A su vez, La guerra de los canudos es una epopeya histórica, la desigual lucha que enfrenta a los canudos liderados por Antonio Conselheiro con las tropas del ejército que intentan desalojarlos del territorio que ocupan. Casi una miniserie de acción, la historia del filme, similar en lo sustancial a la que relata Vargas Llosa en La guerra del fin del mundo (aunque el guion del filme no es una adaptación de la novela), exhibe un tratamiento bastante convencional.
Estación Central , por su parte, es la crónica sentimental de un viaje, el que realiza una mujer mayor, interpretada por una notable Fernanda Montenegro, junto con un niño, en dirección al nordeste brasileño en busca del padre, luego de que la madre del niño muere en un accidente. A la manera de un diario de viaje en el que dos extraños se van conociendo y de paso van descubriendo un mundo nuevo a través del recorrido efectuado, Estación Central es convincente pese a algunas coartadas sentimentales bastante discutibles.
Los predios del cine de autor
Aquí se reúnen trabajos tan apreciables como los de Jaime Humberto Hermosillo en De noche vienes, Esmeralda (1997), Román Chalbaud en Pandemonium, la capital del infierno (1997), Walter Lima Jr. en La ostra y el viento (1998), Adolfo Aristarain en Martín (Hache) (1997) y Alejandro Agresti en La cruz (1997), hasta propuestas tan objetables como las de Eliseo Subiela en Despabílate amor y Pequeños milagros (1997). De estas últimas me ocupé en el número anterior de La Gran Ilusión . De las otras hay varias cosas que destacar. En De noche vienes , Esmeralda , el ingenio de Hermosillo para orquestar una farsa donde la siempre acertada María Rojo es acusada por mantener varios vínculos matrimoniales. Metáfora de la inversión del machismo mexicano la de Hermosillo. En Pandemonium Chalbaud diseña una metáfora de la connivencia del poder y la corrupción en imágenes donde asoma, una vez más, esa propensión a lo grotesco que el realizador venezolano suele pergeñar en sus filmes.
En La ostra y el viento el brasileño Walter Lima relata, a la manera de un cuento de aventuras en el límite de lo onírico, con reminiscencias de Stevenson y Conrad, los avatares de una niña en medio de un grupo de marinos en una isla-faro. Martín (Hache) , drama familiar afincado en una casa de playa, es la más dialogada y sentenciosa de las películas del argentino Aristarain pero con una estupenda dirección de actores y un sentido de la narración y del manejo del tiempo inusual en nuestras cinematografías. La cruz , por último, ratifica la valía de Agresti. Heredero a su modo de una suerte de cinéma vérité dramatizado en el que se puede reconocer, asimismo, la impronta de John Cassavetes, pero sin que ello desmerezca la filiación porteña de los personajes que pueblan el filme, especialmente ese Norman Brisky, en una actuación excepcional, que deambula por los diversos lugares dispuestos en la construcción narrativa abierta del filme que sigue, a través del personaje, una continuidad lineal, diferente de la construcción episódica del también apreciable, pese a algunas escenas chirriantes, Buenos Aires viceversa (Alejandro Agresti, 1996).
Dos son los filmes que se destacan en este rubro, ambos operas primas : Quién diablos es Juliette (1997) del argentino afincado en México Carlos Marcovich, ya comentado en el número anterior, y Pizza, birra y faso (1998), de los argentinos Adrián Caetano y Bruno Stagnaro. Este último es una crónica social sobre un grupo de jóvenes delincuentes, narrado sin la menor intención aleccionadora o moralista, atendiendo las manifestaciones más banales de las conductas y la entonación espontánea de las voces. Pizza, birra y faso es casi un filme antiargentino si es que por argentino identificamos esa tradición que ha hecho de la impostación verbal una forma de señal de identidad nacional. Antiimagen, al mismo tiempo, del Buenos Aires de postal que tantas veces se ha visto, la recreación visual sombría y azulada del centro de la urbe contribuye a la visión inhóspita, sin estridencias ni acentuaciones de ningún tipo, que el filme propone.
Pizza, birra y faso es una de las más legítimas sorpresas que el cine argentino y latinoamericano todo ha aportado en los últimos tiempos, una bocanada de aire nuevo, pese a desarrollar un motivo que ha sido repetidas veces tratado por las cinematografías del continente. Aquí se demuestra, por enésima vez, que los temas o asuntos no envejecen ni se desgastan si es que están desarrollados con un punto de vista propio. Eso es lo que hace distinta a Pizza, birra y faso .
Pese a que quiere presentarse como original, decepciona, en cambio, una cinta como Bocagem, el triunfo del amor (1997) del brasileño Djalma Limongi Batista, evocación del poeta portugués Bocagem, narrado con imágenes que recuerdan a Fellini Satyricon (Federico Fellini, 1969), y a los filmes de Diego Risquez en un cóctel más bien imbebible. Igualmente, la argentina La dama regresa (1996) de Jorge Polaco, versión kitsch de la vuelta al cine de la sex-symbol platense Isabel Sarli. Aquí se hubiera requerido a un Werner Schroeter inspirado para salvar la empresa del franco ridículo al que ha sido condenada.
Las experiencias marginales
Dos son las películas que se ubican en este espacio alejado de la producción central. Ellas con Ciudad de Dios (1997), de Víctor A. González, filmada en 16 mm e Invierno mala vida (1997), de Gregorio Cramer, ambas argentinas. Se habla a veces de un cine independiente y hace poco se presentó en la Filmoteca de Lima una muestra de cine independiente argentino. El calificativo de independiente no tiene en nuestros países la misma connotación que en los Estados Unidos, por ejemplo, pues a no ser que se trate de productos de compañías estables y con una continuidad de trabajo o de obras financiadas por el Estado, todo lo demás es independiente y en ese sentido, Pizza, birra y faso no se diferencia de las cintas incluidas en este apartado, e incluso hubiera podido ingresar perfectamente en este rubro. Si establecemos una diferenciación es por acentuar el carácter más atípico y excéntrico que poseen filmes como Ciudad de Dios e Invierno mala vida . Con Pizza, birra y faso comparten el aire de improvisación, el lado semidocumental, la sequedad del tono. Pero en Ciudad de Dios hay una apariencia casi amateur y en Invierno mala vida una distensión narrativa y rítmica mucho más acusada. Más lograda resulta Invierno mala vida , pero hay en Ciudad de Dios una mirada personal que se proyecta sobre la historia pasional en un ambiente miserabilista recreada por el filme. Ambos son filmes poco a nada agradables, incómodos, que se construyen a partir de una estética del desaliño o de la fealdad dentro de un realismo de primer nivel, siendo estilísticamente más trabajada Invierno mala vida , con planos de larga duración y una destacada actuación del protagonista.
(N. o9, primer semestre de 1998, pp. 21-24)
Los hechos reales, ¿materia prima o algo más? (A propósito de algunas ficciones realistas recientes)
El azar ha hecho que entre los títulos más prominentes en la entrega de los premios Oscar, haya varios que se inspiran en personajes y hechos de probada existencia real. Por si necesita aclaración, no importa, para efectos de estos comentarios, la contingencia de las candidaturas o los premios. Tal circunstancia no abona a favor de dilucidar la pertenencia de esas películas a la categoría “basadas en hechos reales” y, en todo caso, puede dar cuenta de una preferencia o de una inclinación de los miembros de la Academia por una modalidad de relato realista, pero esto no es en absoluto una preferencia excluyente. De cualquier modo, el razonamiento de este texto sigue otra línea: la que intenta situar algunas características definitorias de esas películas dentro de la producción norteamericana más reciente que, más allá de ciertos indicios formales y, en menor medida, de inflexión dramática, mantienen rasgos que se pueden extrapolar en el tiempo y que corresponden al común de los relatos que se inspiran en personajes y situaciones previamente existentes.
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