En primer lugar, hay una diferencia fundamental con la primera revolución industrial del último tercio del siglo XVIII, cuyo desarrollo tecnológico más importante, la máquina de vapor, surgió de la inventiva de quienes trabajaban en la producción o manufactura. Hoy, el cambio tecnológico se funda en nuevos principios científicos. Por ejemplo, el desarrollo tecnológico se trasladó del proceso de producción al laboratorio, de modo que desde entonces la relación entre investigación científica y desarrollo tecnológico se ha vuelto cada vez más estrecha. El conocimiento científico y la formación de investigadores adquirió un peso mucho mayor.
En segundo lugar, el cambio tecnológico se restringía a un puñado de grandes centros industriales, contrariamente a como ocurre en nuestra época, cuando la difusión del cambio es más acelerada. La expansión de los usos de la electricidad ha ensanchado las capacidades de comunicación a un ritmo sin precedentes, haciendo posible la transmisión de información y datos en cantidades que superan los límites de la imaginación. Este hecho ha dado un cariz muy particular a las relaciones entre educación, ciencia, tecnología y economía. Lo característico no es sólo la centralidad del conocimiento, sino la velocidad con que se difunde a casi todos los sectores de la sociedad, no sólo a los dedicados a la investigación, sino también a los consumidores.
Los sistemas de información permiten transmitir con diligencia los adelantos científicos y tecnológicos entre las personas e instituciones encargadas de generar conocimiento. A su vez, esto desarrolla la capacidad de conocimiento y da pie al impulso de nuevas innovaciones tecnológicas, incrementando la importancia de la educación superior, pues sólo las sociedades educadas aprovechan todo el potencial de los procesos de comunicación.
Pero más importantes y novedosas son las recientes conexiones entre el saber científico y el mercado, en circuitos donde la información viaja con una rapidez inusitada. De manera muy esquemática, el proceso es como se indica a continuación: el desarrollo de la tecnología inicia con un descubrimiento científico, al que se le da una aplicación en la forma de un bien o proceso, que será producido y comercializado. Al entrar en contacto con el mercado, las capacidades de innovación tecnológica se potencian, pues todo desarrollo tecnológico que signifique una ventaja para un competidor, intentarán asimilarlo o superarlo sus rivales, que a su vez impulsarán un nuevo ciclo de investigación, innovación tecnológica y ventajas competitivas.
En las sociedades del conocimiento, ésa es la forma que adoptan las relaciones entre educación superior, ciencia, tecnología e innovación. Es una dinámica circular en la que el saber genera tecnologías novedosas que, aplicadas a procesos que generan nuevos conocimientos, dan lugar a más innovaciones. Para ser más preciso. En las naciones que han sacado provecho de esta dinámica global, este proceso adopta la forma de una espiral ascendente. La educación superior, la ciencia, la tecnología y la innovación incrementan la competitividad, la cual permite alcanzar niveles más elevados de crecimiento económico, lo que otorga la posibilidad de emplear más recursos para echar a andar de nuevo el ciclo, pero desde un nivel superior.
Ya sabemos cuál es el elemento central de este proceso. La innovación es el lazo que une a la educación superior, y a la investigación científica y tecnológica con el crecimiento económico. La educación, el saber científico y tecnológico son importantes porque tienen sentido por sí mismos. Pero para que se traduzcan en desarrollo económico y bienestar social, deben interconectarse en un proceso de innovación permanente. Desde la conclusión de la segunda guerra mundial, la capacidad de ordenar la ciencia y tecnología en un proceso continuo de innovación fue determinante para la potencia de los países. Las naciones que despuntaron económicamente lograron, en su base territorial, mantener una interacción estrecha, próxima entre sus sistemas de formación de recursos humanos, investigación científica, descubrimiento tecnológico y su aplicación.
A eso nos referimos cuando hablamos de un sistema de innovación; es el conjunto de mecanismos y estrategias institucionales que permiten integrar las distintas etapas del proceso de innovación: desde la formación de recursos humanos y la investigación, pasando por el desarrollo tecnológico, hasta llegar a la producción y comercialización de bienes tangibles e intangibles. Cuando se articulan mutuamente, los diversos actores y estrategias involucrados en cada etapa conforman un sistema de innovación. Sólo entonces la ciencia y la tecnología potencian su valor para convertirse en detonantes del crecimiento económico. Cuanto más fluida y estrechamente se articulen las distintas etapas del proceso de innovación, habrá más retroalimentación y las sociedades alcanzarán más rápido su transformación en economías del conocimiento.
A esto hemos denominado cadena de valor de conocimiento, con una vista de proceso. De tal modo que el primer eslabón de la cadena es la educación superior, en la que se forman los recursos humanos y se genera capacidad para realizar tareas de investigación básica y aplicada, así como para el desarrollo de nuevos productos y servicios. El segundo eslabón es la investigación científica, la cual genera conocimiento susceptible de ser transformado en tecnología que llegue al mercado. El tercer eslabón es la tecnología, que permite realizar la transformación del conocimiento en aplicaciones novedosas que generan patentes y propiedad intelectual, cuya potencialidad impacta los procesos productivos y lleva nuevos bienes al mercado.
El eslabón final se refiere a la tarea de ajustar la tecnología a las necesidades de la sociedad en un ambiente de competencia global. En este modelo esquemático es claro que la articulación y el enlace de las instituciones y agentes sociales, responsables de cada eslabón, es la clave que permite el funcionamiento del conjunto.
México sólo logrará un crecimiento sostenido, en la medida en que sea capaz de adaptarse e incorporarse a estas transformaciones globales para sacarles provecho. Dicho de otro modo, para mejorar su desempeño en la competencia global, en los años venideros, este país deberá transitar de ser una economía basada en la exportación a una economía del conocimiento. Evaluar las posibilidades de lograrlo implica, como hemos visto, analizar el funcionamiento de nuestro sistema de innovación.
Por ello un gran avance ha sido la articulación de las actividades de promoción de toda la cadena en la perspectiva de la actual Ley de Ciencia y Tecnología que reúne en el Conacyt las facultades a todo lo largo del ciclo de innovación. A este primer paso le seguirá un conjunto de políticas que fortalezcan el enlace o vinculación de todos los elementos, pues la situación está lejos de ser la adecuada.
Por principio de cuentas, se soslaya el nivel de desarticulación que caracteriza al sistema de innovación en México. Lamentablemente, nuestro país es buen ejemplo de que, en la circunstancia actual, la educación superior y el desarrollo de la ciencia y la tecnología no bastan para alcanzar la prosperidad, sino que es necesario apropiárselas y adaptarlas a las necesidades de su economía. Contamos con investigadores, universidades y centros de investigación de calidad internacional, merced a las políticas de largo plazo dirigidas al fortalecimiento de la educación superior. Sin embargo, en general, esas capacidades de investigación están desvinculadas de las necesidades de la industria, por lo que no contribuyen efectivamente al incremento de la competitividad. Es excepcional la rama de actividades económicas que logra aprovechar plenamente los adelantos científicos para innovar en su esfera de actividad.
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