Nuestra aproximación es más razonable: mientras no se demuestre rigurosamente que la temporalidad constituye una excepción, una singularidad, una anomalía, aceptaremos que los foremas determinan una flexión temporal, “ni mejor ni peor” que las otras tres. El forema de la dirección discrimina, por una parte, la “ captación ”, la retención, la potencialización de lo ocurrido; por otra, la “ mira ”, la protensión, la actualización del porvenir, o, dicho en palabras de Valéry, el palpitar recurrente del “ ya ” y del “ todavía no ”; tales valencias, que se miden recíprocamente, son “ vivencias de significación ” (Cassirer) y se ordenan mediante relaciones de anterioridad y de posterioridad, dando lugar a cronologías estrictas o laxas. Como lo ha mostrado Lévi-Strauss en su polémica con Sartre, una cronología concentra una velocidad, un ritmo, una textura; una cronología es una malla de calibre variable. Ahí también sería conveniente distinguir entre la forma científica de la historiografía y la forma semiótica, que afecta a la historia como disciplina interpretativa. En efecto, no toda anterioridad es igualmente significativa: las hay interrogativas, cuando se determina que los dos acontecimientos observados pertenecen a la misma temporalidad. Al respecto, es claro que el psicoanálisis opta por una temporalidad continua en la que los después siguen dependiendo estrechamente de los antes , es decir, de lo que sobrevino en la temprana infancia. Pero, en nuestra opinión, es la proyección del forema del impulso la que permite la apropiación práctica, pragmática, familiar, de la temporalidad por parte de los sujetos: algunas, indudables, como la brevedad y la longevidad, miden la duración y quedan ligadas a nuestra discreción, por medio de determinadas convenciones y restricciones. Jamás pondremos fin al debate sobre el tiempo, pero esa ignorancia no tiene gran importancia y permanece ajena al uso, al “empleo” del tiempo, tal como aparece en la espera, en la paciencia o en la impaciencia, pasiones comunes del tiempo.
La espacialidad, por tener un lugar preponderante en nuestro universo de discurso, es mejor aceptada. El forema de la dirección distingue no orientaciones geográficas sino lo que subyace a esas orientaciones, a saber, la tensión entre lo abierto y lo cerrado , que permite al sujeto formular, por una parte, programas elementales de ingreso, de penetración y, por otra, programas de escape, de salida, en función de la tonicidad del entorno. A partir de la obra de los escritores, y sobre todo de los poetas, geógrafos del imaginario, G. Bachelard ha dicho, especialmente en La poética del espacio , todo lo que podía decirse sobre ese tema. Las figuras de lo abierto y de lo cerrado se encuentran en una relación de asimetría: la presencia de por lo menos un cierre, una bolsa, una oclusión…, establece la apertura como tal. Igualmente, el forema de la posición , que discrimina lo interior de lo exterior , presupone en “algún lugar” la existencia de un cierre. Al igual que para la temporalidad, es preciso determinar si dos magnitudes pertenecen o no al mismo espacio. El forema del impulso establece el contraste entre el reposo y el movimiento , entre la permanencia en un sitio y el desplazamiento, estigmatizado este último por Baudelaire en “Los búhos”. Este forema es el sincretismo resoluble de la potencia y de la inercia, el recinto mental donde se miden mutuamente.
En la medida en que son “términos” del significante y “complejidades de desarrollo” del significado, estas valencias operan como funciones, mejor aún, como funcionamientos; son gramaticales en sentido estricto, puesto que son intersecciones homólogas de aquellas que proponen las gramáticas; así en francés, el adjetivo posesivo “ son ” [su] es, desde el punto de vista del poseedor, una tercera persona, y, desde el punto de vista de la cosa poseída, masculino y singular. El formalismo de las sub-valencias es del mismo orden, quizás con un poco más de sofisticación: la sub-valencia del reposo tiene como “armónicos”, o como sub-valencias de fondo, la longevidad , o si se prefiere, la permanencia, la atonía y finalmente la lentitud paroxística de la detención. En resumen, las sub-valencias intervienen conjuntamente, de acuerdo con el modelo de la sinfonía más que con el de la sonata. Si apelamos a Claudel, desconocido como semiótico, podemos observar el efecto señalado:
Un seul grattement de l’ongle et la cloche de Nara se met à gronder et
à résonner .
(…)
Et l’âme tout entière s’émeut dans les profondeurs superposées de son
intelligence . 35
[Con un solo rasguño, la campana de Nara se pone a tañer y a resonar.
(…)
El alma entera se conmueve en las profundidades superpuestas de
su inteligencia.]
Una de las tareas del léxico consiste en permitir, en función de esa solidaridad de la estructura, la selección de aquella subvalencia que concuerde con el topos desarrollado por el discurso. Esa profundidad de la valencia no está ausente de las lenguas si le prestamos oído: de tal modo que, en francés, si se toma en cuenta el orden canónico de su aparición en el discurso, el artículo indefinido y el artículo definido también se oponen como lo que sobreviene a lo que ha sobrevenido . Sin embargo, como la dimensión del sobrevenir no es tomada en cuenta, ese esbozo de declinación tensiva permanece ignorado. *
La red aquí propuesta atribuye a cada subvalencia una ubicación, pero la constitución de la red se encuentra en el fundamento de otras dos propiedades estructurales: (i) la rección de las sub-dimensiones por el mismo forema es homogeneizante , como sucede en la lengua, donde la serie dé-faire, dé-coudre, dé-tacher, dé-composer, dé-charger … [deshacer, descoser, despegar, descomponer, descargar] atrae todo término que conlleve la idea de “alejamiento, separación, privación de un estado o de una acción” ( Grand Robert ), aun si, como en el caso de déchirer [desgarrar], la sílaba dé- no remite al prefijo latino dis -. Con respecto a las “relaciones asociativas”, Saussure ha mostrado en el Curso de lingüística general que la lengua no es demasiado puntillosa en esa materia; (ii) la conmutación de los foremas dentro de una misma sub-dimensión es diferenciante , comparable a un análisis espectral: la sub-dimensión cambia de sesgo o de aspecto (en la acepción genérica del término) en función del forema seleccionado.
II.7 FISONOMÍA DE LAS ESTRUCTURAS PARADIGMÁTICAS
Si dejamos de lado el psicoanálisis, al Valéry de los Cuadernos , los capítulos que Cassirer dedicó al “ fenómeno de expresión ” en Filosofía de las formas simbólicas , a Nietzsche por supuesto y a algunos otros, la afectividad es considerada desdeñable por unos y, por otros, más clarividentes, embarazosa, como si la cuestión de por dónde abordarla agotase la problemática. La “desretorización” de la lingüística operó en el mismo sentido. No faltan agudas monografías sobre tal o cual afecto o pasión; sin embargo, aún hace falta una analítica a priori de lo sensible que concuerde con los avances de la semiótica. De ninguna manera pretendemos decir aquí la última palabra; tratamos simplemente de indicar las categorías que, en nuestra opinión, debería tomar en cuenta una analítica razonada del afecto para incorporarlas a la red de los doce pares de subvalencias que acabamos de presentar, ya que las valencias son formas del plano de la expresión y los afectos son formas del plano del contenido.
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