hoy. Decía: “La felicidad no se puede comprar... para todo lo demás, existe Martercard”. Qué sabias palabras.
La felicidad no se puede comprar, eso es seguro, pero eso no quita que la forma en cómo invertimos o gastamos nuestro dinero sí pueda incidir en ella. De hecho, si lo gastamos en experiencias compartidas con otros o con el objeto de mejorar la vida de los demás, nuestra felicidad probablemente sí aumentará29.
Esta hipótesis se confirma si observamos el creciente aumento que ha tenido en los últimos cincuenta años la filantropía y otras conductas altruistas que fomentan la solidaridad, así como nuevas formas de hacer negocios más conscientes de sus impactos y de la ética empresarial. Ejemplo de ellos son el movimiento The Giving Plegde30, las inversiones de triple impacto, fondos de inversión social, empresas B y la banca ética, entre muchas otras.
Es difícil demostrar que lo anterior es cierto, ya que no tenemos forma de medir con exactitud hasta qué punto los actos altruistas aumentan nuestro nivel de felicidad. En cambio, medir utilizando el dinero como parámetro es mucho más fácil. Por ejemplo, es más simple calcular el valor de mi casa por su precio de venta que por el bienestar que me genera a mí y a mi familia vivir en ella. Lo mismo sucede con el trabajo: es más sencillo evaluar una oferta de trabajo por el sueldo que nos pagan que por la calidad humana de nuestros futuros colegas. Y es justamente este análisis simplista de la vida el que nos ha llevado a medir el éxito, la felicidad y la vida, en general, a través del dinero.
Pero, ¿qué pasaría si pudiésemos medir el nivel de nuestra salud, cuánto nos quieren nuestros amigos o la calidad de nuestra relación de pareja? ¿Admiraríamos más a las personas que ostentan altos indicadores de estos atributos o a quienes tienen más dinero?
Imaginémonos por un minuto la escena en la que un grupo de excompañeros de colegio —que ahora bordean los sesenta y cinco años— se reúne a repasar su vida, prometiéndose absoluta honestidad en lo que van a compartir con sus compañeros de la vida. Para efectos de este ejercicio, vamos a suponer que los atributos realmente importantes para el bienestar son cuantificables numéricamente en una escala que va de uno a mil.
Comienza el encuentro y estas son las conversaciones que surgen:
1) César, comerciante, casado, el más alegre del grupo, cuenta que se siente plenamente realizado en la vida. Tiene cuatro hijos y diez nietos. Con sus ahorros, más la venta de su minimarket, se compró un campo en las afueras de la ciudad en la cual lo visita su familia fin de semana por medio. Además, en verano todos van a instalarse con él y su señora durante un mes completo. Tiene un grupo con el que sale cada jueves por la mañana a hacer caminatas al cerro, y participa activamente en los programas para adultos mayores que ofrece la junta de vecinos. La salud de César está en perfectas condiciones, por lo que está planeando emplearse en algo.
2) Ester, ingeniera, soltera, era la más coqueta e interesante del curso. Hizo una carrera brillante en una empresa multinacional de cosmética. No pudo tener una relación amorosa estable, pues su profesión le demandaba viajar fuera del país constantemente. Cuenta que hace dos años decidió finalmente adoptar dos hermanos haitianos. Tenían cinco y siete años cuando los recibió. La maternidad la llenó de vitalidad, y con eso comenzó una vida diferente, llena de actividades y amistades nuevas. Con las apoderadas del curso se turnan para ir a buscar a los niños al colegio, salen religiosamente todos los jueves a un happy hour, y cada tanto organizan un viaje en conjunto fuera del país. Además, hace unos meses participa en un equipo de runners en el que conoció a un hombre más joven que ella, y aunque le dio algo de pudor, aceptó su invitación a salir. Ahora está muy activa buscando a alguien que la ayude en el cuidado de sus hijos, ya que con la hernia que tiene en la espalda le resulta casi imposible seguirles el ritmo.
3) Rafael no terminó sus estudios, pues decidió emprender muy joven. Es buen amigo pero algo soberbio, por lo cual, cuando le toca hablar, no escatima en partir contando lo que ya todos saben por la prensa: que su imperio del retail sigue expandiéndose, por lo que ahora abrirá nuevas tiendas también en Perú. Su nombre es recurrente en las listas de los hombres más acaudalados de la región y, cada tanto, aparecen fotos de sus propiedades en Nueva York o Milán en las revistas de decoración. Se ha casado y divorciado tres veces, y se acaba de comprometer con una mujer treinta años menor. Cuenta que por ningún motivo quiere tener más hijos. Le basta con los cinco que ya tiene, y que solo lo llaman para pedirle dinero. Agrega que, más que eso, lo que le molesta es que ninguno se comprometa con el futuro del negocio y está pensando en amenazarlos con desheredarlos si no se comportan con seriedad. El próximo mes tendrá que viajar a hacerse chequeos a Atlanta, ya que su diabetes sigue avanzando con bastante mal pronóstico.
Ahora que conocemos las historias de César, Ester y Rafael, veamos cómo son los resultados de bienestar para cada uno de ellos, tomando en consideración solo aquello que han dicho en la reunión:
Si miramos el indicador del dinero de manera aislada, sin duda, Rafael tendría la vida más deseable. Pero si sumamos al indicador del dinero, el de salud y relaciones, el escenario cambia por completo: Rafael no sería tan admirado como lo es actualmente. César y Ester tendrían un bienestar casi el doble que el de Rafael.
Pero, ¿necesitamos realmente una medición cuantitativa para darnos cuenta de qué vida es mejor para nosotros, o podemos arribar a la misma conclusión si nos conocemos mejor y usamos la consciencia para orientar nuestras decisiones? Quizá podremos responder a esta pregunta más adelante.
¿Y ahora qué?
Estaba muy contenta de estar respondiendo a varias de mis preguntas. Ya tenía más claro el “por qué” de la vida, y sentía que esta felicidad que buscaba se parecía muchísimo más a la eudemonía que a cualquier otra cosa.
Si bien sentía los avances, tenía la sensación de que esto era solo el comienzo. Si el dinero, el poder y la fama no me conducirían a la felicidad que estaba buscando, ¿qué tenía que buscar? ¿A qué se refería Aristóteles cuando hablaba de la felicidad del alma? Todo parecía indicar que estaba a punto de encontrarme con un nuevo mundo, hasta entonces absolutamente desconocido para mí. Algo menos racional y más espiritual estaba por venir.
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