1 ...8 9 10 12 13 14 ...17 La existencia postulada de esa contraperseverancia confiere todo su sentido a las iniciativas y a las decisiones del actante existente: él acepta o él rechaza, él conserva o él relaja, por turno o continuamente, la regla de la continuación o la de la detención. La contraperseverancia diseña otro horizonte para el curso de vida, otros cursos posibles, alternativas y opciones distintas. El actante existente puede, entonces, darse al mismo tiempo capacidad para reactivar o para transformar la forma de vida en curso, para admitir o rechazar las ocasiones de cambiar de curso, para inventar por sí mismo el contenido de los posibles y de las alternativas. En breve, para innovar.
La existencia de una contraperseverancia así comprendida nos salva en cierta medida del conformismo: en todo momento, perseverar en su curso puede conducir a inventar o a comprometer el porvenir, y a proyectar nuevas formas de vida sobre la forma en curso.
Capítulo II
Maneras de vivir y de sentir: definir y describir las formas de vida
COHERENCIA Y CONGRUENCIA DE LAS FORMAS DE VIDA
Evocar el «sentido de la vida» consiste en volver de nuevo a la cuestión original: ¿cómo pasar de un puro afecto, proporcionado por el sentimiento (positivo o negativo) de vivir, a un proceso que tenga sentido? Para Wittgenstein (2002), ese era el «problema de la vida»:
La solución del problema que tú ves en la vida es una manera de vivir que haga desaparecer el problema. […] Que la vida sea problemática quiere decir que tu vida no está de acuerdo con la forma de vivir. Es necesario que tú cambies tu vida, y si se pone de acuerdo con tal forma, el problema desaparecerá. (pp. 251-252)
El problema de la vida, y la cuestión planteada –¿cuál es el sentido de la vida ?–, encuentran una respuesta en la «manera de vivir » que anule la cuestión y el problema. La explicación que de eso se sigue –adecuación o inadecuación a una forma de vida reconocible– confirma esa respuesta «sintagmática». La cuestión del sentido de la vida biológica (en la biosfera) no tiene sentido, puesto que no podemos elegir estar en la vida. En cambio, la cuestión tiene sentido en la semiosfera y la respuesta es de naturaleza sintagmática: el hecho mismo de plantear la cuestión instala una reflexividad (una actividad consciente de sí misma, diría Vernadsky), testigo de un malestar que revela una inadecuación experimentada entre la vida tal como es vivida y algo que sería una forma de vida identificable.
Pasar del «problema de la vida » a una «manera de vivir », y luego a una «forma de vida », consiste en poner en proceso un puro afecto , «malestar» del que va a surgir una problemática semio-filosófica completa. ¿Malestar en la vida? El remedio está en el proceso: en buscar la «buena forma» para atenuar el malestar. No se trata, pues, de encontrar el o un sentido de la vida, sino de ser capaces de darle sentido , y tal es el rol de esa puesta en proceso. Convertir el sentimiento de existir en un proceso de existencia y en modos de persistencia, desplegar la existencia en el tiempo y en el espacio, someterla a reglas y a exigencias de articulación sintagmática: tal es la condición mínima para que la vida pueda recibir «sentido». El principio es de orden filosófico, el método para comprender los efectos será de naturaleza semiótica.
El sentido de un curso de vida reside en un esquema sintagmático
Greimas y Courtés escribían en Semiótica. Diccionario razonado de la teoría del lenguaje (1982), a propósito del esquema narrativo canónico:
El esquema narrativo es como un marco formal en el que viene a inscribirse el «sentido de la vida» con sus tres instancias esenciales: la calificación del sujeto, que lo introduce en la vida; su «realización» por lo que «hace»; y la sanción –a la vez retribución y reconocimiento– que es lo único que garantiza el sentido de sus actos y lo instaura como sujeto según el ser 1.
El «sentido de la vida» se inscribe en una «forma» (la secuencia de tres tipos de pruebas). El razonamiento comienza con estructuras de enunciados narrativos, examinados a partir de corpus folclóricos y, pasando por una serie de extrapolaciones sucesivas (a todos los textos, a todos los géneros narrativos, y luego a toda serie de acciones significantes), alcanza un nivel de generalidad suficiente hasta llegar a las «formas de vida». Así pues, se trata de una forma sintagmática de la vida colocada bajo las exigencias de la narratividad, y eso en los primeros tiempos de la semiótica estructural y generativa.
Hay otras formas sintagmáticas imaginables, pero volveremos sobre esto a su tiempo y momento. Por ahora importa la naturaleza del razonamiento que conduce del enunciado lingüístico y textual a la forma de vida: por generalizaciones sucesivas, por extensión progresiva de las posibilidades de análisis y del campo de pertinencia, lo que no era más que formas de textos particulares se convierte, por niveles escalonados, en forma de la experiencia en general. En esta ocasión, una experiencia elemental y genérica: la de la vida misma.
Teniendo en cuenta el esquema narrativo canónico, inmediatamente advertimos que la «forma» narrativa que da sentido opera selecciones muy fuertes sobre la «sustancia» (vital). Por el lado de la sustancia, en efecto, la primera etapa de la vida es el nacimiento, y la última es la muerte; por el lado de la forma (el esquema narrativo canónico), la primera etapa es la calificación , y la última, la sanción . Nacer a la vida en cuanto sustancia no es más que un límite inicial, y es preciso proyectar sobre él una forma sintagmática particular para que se convierta en significativa. La forma sintagmática proyectada por el esquema narrativo canónico decide específicamente lo siguiente: neutraliza el valor del límite inicial, y solo toma en cuenta el conjunto de las fases de adquisición de la competencia 2. Asimismo, como escribía Montaigne, la muerte no es más que el «fin» de la vida, y no la «meta»: para dar sentido a ese fin, el esquema narrativo lo sustituye por el conjunto de las fases de reconocimiento y de retribución 3.
La «forma de vida», al proyectar sobre el «curso de vida» un esquema sintagmático, determina, decide, en suma, la naturaleza, el número, el tamaño y la composición de los segmentos y de las articulaciones consideradas como pertinentes para poder acoger el «sentido de la vida». El «curso de vida» es una sustancia; la proyección de un esquema sintagmático sobre ese curso hace de él una «forma»; y esa forma es susceptible de funcionar luego como una «forma de la expresión» que puede ser asociada a una «forma del contenido». En este caso, para el segmento de la «sanción», los contenidos son los valores proyectados, ya sea sobre el sujeto, o sobre el objeto que le es atribuido.
Esa forma elemental será complejizada, hasta cuestionada, y presentará alternativas. Lo que se ha denominado, por ejemplo, «viraje modal» en semiótica ha permitido sustituir un inventario relativamente fijo de actantes, y una esquematización narrativa cerrada, por una mayor diversidad de roles modales. Gracias a la abertura de la combinatoria modal, la descripción narrativa se ha afinado y se ha ido adaptando progresivamente a la diversidad de los discursos concretos. De pronto, la inestabilidad y la variación han ganado todas las fases del esquema narrativo canónico: la del contrato y la de la manipulación, y, más generalmente, la de la «calificación del sujeto», especialmente bajo la influencia de la semiótica de las pasiones, pero también la de la acción y la de la sanción, gracias a la diversidad de «devenires» de la identidad modal.
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