Eduardo Zamacois - Cortesanas, bohemios, asesinos y fantasmas

Здесь есть возможность читать онлайн «Eduardo Zamacois - Cortesanas, bohemios, asesinos y fantasmas» — ознакомительный отрывок электронной книги совершенно бесплатно, а после прочтения отрывка купить полную версию. В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: unrecognised, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Cortesanas, bohemios, asesinos y fantasmas: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Cortesanas, bohemios, asesinos y fantasmas»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Esta antología recoge un muestra representativa de la producción literaria de Eduardo Zamacois, considerado el inventor de la novela corta de quiosco y el máximo exponente de la novela galante. Añade a los relatos de terror de sus diversas etapas una comedia galante,una selección de sus memorias, una galería de autores contemporáneos y un epistolario que ofrece la posibilidad de descubrir la personalidad de este escritor español de origen cubano.

Cortesanas, bohemios, asesinos y fantasmas — читать онлайн ознакомительный отрывок

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Cortesanas, bohemios, asesinos y fantasmas», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Una voz, que a intervalos resonaba monótona, le volvió a la realidad:

—¡El 104…!

Acercose a la ventanilla de «Caja» y presentó la contraseña amarilla, que, durante aquellos minutos de espera, sus dedos, distraídamente, habían ajado un poco. El pagador interrogó:

—¿De cuánto es el cheque?

—De cien mil pesetas.

Súbitamente inquieto miró a las ocho o diez personas que, impacientes por cobrar, se apretujaban en torno suyo, y vio a un individuo de ojos azules, embigotado y de aspecto robusto, bien vestido y algo más alto que él. Con esa diligencia fulminante con que el espíritu va y vuelve, Fermín Alonso reflexionó: «Ha oído que voy a cobrar cien mil pesetas. ¿Intentará robarme?». Mirole receloso; mas como advirtiese que no tenía sombrero, se dijo: «Debe de ser un empleado».

Detrás del rectángulo de la ventanilla, la voz impasible del cajero había empezado a contar los billetes, de a mil pesetas, que sus manos finas, ágiles y pálidas iban amontonando con ritmo cadencioso y alucinante:

—Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis…

Cuando hubo contado diez, los dobló, reuniéndolos en un paquete, y volvió a empezar:

—Uno, dos, tres, cuatro, cinco…

Así prosiguió seguro, imperturbable, hasta formar diez haces.

—Vea usted —dijo— si están bien.

Fermín Alonso, que había ido sumando al mismo tiempo que él, replicó:

—Gracias. No es necesario.

Llevado de un impulso más codicioso que elegante, recogió el dinero, que guardó en el bolsillo interior de su chaleco, y sin mirar a nadie, cual temeroso de que alguna de las personas que le sabían poseedor de aquella respetable suma quisiera robársela, se lanzó a la calle.

Era una de las primeras mañanas de marzo, tibia, diáfana y azul. Desde el Banco, Fermín Alonso se dirigió a la Central de Teléfonos, donde redactó para su novia el siguiente parte «urgente»: «Salgo hoy expreso. Todo arreglado. Alegría infinita».

Para distraer el tiempo entró en una peluquería; luego, caminando despacio, llegose a la oficina central de los Ferrocarriles del Norte, y en el despacho de billetes pidió un «primera» para Burgos.

En tal momento sintió que alguien —otro viajero que traía prisa sin duda— le empujaba, y al girar la cabeza para mirarle vio unos ojos azules y rapaces fijos en él. Un calofrío le sacudió. Aquellos ojos le recordaban algo; estaba cierto de conocerlos y de haber sufrido su magnetismo en otra ocasión; pero ¿dónde?…, ¿cuándo?… Acaso hubiera caído en la cuenta de que el individuo de recio bigote y vestido de negro que tenía tan próximo era el mismo que momentos antes viera sin sombrero en el Banco, a no ser porque una interrogación del empleado le distrajo.

—¿Quiere usted cama o butaca…?

Fermín Alonso iba a contestar: «Cama», pero a la vez pensó: «En un sleeping estaré demasiado solo; pueden asaltarme». Y repuso:

—Butaca.

Pagó y salió a la calle; un temor indefinible le rondaba, y miró a todas partes en descubrimiento de alguna silueta sospechosa. Un automóvil pasaba, y Fermín Alonso subió a él, recomendándole al motorista que fuese aprisa. A poco la velocidad con que escapaba el vehículo comenzó a encalmarle:

—Si alguien me hubiese seguido hasta aquí —pensó—, se ha llevado chasco.

El último expreso para Hendaya salía a las diez de la noche, pero Fermín Alonso llegó a la estación media hora antes: pertenecía al número de esos viajeros meticulosos que antes de elegir asiento registran todo el convoy. El pasaje era escaso, en lo que debió de influir el tiempo, que súbitamente había cambiado. Hacía frío, y los cristales de las ventanillas estaban empañados. Después de inspeccionar varios vagones, Fermín Alonso decidió instalarse en uno de los compartimentos centrales del segundo coche. No había nadie, y la esperanza de poder dormir holgadamente le acarició. Satisfecho, cerró la puerta, para mejor aprovechar la calefacción, que ya empezaba a sentirse; colocó su maleta en la redecilla de bagajes, desdobló su manta, con la que se envolvió las piernas cuidadosamente, y ocupó un rincón, de espaldas a la máquina.

El bienestar físico que acababa de proporcionarse llenó su ánimo de ideas optimistas. Aún no había cumplido los treinta años; era saludable, mozo apuesto, casi rico, y su carrera de ingeniero, cursada con brillantez sobresaliente, le autorizaba a esperar un porvenir magnífico. La imagen de Margarita, bella, espiritual y elegante, le iluminó el corazón con el esplendor azabachado de sus ojos y la armiñada blancura de sus dientes; y a continuación recordó los veinte mil duros que llevaba consigo y que emplearía íntegros en ponerle adecuado marco a su felicidad.

El arranque del tren, que ya partía, le restituyó la noción de la hora presente, y considerando que en tal momento una nueva vida empezaba para él, pareciole que se despedía de sí mismo.

—¡Cuando vuelva a Madrid —suspiró— ya no vendré solo!…

Con sus guantes limpió el vaho alechigado que enturbiaba el cristal de la ventanilla, y miró hacia el andén, desierto y humedecido por la niebla. El expreso rodaba aún lentamente, y los vagones, casi deshabitados y sin equipajes, tenían resonancias extrañas. Fermín Alonso examinó las luces de su departamento, que lucían apagadamente, y advirtió que no había timbre de alarma.

—Estará en el pasillo… —pensó.

Luego de recibir la visita del revisor, desdobló un periódico y se puso a leer. Momentos después los ojos comenzaron a escocerle, y bostezó: no le interesaba la lectura. Pasado El Escorial, comprendiendo que el sueño le vencía, corrió todas las cortinillas; con su gabán y el maletín, donde guardaba sus enseres de tocador, se aderezó una almohada, extinguió las luces y, bien arropado en su manta, tendiose cuan largo era sobre el asiento y se durmió.

Ya la estación de Ávila había quedado atrás cuando el ingeniero despertó bruscamente. La puerta de su compartimento acababa de abrirse, y bajo el marco, iluminado por la débil claridad que había en el corredor, se perfilaba la silueta alta y ancha de un hombre. Fermín Alonso, mal despabilado aún, pensó:

—Un viajero…

Pero en el mismo instante, al recibir la mirada fría, como de acero, de sus pupilas azules, reconoció en él al individuo que viera aquella mañana en el Banco, y luego en las oficinas del ferrocarril, y no dudó de que iba siguiéndole para robarle. Seguro de esto, quiso desembarazarse de la manta que le agarrotaba los pies e incorporarse. El recién llegado no le dio tiempo, y de un salto se precipitó sobre él y con ambas manos trató de estrangularle. Pero el ingeniero era bravo y fuerte, y dejándose resbalar diestramente hasta el suelo, a la vez que daba media vuelta, consiguió ponerse de pie. Una lucha salvaje entablose entre los dos hombres, que tan pronto se agredían a puñetazos como se abrazaban buscándose mutuamente la garganta. Los violentos traqueteos del convoy, haciéndoles perder el equilibrio, aumentaban el horror del duelo, y los dos cuerpos rodaban de un extremo a otro del departamento mal alumbrado, convertidos en una masa palpitante. Trataba el asaltado de ganar la puerta, para escapar; pero su enemigo, más vigoroso que él, se lo impedía, y sin treguas lo acorralaba contra los ángulos del lado opuesto.

Un vaivén insólito del coche fue adverso al ladrón, que cayó de espaldas, y Fermín Alonso consiguió ponerle sobre el pecho una rodilla. Teniéndole así le dio varios golpes, uno de los cuales, partiéndole la nariz, le bañó el rostro en sangre. La suerte le favorecía; la victoria iba a ser suya.

En instante tan crítico, el asaltante, que estaba de cara al pasillo, vio aparecer al «ruta».

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Cortesanas, bohemios, asesinos y fantasmas»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Cortesanas, bohemios, asesinos y fantasmas» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Marion Lennox - Fantasmas del pasado
Marion Lennox
Iris Johansen - Sueños asesinos
Iris Johansen
Frédéric Lenormand - Medicina para asesinos
Frédéric Lenormand
Joe Hill - Fantasmas
Joe Hill
Arturo Pérez-Reverte - El puente de los asesinos
Arturo Pérez-Reverte
Robert Wilson - Los asesinos ocultos
Robert Wilson
Henning Mankell - Asesinos sin rostro
Henning Mankell
libcat.ru: книга без обложки
Henrik Ibsen
Aitor Romero Ortega - Fantasmas de la ciudad
Aitor Romero Ortega
Santiago Javier Gomis Cartesio - La ciudad de los fantasmas
Santiago Javier Gomis Cartesio
Gustavo Sainz - Fantasmas aztecas
Gustavo Sainz
Отзывы о книге «Cortesanas, bohemios, asesinos y fantasmas»

Обсуждение, отзывы о книге «Cortesanas, bohemios, asesinos y fantasmas» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x