Eduardo Zamacois - Cortesanas, bohemios, asesinos y fantasmas

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Esta antología recoge un muestra representativa de la producción literaria de Eduardo Zamacois, considerado el inventor de la novela corta de quiosco y el máximo exponente de la novela galante. Añade a los relatos de terror de sus diversas etapas una comedia galante,una selección de sus memorias, una galería de autores contemporáneos y un epistolario que ofrece la posibilidad de descubrir la personalidad de este escritor español de origen cubano.

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«Pasaron unos días, a tiempo que Matilde, Enrique y yo nos sentábamos a almorzar, varios desconocidos rodearon nuestra mesa. Venían a detenerme. Les preguntamos el motivo.

—Ahora —respondieron— no podemos decirlo; más tarde lo sabrán.

Como toda resistencia era inútil, subí con ellos al automóvil que traían. Transcurrido un rato, ya en las afueras de la ciudad, mis aprehensores me tranquilizaron diciéndome que, no obstante haberme detenido, no estaba preso. No les entendí.

—El doctor Negrín —aclaró uno de ellos— supo anoche que hoy, a mediodía, iban a encarcelarle a usted, y para evitarlo nos ordenó prenderle antes de que lo hagan los otros. Ahora le llevamos a Pedralbes, residencia del doctor Juan Negrín, y allí estará usted mientras dure el peligro».

«Los otros», ¿quiénes? Volviendo a los peores momentos del verano/otoño especialmente sangriento del 36, dominada la retaguardia por patrullas patibularias, los incontrolados campaban a su trágico arbitrio por una Barcelona en negro, sometida a las razias desmoralizadoras de la aviación enemiga y paralizada por el fuego criminal de los camaradas, sangrantes las heridas de la guerra interna de mayo del 37. Zamacois, por fortuna, se libró de esas cárceles tan lamentablemente exaltadas desde las páginas de Mi Revista72. Poco después, y ya vencida la edad de la jubilación, cruzó la frontera con lo puesto, no hijo ni padre sino abuelo de la diáspora. Zamacois, entonces, se reinventó sin novelas. El escritor se había quedado en España.

III

Obra abundante la de Zamacois, fundamentalmente narrador, pero también ensayista, dramaturgo, crítico literario, biógrafo y periodista, autor de libros de viajes y de una obra autobiográfica de importancia. Examinada su narrativa, ahora nos ocupará su obra autobiográfica, teatral y viajera.

La peripecia vital de Zamacois siempre impregnó su escritura. Permítaseme recordarlo una vez más: «Soy enemigo de inventar». Su obra autobiográfica propiamente dicha, cifra y resumen de infinidad de fragmentos narrativos, relatos, artículos y crónicas periodísticas, comprende tres títulos: Años de miseria y de risa. Escenas de una vida en que sólo hubo erratas (Madrid, Biblioteca Hispania, 1916), Confesiones de «un niño decente» (Madrid, Renacimiento, 1922) y Un hombre que se va (Barcelona, AHR, 1964), que engloba los dos precedentes y fija ese final al que acabo de referirme, porque, terminada esta, el autor, sintiendo que «lo he dicho todo», se negó «el derecho a seguir escribiendo»73. Hombre elegante y bohemio de buen tono cuando la vida le puso en esa tesitura, desenvuelto pero no hampón, Zamacois echó el cierre literario con dignidad admirable. Más de ciento treinta libros y miles de artículos desembocaron en esta declaración, estampada en el cierre de Un hombre que se va, obra a mi juicio lúcida y medida o, si se prefiere, medida por lúcida, con la piedad y el decoro como explicación implícita de algunos silencios:

«En el reloj de nuestra vida hay un segundo, el último, aquel en que el corazón se detiene. El gráfico de ese segundo es el punto, el más pequeño de los signos ortográficos. Ese punto acabo de ponerlo yo, al final de este libro, y en el acto mi alma se llenó de silencio y de ocaso. […] Consiguientemente, mi misión ha concluido. Me voy. Lo he dicho todo. Soy un hombre sin secretos; me he quedado vacío, y este no tener ya nada que contar me niega el derecho a seguir escribiendo. Tengo la impresión de que me he suicidado.

Con esto llego al fin de mis Memorias. No vale seguir… En todas las estaciones ferroviarias hay una sala de espera, llamada de pasos perdidos, en atención a que los que allí se dan no conducen a parte ninguna, y yo ahora, recordando los muchos que di buscando algo inefable que no llegó nunca, pienso que acerté al hacer de mi vida un pasatiempo y una canción; porque, como nada conduce a nada, la vida…, ¡toda la vida!…, no pasa de ser una sala, una inmensa sala, de pasos perdidos».

Buenos Aires, enero de 1964: fin. Zamacois, fiel a su palabra, se retiró. Un pasatiempo, así entendía su vida. Como Cervantes su gran libro: «Yo he dado en Don Quijote pasatiempo / al pecho melancólico y mohíno, / en cualquiera sazón, en todo tiempo»74. Nada más, nada menos. En el capítulo inicial de esas memorias, el autor destaca que «todas las noches, hasta que cumplí doce años, mi padre me dormía leyéndome el Quijote, la Historia de Gil Blas de Santillana o las Aventuras del joven Telémaco». Primero el Quijote, fortunas y sinsabores, Sierra Morena, la penitencia de Beltenebros…, él se dormía escuchando, con los sueños ennoblecidos y la imaginación disparada75. Un pasatiempo, una canción. Por eso, aunque lo inefable no llegara, «pienso que acerté». Pasos perdidos, pasos ganados.

A juicio de Federico Carlos Sainz de Robles, prologuista de Un hombre que se va, «la confesión de Eduardo Zamacois no puede ser tan sincera al detalle como algunos la desearían»76. No es que no pudiera; el autor ni siquiera se lo planteó. Zamacois fue a lo sustancial de su vida a través del anecdotario que la explicaba, desinteresado por el acarreo de miserias o el zafarrancho de menudencias. Ajustó cuentas con Ramón Sopena y con la viuda de Antonio Galiardo, el capitalista en la empresa de El Cuento Semanal. Por el editor se sintió maltratado y explotado; la mujer de su socio creyó que le despojaba de una casa muy suya. Y poco más, muy poco. Por lo general prefirió volver página, fiel a la memoria de los olvidos, y además, conviene subrayarlo, inducido a ello por la censura franquista. Zamacois quería publicar y publicó el libro en España, y eso le llevó a no aventurarse por las arenas movedizas de la contienda incivil.

A cambio de dichos olvidos esta literatura autobiográfica revela el proceso de educación de un niño decente, detalla la formación de un escritor, relata desde dentro los entresijos del mundo editorial y literario, explica la fascinación de París, desmenuza la bohemia en clave de ironía o, entre otros aspectos, traza el inventario del descubrimiento americano, no insiste en la guerra y da cuenta del exilio de un escritor deliberadamente apartado de los ambientes políticos, transterrado del éxodo que, frente al horizonte del llanto, permaneció aferrado a la vida como pasar del tiempo. Y así nos ofrece, en definitiva, unas memorias distintas.

El apartado teatral comprende siete comedias, un drama y cuatro libros de variedades, con artículos de prensa, entrevistas, estudios de interpretación (sobre María Guerrero, Enrique Borrás o su amante Ramona Valdivia, con quien compartió el primer viaje americano) y anécdotas chispeantes, mundanas y benévolas, todo ello en la onda de lo galante, salvo Presentimiento (1915), pieza de un acto de intención dramática «que recuerda La intrusa de Maeterlinck», cuyo estreno en el Infanta Isabel significó un fracaso rotundo, aunque luego corriese mejor suerte77. Atraído desde niño por el teatro, la primera de dichas obras, Lo pasado, data de 1902. Recogida en De mi vida (Sopena, 1903), es un breve cuadro representable y remite a un modo de hacer inicial del que ofreció repetidas muestras en Vida Galante, del mismo modo que El aderezo y Rebeldía, adaptación de la novela Incesto, responden a la impronta expansiva de El Cuento Semanal y aparecieron en sendas colecciones de quiosco, El Libro Popular (1912) y Los Contemporáneos y Los Maestros (1914).

Mayor interés presentan Nochebuena (estrenada en el Romea la Nochebuena de 1908), El pasado vuelve y Frío (1909), comedias agrupadas en libro bajo el título —bien explícito— de Teatro galante (Madrid, Antonio Garrido, 1910), mas galantería corroída de tristeza, con el problema de la soledad y los estragos del tiempo como materia de fondo. «Así son los hombres», reflexionó en la semblanza dedicada a la actriz Amalia Colóm78, «y más que los hombres los artistas: risa y llanto, pasión y olvido, sacrificio y desdén, todo revuelto, todo frívolo, todo deprisa y a flor de piel; todo teatro, en suma». Desde la Nochebuena oficial, fiesta de alegrías obligadas, a la nochebuena del apagamiento, con la alternativa de la borrachera y la desmemoria: «El vino se lleva los recuerdos, y una noche sin recuerdos… ¡Nochebuena!», concluye. De la frivolidad al horror vacui, Zamacois indaga el otro lado del tópico y la superficialidad, creando personajes con vida interna y contradicciones.

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