En los sucesivos gobiernos del presente siglo, el Estado peruano no ha construido grandes conjuntos habitacionales. Ahora se otorgan préstamos y se promueve la inversión particular: el Estado como intermediario para que las familias accedan a viviendas económicas, que construye y vende el sector privado.
La intención puede ser buena. Es la oportunidad de densificar esta ciudad tan baja y extendida, y de llenar vacíos. La propaganda oficial habla de miles de viviendas nuevas desde que empezó el programa, hace ya más de una década (Programas del Fondo Mivivienda). Las cifras son ciertas, pero dejan un sabor ambiguo: algunos proyectos resultan desmesurados. En ellos, las áreas de los ambientes se reducen, los departamentos se multiplican, baja la calidad de la construcción, resulta arquitectura banal. Y todo en la vida debería tener límites.
Esos problemas ocurrieron ya cuando el capital privado, movido por la especulación, construyó densos edificios en el barrio de El Porvenir, La Victoria, durante la década de 1940, departamentos mal iluminados y mal ventilados, que rápidamente se deterioraron. Esos bloques luego tuvieron que ser renovados, para hacerlos mínimamente habitables.
La especulación no es buena consejera, no se hicieron bien las cosas entonces, me pregunto si se harán bien ahora. Ojalá no estemos construyendo para tener que demoler y renovar en pocos años.
4.
Los conjuntos habitacionales construidos por el Estado más de medio siglo atrás, en contraste con lo actual, muestran nobleza y desprendimiento. Frente a lo que se hace hoy, es evidente que lo que se hizo en décadas pasadas es mejor. Mayor generosidad con el usuario y la ciudad.
La densificación es deseable e inevitable, pero el programa de departamentos económicos (y no tan económicos) está dejando murallas de edificios, con un promedio arquitectónico que no es bueno. Siempre hay excepciones: en algunos puede notarse el talento del diseñador, ejemplos en los que el arquitecto ha demostrado poder salir airoso de encargos complicados. Esos nuevos edificios también existen en Lima y es un placer verlos en la ciudad.
Pero muchos otros edificios son convencionales, poco originales, simple acumulación de recintos. El diseño se vuelve un ejercicio en el que se trata de construir más, tener menos área libre y lograr más metros cuadrados que se puedan vender.
El arquitecto pierde autoridad y se vuelve un apéndice menor en la industria de la construcción. La máxima ganancia se impone como única variable del proceso.
5.
Otro problema más. El primer piso de una ciudad es una franja que debe trabajarse con especial cuidado. Actualmente, las torres de departamentos embutidas en lotes solo generan, en el nivel de la vereda, casetas de vigilancia, muros ciegos, espacios cercados y estacionamientos. El paisaje para el peatón es triste: interminables muros, rejas y puertas de garaje configuran un espacio urbano degradado, un límite muy duro entre lo público y lo privado. Lima se ha acostumbrado a las barreras, que parecen tan normales.
El capital privado expresa, generalmente, el no querer dialogar ni vincularse con la calle. La fachada de ese primer piso refleja hoy la esquiva relación entre la vereda y el edificio.
Vuelvo a pensar en la generosidad de los viejos edificios modernos y parecen más nuevos que nunca. Definitivamente, mejores.
6.
Cuando veo las propuestas actuales, pienso en el Movimiento Moderno, en la fe profunda que este tiene respecto a las creaciones mentales y la potencia de estas para transformar la realidad. No dudo de que, en el fondo, la modernidad intenta siempre construir un mundo mejor.
Se podrá decir que esos conjuntos no fueron suficientes y que beneficiaron a clases medias con capacidad de pago, nunca a los estratos más humildes. Entonces otra modernidad, popular e informal, se impuso en el Perú. Lo cierto es que ambas han corrido paralelas y una no borra la otra. Aunque esta última es la mayoritaria, la ocupación de tierras y la autoconstrucción sin asesoría ni control tampoco pueden ser el futuro deseable de una ciudad.
En el angustioso panorama de viviendas precarias extendidas hacia todos los puntos cardinales de la capital, así como en el mediocre panorama actual de edificios multifamiliares, nos encontramos en las calles de Lima con lo que se construyó décadas atrás, como vivienda colectiva estatal.
Los planteamientos lanzados entonces por los arquitectos del Movimiento Moderno al futuro, desde el Estado, refrescan las posibilidades diversas que actualmente puede tener un mismo tema, con diferentes retos y actores. Es que siempre, ayer y hoy, la vivienda colectiva debe entenderse y asumirse en su definición básica, la más importante: como contenedora de vida para la ciudad y la sociedad.
Septiembre de 2016
Elio Martuccelli
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