Los sistemas técnicos, tecnológicos y tecnocientíficos afectan a la cultura impactando en las prácticas sociales específicas. Al estudiar los efectos culturales de la tecnología, se considerará a los agentes intencionales, las personas de carne y hueso que constituyen la médula de los sistemas tecnológicos y científicos, así como las prácticas sociales que se transforman a raíz de la operación de esos sistemas, es decir, debe analizarse la manera en que los agentes se ven inducidos (y a veces obligados) a hacer las cosas de otro modo, por ejemplo, a cambiar sus prácticas de cultivo. Por consiguiente, las políticas pertinentes tendrán como objetivo fomentar las transformaciones adecuadas en esas prácticas, con el acuerdo de los agentes que forman parte de éstas y no pensar en abstracto en el desarrollo del conocimiento o de la tecnología. Resumiremos lo anterior en la siguiente tesis: “El fortalecimiento de la ciencia y la tecnología por sí solo no es suficiente para el desarrollo social, es necesario articular estos sistemas con el resto de la sociedad, de manera que los diferentes grupos se apropien críticamente del conocimiento y lo utilicen en su beneficio por medio de sus diversas prácticas”.
El desafío para el fortalecimiento de una cultura tecnológica y de un adecuado tránsito a una sociedad del conocimiento es que la gente, en función de sus fines y sus valores, ejerza sus capacidades para generar, apropiarse y aprovechar el conocimiento, tanto de los saberes tradicionales, como de los científicos y tecnocientíficos, pero sobre todo que genere el conocimiento que mejor les sirva para alcanzar sus fines, manteniendo siempre la capacidad de decidir autónomamente cuáles son las prácticas que desean modificar y, en su caso, en qué sentido aceptan cambiarlas y cuáles no quieren alterar.
Las redes socioculturales de innovación
Lo anterior significa que las políticas de ciencia, tecnología e innovación, consideradas integralmente junto con las políticas educativas, culturales y económicas, se orientarán hacia la construcción y fortalecimiento de lo que llamaríamos redes socioculturales de innovación .
Tales sistemas incluyen a miembros de comunidades de expertos de diferente clase –de las ciencias naturales y exactas, de las sociales, de las humanidades y de las disciplinas tecnológicas–, a gestores profesionales de esos sistemas (profesión que aún no se ha desarrollado en Iberoamérica al nivel que se necesita hoy en día), entre cuyas tareas se encuentra la atracción de fondos de inversión y su eficiente administración, profesionales de mediación que no sean sólo “divulgadores” del conocimiento científico, tecnológico y científico-tecnológico (que no sólo transmitan a la sociedad mensajes en el sentido de la tecnología y la tecnociencia), sino que sean capaces de comprender y articular las demandas de diferentes sectores sociales (empresarios, entre otros, aunque no exclusivamente ellos, sino también otros grupos sociales) y llevarlas hacia el medio científico-tecnológico y facilitar la comunicación entre unos y otros.
Las redes socioculturales de innovación incluyen, pues, a los sistemas y procesos donde se genera el conocimiento, pero también a los mecanismos que garantizan que ese conocimiento será aprovechado socialmente para satisfacer demandas de diferentes sectores, y por medios aceptables desde el punto de vista de quienes serán afectados. Esto significa que garantizan la participación de quienes tienen los problemas, desde la conceptualización y formulación del problema, hasta su solución. Por ello es indispensable la participación de representantes de los grupos que serán afectados o, en su caso, beneficiados, así como de especialistas de diversas disciplinas, entre las cuales necesariamente estarán científicos sociales y humanistas.
El fortalecimiento de dichos sistemas implica el avance de la ciencia, la tecnología y la tecnociencia mediante un incremento de la inversión en éstas, pero al desarrollarse a través de sistemas en los que se da una comunicación entre los tecnólogos y tecnocientíficos expertos –con quienes toman las decisiones concernientes a la inversión y quienes demandan el conocimiento para resolver sus problemas– el resultado es la consolidación de una auténtica cultura tecnológica y científico-tecnológica. Esto significa que los ciudadanos y quienes toman las decisiones en los gobiernos y en el sector productivo aprecian el valor de la ciencia y la tecnología y, junto con los expertos, entienden que la tecnología y la tecnociencia poseen un enorme potencial para coadyuvar a la comprensión y resolución de problemas y, por tanto, al desarrollo económico y social, saben por qué es razonable confiar en esos sistemas y cuáles son sus límites, también saben que generan riesgos pero que existen maneras ética, económica y políticamente aceptables de contender con ellos, mediante mecanismos en los que participen expertos y representantes de los grupos sociales involucrados, y conocen también la conveniencia de aprovechar otros saberes, como los tradicionales.
El desarrollo de las redes socioculturales de innovación, en suma, requiere:
Reconocer las diferencias entre las prácticas científicas, tecnológicas y tecnocientíficas, y que su desarrollo es necesario para impulsar los sistemas de innovación, pero que no significa que todos los científicos hagan innovación, a diferencia de generar conocimiento científico. Sin embargo, esto no quiere decir que los científicos no deban rendir cuentas a la sociedad, y tampoco los exime de responsabilidades éticas y sociales.
Reconocer y actuar consecuentemente con la idea de que la responsabilidad de promover y fortalecer los sistemas de innovación corresponde a quienes diseñan y operan las políticas de innovación –como parte de las políticas educativas, culturales, económicas y de ciencia y tecnología–, no a los científicos, ni a los tecnólogos ni a los tecnocientíficos.
Desarrollar la cultura científico-tecnológica crítica que incluya el reconocimiento y aprecio de la justicia social y la sustentabilidad.
Gestionar las prácticas epistémicas de acuerdo con las peculiaridades culturales de los grupos sociales en las que se desarrollan y a quienes afectan.
El desafío radica en promover los estímulos para que los diferentes agentes y grupos sociales interactúen de manera que generen, transmitan y aprovechen el conocimiento en su beneficio, así como en la resolución de sus problemas. Para ello se ha de impulsar la ciencia, la tecnología y la tecnociencia; después, promover los mecanismos económicos, sociales y culturales para su aprovechamiento.
La construcción de una auténtica cultura técnica, tecnológica y científico-tecnológica que conduzca a los sistemas socioculturales de innovación requiere, por tanto, de un gran esfuerzo educativo desde la educación primaria hasta el nivel universitario y de posgrado, sin olvidar la educación no formal, con el fin de modificar las actitudes básicas de los agentes sobre los sistemas tecnológicos. Esto requiere de profundas transformaciones institucionales, legislativas y estructurales en el Estado, así como de las actitudes de todos los ciudadanos. La tarea es titánica, pero si no respondemos adecuadamente a este asunto, la sociedad del conocimiento en México y en América Latina no será sino una etiqueta vacía más. ■
Echeverría, Javier (2003). La revolución tecnocientífica , Madrid, FCE.
Merton, Robert K. (1973). “The Normative Structure of Science” [publicado originalmente como “Science and Technology in a Democratic Order, (1942)], en The Sociology of Science , Chicago, Chicago University Press.
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