3 de diciembre de 2019
Uno de solidaridad familiar
Lo comparte Isabel Arango
Lo comparte luego de mi charla y me inspira, ¡y lo hace porque se trata de actos!:
«Hoy, luego de la charla sobre el contagio de la amabilidad a la que asistí con mi familia, realizamos #UnExperimentoAmable que queremos compartir.
Cuando terminó el evento, decidimos comer en un restaurante muy conocido por todos y que tiene una de sus sedes en Ciudad del Río. El trato que recibimos por todas las chicas que nos atendieron en el lugar fue muy agradable.
Sin embargo, cuando terminamos de comer, la encargada de retirar los platos, de manera muy abierta, comenzó a decir que todo estaba muy solo, que hoy era un día muy familiar (7 de diciembre, día de las velitas en Colombia). Que ellas querían celebrar la tradición entre compañeras ya que les tocaba trabajar, pero que por ahí cerca no habían logrado conseguir velas y que el único lugar que las tenía, las vendía muy caras, que su turno de trabajo terminaba como a las 10 p. m., y que, además, los niños de ellas iban a estar la noche de velas solitos, cosa que les bajaba un poco el ánimo.
El contagio se dio cuando miré a mi hermana y a mi madre, y les pregunté: “¿Qué hacemos?” y, sin dudarlo, una sacó dinero y la otra dijo que nos dividiéramos entre las tiendas cercanas para ver qué lográbamos conseguir.
Diez minutos más tarde el asunto estaba solucionado y regresamos al restaurante con una pequeña sorpresa. Cuando le entregamos las velas a Marcela, la chica que nos atendía, vimos cómo sus ojos se iluminaron y de inmediato, muy sorprendida, les contó a sus compañeras que ya iban a tener con que celebrar aquel día, el día de las luces».
Gracias, Isa. ¡Qué nota la gente que se deja contagiar!, esa que #ContagiaAmabilidad.
1. Recuerden que la base de todo esto son los actos, ¡hacer, hacer, hacer! Debemos pasar de ser una sociedad de las buenas intenciones y las buenas palabras A LOS BUENOS HECHOS. Nadie es bonito por dentro si no lo manifiesta con acciones tangibles en el afuera.
2. Un bello gesto de amabilidad es comprender el esfuerzo del otro en fechas especiales, pues mientras ustedes están cómodos en sus casas o asisten a un sitio precisamente para estar con sus familias, la persona que los atiende, seguro no podrá estar con quienes ama por prestarles un servicio. ¿Y si tienen un bello detalle con esa persona, como lo tuvo Isabel?
Enviado por Isabel Arango el 7 de diciembre de 2019
Uno para calmar histéricos
Ayer, mientras buscaba dónde almorzar, me di cuenta de que cerca de mi apartamento existía un restaurante al que no había entrado porque siempre estaba lleno el condenado, y esta vez no fue la excepción, motivo por el cual demoraron en atenderme.
Cuando la chica llegó a preguntar mi orden, una señora al lado, un poco histérica, estaba gritando que llevaba quince minutos esperando, lo cual no era cierto, pues llegó después que yo, ante lo cual la chica le dijo: “Atiendo al muchacho (o sea yo, qué piropazo) y sigo con usted”.
La señora, bastante fuera de control, seguía quejándose, gritando e incomodando a todos, por lo que le dije a la chica, como siempre en mi tono dicharachero y bonachón: “Dale, atendela a ella primero, seguro está más hambriada, je, je, je”.
Ella entendió mi disposición y tomó primero el pedido de la señora, lo que calmó los ánimos. Luego tomó el mío. Yo quería mi almuerzo con mazamorra, sin embargo, tocó con limonadita ya que no tenían leche deslactosada (sí, soy un vejete, aunque, en mi defensa, soy intolerante a la lactosa, je, je, je).
Tras llevar la comida de la señora, la chica que me atendía salió corriendo del local y pensé que la habían regañado. Luego regresó con mi comida y leche deslactosada en un vasito aparte, y pensé: “Juro que me dijo que no había”, pero me quedé callado.
Cuando terminé de comer, le di su propina y me acerqué a la caja registradora a pagar, y le dije a la que parecía la dueña: “Juro que me dijeron que no había leche deslactosada, ¿o estoy muy perdido”, y ella respondió: “Es que no hay, yo se la hice comprar por haber cedido su turno y ayudarnos con esa señora escandalosa”.
MOACHOS, PASARON VARIAS COSAS:
1. Obviamente, hasta Mirús se contagió, les hice un favor calmando a la histérica. Lo que quiero decir es que no solo la calmé a ella, todo el lugar se hizo más agradable.
2. Yo gané, puesto que pude comerme mi mazamorra, ahhh, delicia de los dioses. ¿Por qué sucede esto? Porque rompí el esquema de la fuerza que dicta que “debí exigir el producto que a mí se me antojaba con todos mis caprichos”, di una mano y ni siquiera tuve que decir una vez más qué quería.
3. Entendí por qué siempre estaba lleno ese lugar: por la amabilidad con la que reciben, tratan y, principalmente, resuelven. La amabilidad no es únicamente sonreír, lo cual es muy valioso, es también ser resolutivos, atender lo que los clientes quieren si existe alguna manera de hacerlo, así vuelve cualquiera, porque es muy rico cuando un lugar #ContagiaAmabilidad.
12 de febrero de 2020
Uno para entender que ceder comodidad no implica sacrificio
Estaba en la plazoleta de comidas de un concurrido centro comercial, en plena hora pico, y a mi lado estaba la única mesa libre (siempre me hago en la zona donde nadie quiere, je, je, je).
En ese momento una familia, numerosa y al parecer de la costa colombiana por su acento, se acercó mientras peleaban y se recriminaban por no haber llegado antes o no haber tomado una mesa mejor; no entendía mucho los detalles porque hablaban a mil kilómetros por hora, pero era evidente que peleaban.
Yo tenía un par de sillas libres y se las ofrecí sin que ellos dijeran nada, lo que de inmediato sacó sonrisas y el estrés empezó a reducirse, eso se notó; acto seguido les ofrecí la silla en la que tenía mi maleta, y de inmediato la pelea se cambió por una especie de vergüenza: “No, qué pena, le toca ponerla en el piso”, me decían mientras también me contaban cosas más despacio y yo esas sí las entendía, je, je, je.
Por último, y como estocada final, cuando me levantaba, les dije: “Ustedes son muchos, tomen esta mesa y juntan las dos para que estén cómodos”. La señora que más alegaba dejó de hacerlo y me dijo: “Ojalá uno se encontrara gente así todos los días”, y ella, la de más edad, se levantó para acercar mi mesa a la suya.
Como es obvio, ya todos disfrutaban del almuerzo y la pelea cesó. Moachos, aquí hubo varias cosas, pero lo básico fue que mi acto de amabilidad se contagió entre ellos. ¿Qué tal si entre toda la familia hubiera alguien que #ContagiaAmabilidad? No dudo de que así reduciríamos el conflicto y viviríamos mucho mejor como hermanos, como colombianos.
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