1 ...6 7 8 10 11 12 ...17 El referente se define, pues, a partir de una pregunta existencial: ¿a qué debemos atenernos si no es a nuestra vida? ¿A qué debemos atenernos si no es a nuestras vidas individuales, para asegurar la continuidad de la existencia? En otros términos, cada sociedad podría preguntarse: ¿de qué cosa podríamos decir que si la perdemos, moriremos como civilización? El referente de los modos de existencia de Bruno Latour comporta una docena de esas formas de persistencia en la existencia colectiva 12.
Y, como los modos de existencia determinan y declinan razones de existir y maneras de persistir, dicen e instauran el sentido de la existencia colectiva. Por eso Latour puede hablar por extensión de regímenes de enunciación . La pregunta planteada: «¿qué nos mantiene colectivamente en la existencia?» y la respuesta aportada por esos regímenes de enunciación tienen un perfume spinozista. La perseverancia en el ser, en Spinoza (2007), es el conatus , que es compartido por todas las cosas que existen, ya sea el hombre, la naturaleza o Dios. El referente spinozista no es más que una propiedad de todos los cursos de existencia, el conatus (el «esfuerzo») mismo, que es inmanente a la existencia misma: no conoce determinación exterior a la «cosa en ella misma». Existir es persistir, y si se trata de la persistencia en la experiencia de los seres vivientes, especialmente humanos, persistir es perseverar . La experiencia de la persistencia es la perseverancia. Los modos de existencia que constituyen las formas de vida humanas son, entonces, maneras de perseverar .
Con respecto a Descola, quien define las «macrofamilias» de formas de vida a escala planetaria, Latour describe, a través de sus modos de existencia, las «familias» de formas de vida propias de las sociedades occidentales. Pero, al igual que la semiosfera de Lotman, los modos de existencia de Latour no son «semióticas» y no comportan semiosis propias: son condiciones para que las semiosis sean posibles; condiciones generales para la semiosfera y para los modos de identificación antropológicos, y condiciones particulares (Latour habla de «condiciones de felicidad») para los modos de existencia. Con estas condiciones, tanto formas de vida como semiosis pueden tener lugar.
Nuestro proyecto se inscribe en este marco general, sin ambición de exhaustividad en este estadio de la investigación, pues nos esforzamos solamente por comprender cómo cada forma de vida puede ser constituida como una «semiótica-objeto», así como, para prolongar el acercamiento con la lingüística general, los lingüistas se esfuerzan en caracterizar las lenguas antes de interesarse en las familias y en las macrofamilias de lenguas.
Ese marco implica, sin embargo, dos dimensiones que deberán ser tomadas en cuenta en la construcción de las formas de vida, a fin de asegurar su contribución a esas clasificaciones más generales y englobantes: por un lado, los modos de identificación social, que caracterizan eso que nosotros hemos propuesto como hipótesis, a saber, la existencia de regímenes de creencia propios de las formas de vida, de creencias de identificación ; y por otro lado, el principio de los modos de existencia sociales considerados como maneras de persistir socialmente .
La noción de modos de existencia propuesta por Latour queda ahora situada en relación con la de formas de vida, y desde la perspectiva de su construcción semiótica, proponemos denominarlas en adelante formas de existencia sociales , en referencia a su rol de condiciones particulares para la constitución de formas de vida , y también para distinguirlas claramente de los modos de existencia semióticos (virtual, potencial, actual, real) que describen las fases epistemológicas que conducen del sistema inmanente a la manifestación.
EL PUNTO DE VISTA SINTAGMÁTICO
Vivir es sobrevivir: el esquema de la perseverancia
En las macroexperiencias del «vivir con» y en las experiencias que las componen, existen «esquemas figurales», reconocibles por su poder icónico y que prefiguran, respectivamente, las formas de vida en las que se convertirán las primeras, y las prácticas semióticas en las que desembocarán las segundas. Si relacionamos estas observaciones con recorridos de los «planos de inmanencia» y de los tipos de pertinencia disponibles para las semióticas-objetos, podemos intentar vincular lo que pasa con las formas de vida a lo que ha quedado ya establecido y comprendido sobre las prácticas.
Con respecto a estas últimas, sabemos ya cómo se puede transformar un simple «curso de acción» insignificante y que parece aleatorio en una «práctica semiótica» stricto sensu. Es necesario aplicarle cierta dosis de programación y de ajuste 13, para el encadenamiento de sus diferentes fases, para establecer las relaciones entre sus actantes, y para asegurar sus relaciones con los cursos de acción concurrentes. De esa manera se obtiene un esquema sintagmático que es al final una «manera de hacer para seguir su curso» 14. Seguir su curso , en este caso, consiste en no interrumpirse, en no cambiar de curso de práctica, en resistir a los desvíos, en negociar los obstáculos, etc. El curso de la práctica persiste , y los actantes implicados en las prácticas perseveran . La programación y el ajuste son, pues, las dos vías complementarias de esa persistencia-perseverancia más general.
Si el conjunto de esos actos y peripecias constituye un esquema identificable y suficientemente estable, este último forma una manera de persistir y de perseverar global y típica, que es comparable a otras maneras de perseverar, y cuyo estilo figural corresponde a tal tipo de práctica más bien que a tal otro. Si luego se pone ese esquema sintagmático en relación con contenidos temáticos y figurativos , y con sistemas axiológicos, con una ética y con una estética, y con estados pasionales; entonces, se obtiene una práctica semiótica debidamente constituida.
Lo mismo ocurre, en un plano de inmanencia de nivel superior y con un alcance más general, con las formas de vida, en las que, por principio, los elementos constituyentes (prácticas, estrategias, actantes, fases de acción) deben estar articulados según determinados tipos de relaciones, según el tempo y de acuerdo con ritmos adecuados para configurar un esquema reconocible, el cual, al acoger contenidos temáticofigurativos, axiológicos y pasionales, accederá al estatuto de forma de vida.
Vivir comporta una dimensión importante y problemática mucho más rápida que la práctica en sentido estricto: una «vida en curso» está limitada en los dos extremos de la cadena, uno realizado (el nacimiento), el otro, potencial (la muerte), pero entre esos dos límites el curso de la vida puede ser interrumpido en todo momento, puede encontrar obstáculos, y debe hacer frente a todo aquello que pueda torcer el sentido y la dirección. La forma de una vida se supone que responde a cuestiones de inspiración modal, axiológica y pasional, que puntúan el desarrollo sintagmático: «¿ cómo, por qué, en qué condiciones, en nombre de qué continuar? ». En el caso de las prácticas, lo que uno se esfuerza por continuar es solamente un curso de acción; con las formas de vida, lo que nos esforzamos por continuar es la vida misma, o al menos una de sus dimensiones constitutivas.
Spinoza (2007) resume ese principio estructural en una sola fórmula: perseverar en su ser , y hace de ella una regla elemental y profunda, a partir de la cual engendra un sistema ético completo. Y, si lo siguiéramos en este punto, la forma misma de la perseverancia en el curso de existencia sería el modelo de todos los demás tipos de perseverancia, y en particular de la perseverancia en un curso de acción, el esquema dominante de las prácticas.
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