Eduardo Zamacois - Cortesanas, bohemios, asesinos y fantasmas

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Esta antología recoge un muestra representativa de la producción literaria de Eduardo Zamacois, considerado el inventor de la novela corta de quiosco y el máximo exponente de la novela galante. Añade a los relatos de terror de sus diversas etapas una comedia galante,una selección de sus memorias, una galería de autores contemporáneos y un epistolario que ofrece la posibilidad de descubrir la personalidad de este escritor español de origen cubano.

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De hecho, la superación del folletín decimonónico y el camino del cuento hacia la novela corta constituyen rasgos diferenciales del periodismo literario de fin de siglo, transformación estudiada por Pilar Celma y Ángeles Ezama114, entendida y apoyada por Clarín en 1894 desde Los Lunes de El Imparcial115: «Hacen mal los directores de periódicos», advirtió entonces, «en exigir a los verdaderos cuentistas que sus cuentos sean cortos, muy cortos», limitando las historias y a unos lectores cuyas expectativas iban más allá de la mera información, seña de identidad de Vida Galante frente a Nuevo Mundo o de Blanco y Negro respecto a ABC. Cerrado el desastre de las guerras coloniales, la sociedad, recuperado el pulso, pedía y esperaba de las revistas, antes que noticias, lecturas sugestivas.

O sea, el proyecto maduraría entre los dos a partir del exponente de publicaciones francesas de la época, bien conocidas por Zamacois. Sumando y no restando, así nacería y cobraría impulso El Cuento Semanal, no «la primera colección seria de novela existente en España» pero sí la «primera colección de novela corta de autores españoles en forma de revista y no de libro»116, punto de partida del fenómeno editorial y literario de masas más relevante del primer tercio del siglo XX, extendido a diversos géneros (teatral, biográfico, cinematográfico) y ambientes, desde los tradicionales hasta los más radicales y revolucionarios117.

Ponderando el auge de dicha fórmula editorial, Sainz de Robles se refería a más de diez mil novelas publicadas desde 1907 hasta 1925, cifra considerable que posteriores estudios han revelado corta, aunque a mi juicio se aleje de las estimaciones de Alberto Sánchez Álvarez-Insúa: «Entre 1907 y 1936 se generan unas quinientas colecciones con una media de cien títulos por colección y un total de cincuenta mil obras»118, cálculo quizás ajustado en cuanto a las colecciones pero fuera de lugar respecto a los títulos, con bastantes series de corta duración y catálogo escaso.

Yo sostengo que la cifra real giraría en torno a los veinte mil títulos, que ya son muchos, y en la generalización del modelo, con réplicas en el teatro, las vertientes sociales de la medicina (con particular incidencia en la sexualidad), la poesía, el cine, las crónicas o el cancionero, de modo que ese tipo de publicaciones tomó literalmente los quioscos y se adueñó de las librerías, llegando a los rincones más recónditos de la geografía nacional por medio de corresponsales y suscripciones. Nuevos referentes, nuevos temas, nuevos patrones de vida. La palabra escrita convertida en un hábito entre los españoles. Su trascendencia resulta histórica e innegable. La cuantía de las tiradas hizo posible el surgimiento del escritor profesional, marcó el tránsito de la literatura popular oral a la literatura escrita y fijó el comienzo de la modernidad. Así lo señaló Hipólito Escolar119 y, a tenor de datos contrastados, estamos ante una evidencia. Nada más, nada menos.

En conclusión, Zamacois trasciende de largo cualquier definición simplista, y el marbete de escritor galante, aplicado en exclusiva, oculta una obra plural en modos y géneros. Novelista, por supuesto, de cortesanas y sicalipsis, pero también novelista del misterio, de las zonas oscuras y el ámbito de los enigmas, y de temas sociales, plural por naturaleza en el registro con que Cervantes llamó a Lope de Vega «monstruo por naturaleza». Periodista de artículos y crónicas, periodista de café, periodista de estrenos y de trincheras. Dramaturgo, memorialista brillante y hombre de iniciativas, director de revistas y editoriales, con un invento en su bagaje como el de El Cuento Semanal, marca y divisa de toda una época. ¿Una obra que se viene? Ojalá. Porque va siendo hora de que en su caso se consume aquello que advierte Gil de Biedma: «En la vida los olvidos / no suelen durar».

G. S.

PROCEDENCIA DE LOS TEXTOS

«Cuentos de asesinos, ladrones y fantasmas»: La risa, la carne y la muerte, Madrid, Renacimiento, 1930, págs. 269-357.

«Postales de Madrid. Los que huyen de la muerte»: Mi Revista, núm. 44-45, Barcelona, 15 de julio de 1938, págs. 16-17.

Europa se va: La Novela Corta, núm. 66, Madrid, 7 de abril de 1917.

«El crimen del expreso de Andalucía. Como vecino de Madrid, asisto a la ejecución de los reos. Los cacareados Hermanos de la Paz y Caridad»: Un hombre que se va, Buenos Aires, Santiago Rueda, 1969, cap. XXIV, págs. 397-405.

«Los olvidados», Años de miseria y de risa, Madrid, Hispania, 1916, págs. 252-256.

«Cosas de Baroja», La alegría de andar. (Croquis de un viaje por tierras de Puerto Rico y Cuba, Estados Unidos, Centro-América y América del Sur), Madrid, Renacimiento, 1920, págs. 97-100.

«A propósito de Benavente»: La Carreta de Théspis, Barcelona, Maucci, 1914, págs. 204-209.

«Vicente Blasco Ibáñez»: Vicente Blasco Ibáñez, Madrid, Sucesores de Hernando, 1910 (Mis Contemporáneos, 1), y Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1928, págs. 99-110.

«Miguel de Unamuno»: Un hombre que se va, cit., cap. XXXI, págs. 474-476.

«Ramón del Valle-Inclán»: Un hombre que se va, cit., cap. IV, págs. 186-187.

Nochebuena: Teatro Galante, Madrid, Antonio Garrido, 1910, págs. 13-80.

Cartas a Julio, Enrique y Rafael Romero de Torres: Museo Julio Romero de Torres, Córdoba.

Epistolario: Archivo Histórico Nacional, Madrid.

NOVELAS Y CUENTOS

Escritor prolífico y de distintos géneros, Zamacois, ante todo narrador, obtuvo reconocimiento y alcanzó aceptación a través de la novela y el cuento, así como de la literatura autobiográfica. Con la historia y la fabulación conjugadas en equilibrio y con un manejo sabio de los olvidos.

«Cuentos de asesinos, ladrones y fantasmas» forma la tercera parte de La risa, la carne y la muerte, cuentos de humor, pasionales, de crímenes y de misterio, faceta esta brillante, por lo general inadvertida, con ese lado incitante de la obra de Zamacois oculto por los oropeles de la fama y los triunfos. Visión unívoca, visión parcial, visión confundida. Las miserias del hombre y las ráfagas del misterio vertebran muchos de sus relatos, tal vez los de mayor vigencia, con obsesiones mantenidas o incluso acentuadas durante la guerra. Así lo corrobora la postal de Madrid «Los que huyen de la muerte», que cierra este apartado.

Y la vertiente social o, si se prefiere, la óptica regeneracionista. A ese planteamiento responde Europa se va, la novela doliente y esperanzada del emigrante, fruto del primer viaje americano, escrita a bordo del Paraná, concluida en Buenos Aires, y allí publicada por el diario La Razón, bajo el título provisional de Los emigrantes (1911). Con numerosas ediciones en su haber (siete en Renacimiento), muy pronto, en 1917, Zamacois adaptó su contenido al formato de la novela corta, obligado por los lectores a beneficiarse de su propio «invento». Por último, un capítulo de su gran libro río, Un hombre que se va: la estampa estremecedora del ajusticiamiento de los delincuentes del expreso de Andalucía y el sobrecogedor retrato del verdugo de Burgos en acción. [G. S.]

CUENTOS DE ASESINOS, LADRONES Y FANTASMAS

EL ASALTO

A LAS ONCE DE LA MAÑANA, el magnífico local, en forma de herradura, del Banco, rebosaba gente. El público bullía inquieto en el centro, bajo la altísima rotonda de cristales que coronaba el edificio y lo anegaba en un torrente de luz cruda, y los empleados, casi todos jóvenes, pulcros y de cabellos bien alisados, trabajaban absortos sobre sus pupitres al otro lado de un medio tabique, ligero y solidísimo a la vez, hecho de mármol, bronce y cristal.

Fermín Alonso se aproximó a la ventanilla de «Pagos» y entregó un cheque, a cambio del cual le dieron un número: el 104, impreso con grandes cifras en un trocito de papel amarillo. Hecho esto, fue a sentarse junto a una de las dos largas mesas situadas en el medio del salón. Maquinalmente leyó los rótulos, de caracteres dorados, que fulgían sobre cada ventanilla: «Ingresos»… «Giros»… «Extranjero»… «Provincias»… «Cupones»… «Cambio»… Miró también el piso, forrado de linóleum, y los elevados muros, lisos y revocados de un color gris tenue. Todo a su alrededor era fuerte, limpio, diáfano, como contagiado del espíritu frío, inexorable y calculador que preside el dinamismo de los bancos. Luego meditó en sí mismo: en las cien mil pesetas que iba a cobrar, en su viaje de aquella noche y en Margarita, su novia, con quien iba a reunirse, para casarse…

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