Zamacois invocaba un contrato que a su entender le confería la propiedad; la viuda le contestaba reproduciendo la cláusula en cuestión:
«9.ª Si D. Antonio Galiardo decidiese que el periódico cesara de publicarse, la propiedad del título El Cuento Semanal, con exclusión de los créditos que a favor del mismo existan, pasará a ser propiedad del Sr. Zamacois, sin que el Sr. Galiardo tenga derecho a exigir al Sr. Zamacois indemnización alguna, ni el Sr. Zamacois pueda exigir al Sr. Galiardo el pago de las deudas que pudieran pesar sobre el periódico».
Pero Galiardo no desistió, Galiardo se quitó la vida. La propiedad, en consecuencia, recaía en sus herederos. La sentencia lo asentaba categóricamente: «No habiendo lugar a adjudicarle la propiedad de El Cuento Semanal, que pertenece al abintestato del Sr. Galiardo, y condenando a dicho Sr. Zamacois en todas las costas, por la notoria temeridad con que ha procedido». Sentado esto, Segret se empleaba a fondo, invirtiendo los papeles al pasar de descalificada a descalificadora: menos literatura y más humildad. El mérito de la colección pertenecía a los autores, elegir buenas firmas lo hacía cualquiera. Y, las cuentas claras, la viuda de Galiardo enumera partidas, precisa conceptos, deja caer acusaciones, insinúa abusos, desgrana ironías y, cláusula por cláusula, si Zamacois invocaba en su favor la 9.ª, ella sacaba a colación la 5.ª, referente al mobiliario de la vivienda particular del escritor, hasta ese extremo beneficiado por su «pobre marido».
«El Sr. Zamacois no tiene derecho a quejarse, porque hasta que murió mi esposo fue espléndidamente retribuido. Cobró sus sueldos casi siempre anticipados, percibió participaciones cuantiosas en los beneficios, donativos, hasta comisiones por anuncios; solamente los recibos que pude encontrar al morir mi esposo, firmados por aquel señor y que ha reconocido judicialmente, importan 4.574 pesetas, sin contar otras cantidades pedidas al amigo, algunas de las cuales constan en cartas también reconocidas ante el Juzgado; y el confortable mobiliario que tiene el Sr. Zamacois en su casa pagado por mi pobre marido, según declara la cláusula 5.ª del contrato que entre ellos existía»102.
Desalojado de la revista y desmentido en público, Zamacois no se quedó en la calle ni permaneció callado. Al contrario, de inmediato puso en pie una colección igual: Los Contemporáneos, asociado al impresor José Blass103, prueba evidente de que, sabiendo el pleito perdido, llevaba tiempo preparando esa alternativa. Y desde esa nueva tribuna se despachó a gusto, revelando las miserias propias del barro humano, acentuadas si cabe por las limitaciones del ambiente editorial español104. Pero Rita Segret, mujer herida y de respuesta pronta105, acabó con la disputa al divulgar la sentencia definitiva de Felipe Santiago Torres y Morillas, juez de primera instancia de Madrid, inapelablemente pronunciada a su favor106. Para que la derrota aún fuera más aplastante, Zamacois perdió la batalla de los quioscos y el control de Los Contemporáneos:
«Durante varios meses ambas publicaciones lucharon sin que ninguna prevaleciese. Después la mía empezó a decaer. Era lógico. Los Contemporáneos no tenía historia; El Cuento Semanal sí, lo que bastaba para que la masa lectora lo prefiriese. Sólo cuando la jerarquía literaria del autor que yo publicaba superaba la del que esa semana firmaba la revista enemiga, Los Contemporáneos se vendía más»107.
Blass, el impresor, «se asustó», y en «días amargos» Zamacois recurrió a Manuel Alhama Montes, periodista enriquecido con Alrededor del Mundo, quien aceptó su oferta de compra «a condición de ser su único propietario». Puesto entre la espada de la desaparición y la pared del enajenamiento, el escritor pasó a «empleado de lo que fue mío». Cualquier renuncia antes que la humillación del cierre. «A todo me avine, y no me arrepiento», reconoce. Porque «gracias a eso» vería pasar por delante de su puerta el cadáver del adversario, extinguido El Cuento Semanal en 1912 en tanto Los Contemporáneos proseguía su andadura hasta 1926108.
Al lado de Rita Segret se alineó Francisco Agramonte, sucesor de Zamacois en la dirección literaria de El Cuento Semanal, responsabilidad desempeñada hasta mediados de 1911, cuando ingresó en la carrera diplomática de la mano de los Ortega, secretario de Ortega Munilla en El Imparcial. Según Agramonte el mérito correspondió en exclusiva a «un joven culto e inteligente» que «sin osar alinearse con los profesionales cultivaba la literatura» y «un día concibió la idea de hacer una publicación hasta entonces desconocida en España», recurriendo al novelista como mero ejecutor de tal designio109. Agramonte es rotundo:
«Durante un par de años, asumí la dirección de El Cuento Semanal después del suicidio de su fundador y de la traición de un socio que, al fracasar en el siniestro propósito de sustituirle, no vaciló en crear otro semanario similar para arruinar al primero»110.
Rotundo y, tal vez, demasiado parcial. Yo creo que Agramonte peca de animosidad, pecado, por cierto, en el que también incurrió Zamacois respecto a Rita Segret, implacablemente fulminada en sus memorias con acusaciones que en su momento, con ella en situación de defenderse, no se atrevió a esgrimir. Al cabo de tantos años, la cicatriz continuaba supurando:
«Rita había hecho de su hombre un sujeto plegable y abusaba de él. Egoísta, vanidosa, gastadora, amiga de figurar, malversaba en costosas superfluidades las ganancias de la revista. El periódico no producía lo que su propietaria necesitaba, y empezamos a vivir del crédito. Firmando letras cobrables a noventa días, seguimos adelante, dando tumbos, hasta que mi compañero —que a vivir luchando prefería morir sin luchar— se suicidó de un tiro el 2 de mayo de 1908»111.
Sobre tales ajustes de cuentas, habituales en estos casos, aquí y ahora carece de sentido extenderse. Ahora bien, a cada cual lo suyo: por un lado, la razón jurídica; por el otro, la intrahistoria de un proyecto editorial. El propietario fue sin duda Antonio Galiardo, y después su viuda; la paternidad de la idea, eso es distinto. Zamacois arrima el ascua al fuego de sus intereses en Un hombre que se va al pretender que el modelo de El Cuento Semanal fue Vida Galante, literariamente conducida por él bajo la gestión comercial de Sopena, alianza de escritor y editor, cada cual a lo suyo, implícitamente extendida a la relación con Galiardo. Pero sí y no, conviene matizar.
Primero el no: Vida Galante y El Cuento Semanal únicamente coinciden en elementos secundarios, a veces inevitables, como el papel, las letras, la impresión a dos columnas o la periodicidad. Lo demás, o sea casi todo, son diferencias. Vida Galante se caracteriza por fotografías insinuantes, poesías festivas, reproducciones artísticas de sesgo erótico, relatos sicalípticos, entrevistas con su punto de malicia a figuras del espectáculo, crónicas picantes, comentarios teatrales y viñetas con intención. Pues bien, ¿qué rastros se encuentran de tal programa en El Cuento Semanal, donde los relatos, aparte de las ilustraciones, sólo ceden espacios secundarios para los anuncios y mínimos para los demás elementos, sean comunicados editoriales o secciones discontinuas de libros y teatro?
Después el sí: al cobijo de Vida Galante, Zamacois alumbró dos series de narrativa, «Colección Regente» y «Colección Galante», cuyo catálogo ha reconstruido Villarías Zugazagoitia112, ambas formadas con obras propias (Incesto, Horas crueles, Amar a oscuras, El lacayo, Bodas trágicas, etc.), con frecuencia acogido a seudónimo113, o seleccionadas por él. Y aquí son obvios, no ya las coincidencias, sino los antecedentes. No cabe duda: desde comienzos de siglo nuestro autor tanteaba la fórmula, aunque no en solitario, porque esa transformación flotaba en el ambiente, rozada en diversas publicaciones de la época. «Quizás Zamacois tomó la idea para publicar El Cuento Semanal de este tipo de colecciones de novelas breves en las que tuvo tanta participación», señala Villarías, a mi entender con razón.
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