Cuando pensamos, pues, en la cultura científica, técnica, tecnológica o tecnocientífica de un país, contemplaremos esa doble dimensión. Pero, evidentemente, las representaciones y evaluaciones que tengan y hagan los diferentes grupos sociales sobre los sistemas técnicos, tecnológicos y tecnocientíficos variarán ampliamente, lo cual se agudiza en los países culturalmente diversos. Esto plantea problemas que conviene reflexionar a fondo. Por ejemplo, ¿qué significa desarrollar la cultura tecnológica y tecnocientífica en los países de América Latina y, particularmente, de sus pueblos indígenas con culturas diferentes, marginados educativa y económicamente?
Para profundizar en ese problema, conviene citar la distinción propuesta por Quintanilla entre la “cultura incorporada a un sistema técnico y la “cultura no incorporada a un sistema técnico”:
La cultura tecnológica incorporada a un sistema técnico está formada por el conjunto de creencias o conocimientos, hábitos y valores que los operadores de un sistema técnico necesitan tener para que éste funcione de forma adecuada. La cultura tecnológica de un grupo social (un país, una empresa, etc.) en sentido estricto o restringido se puede definir como el conjunto de todos los rasgos culturales incorporados a los sistemas técnicos de que dispone: incluye, por lo tanto, el nivel de formación y entrenamiento de sus miembros en el uso o diseño de esas tecnologías, pero también la asimilación de los objetivos de esas tecnologías como valores deseables, etc.
La cultura tecnológica no incorporada a sistemas técnicos está formada por el conjunto de rasgos culturales que se refieren o se relacionan con la tecnología, pero que no están incorporados a sistemas técnicos concretos, bien sea porque no son compatibles con las tecnologías disponibles, o porque no son necesarios para ellas, etc. Por ejemplo, un buen conductor de automóviles necesita determinados conocimientos sobre la mecánica del automóvil, un cierto nivel de entrenamiento en la práctica de conducir y una cierta interiorización de valores que representan las normas de tráfico (respetar la prioridad en los cruces, etc.). Todo esto constituye una parte de la cultura incorporada a la tecnología del automóvil de nuestros días. Pero además de eso, el conductor puede tener determinadas creencias (acertadas o no) sobre el efecto contaminante de los motores de combustión interna, puede tener ciertas pautas de comportamiento en relación con el transporte individual y determinados valores referidos a la necesidad de preservar de la contaminación el centro histórico de las ciudades. Todos estos rasgos forman parte de una cultura tecnológica, en la medida en que afectan al uso, diseño y difusión de determinadas tecnologías, pero pueden no estar incorporados, por el momento, a ningún sistema técnico concreto (Quintanilla, 2005: 277).
Puesto que los sistemas tecnocientíficos son una subclase de los sistemas técnicos, es posible aplicar esta idea al caso de la “cultura tecnocientífica” que la constituirían, por una parte, los conjuntos de representaciones (creencias, conocimientos, teorías, modelos), de normas, reglas, valores y pautas de conducta que tienen los agentes de los sistemas tecnocientíficos, indispensables para que funcione el sistema; y, por otra, la cultura tecnocientífica de una sociedad la formarían los conjuntos de esos mismos elementos relevantes para la comprensión, la evaluación y las posibilidades de aprovechamiento de la tecnociencia por parte de una sociedad, de un pueblo o de ciertos grupos sociales. Es decir, se trata del conjunto de elementos que conforman las actitudes sobre los sistemas tecnocientíficos y sus consecuencias.
Como señala Quintanilla, la distinción es relevante, por ejemplo, cuando una empresa desea adoptar una nueva tecnología, pues en tal caso es indispensable que su personal cuente con la cultura tecnológica incorporada adecuada para operarla, so pena de fracaso, aunque éste también es posible no debido a la falta de cultura tecnológica incorporada –pues los operarios saben perfectamente cómo funciona la “nueva tecnología”–, sino precisamente a la no incorporada, por ejemplo, porque los operarios crean (con razón o sin ésta) que los productos afectarán negativamente la salud humana o el ambiente, y tengan valores ecológicos que les induzcan a rechazar la tecnología en cuestión. Se trata, pues, de factores culturales que afectarían la adopción, el desarrollo y el éxito en la aplicación, uso y aprovechamiento de una cierta tecnología.
Pero igualmente ocurriría que, aunque cierto grupo social tenga la capacidad de incorporar el conocimiento necesario para operar un determinado sistema técnico, no considere deseables los fines que se persiguen con su operación, ni los medios para lograrlos, por lo cual rechazaría su uso. El destino de una tecnología, o más precisamente, de un sistema tecnológico en relación con un cierto grupo social depende, en buena medida, de la cultura tecnológica no incorporada de ese grupo.
La idea de “cultura” (científica, tecnológica, tecnocientífica) que hemos comentado se combina con el concepto de práctica que he dado por sentado y utilizado sin mayor discusión, que si bien tiene una larga tradición en el pensamiento occidental, ha adquirido una singular relevancia en tiempos recientes. Cuando se adoptan nuevas tecnologías, es indispensable considerar las prácticas tecnológicas –las cuales se transformarán, como otras prácticas afectadas por éstas– así como las transformaciones que sufrirá el entorno.
Las prácticas están constituidas por grupos de seres humanos, de agentes, que realizan ciertas acciones con una estructura axiológica compuesta por los fines que se persiguen mediante esas acciones, así como los valores y normas involucradas. Las acciones también son guiadas por las representaciones: creencias, teorías y modelos de los agentes, e igualmente involucran conocimiento tácito. Las prácticas científicas y tecnológicas y, en los últimos tiempos, las tecnocientíficas, en su sentido de prácticas generadoras y transformadoras de conocimiento, afectan y modifican otras prácticas sociales como las económicas, agrícolas, industriales, educativas, deportivas, e incluso las religiosas.
Los agentes que participan en cada práctica evaluarán los posibles cambios en su propia práctica y en su medio. Uno de los objetivos fundamentales que tendrían que perseguir las políticas de ciencia y tecnología, junto con las educativas y culturales, sería el fortalecimiento y desarrollo de la cultura científica y tecnológica, preparando a los agentes para realizar críticamente evaluaciones de los cambios en sus propias prácticas y en su entorno, así como para vigilar y encauzar los efectos de los sistemas tecnológicos y tecnocientíficos en la sociedad y en el ambiente.
En suma, al diseñar políticas que fomenten la cultura tecnológica es necesario considerar los diferentes niveles de cultura incorporada requeridos para la operación adecuada de un sistema técnico. No es posible progresar desde un punto de vista tecnológico si no se ofrece a la gente la preparación adecuada para operar y, en su caso, utilizar determinados sistemas técnicos. Pero tan importante como lo anterior es que, mediante la operación de cada sistema técnico, se buscan determinados fines para cuya obtención se usan ciertos medios y, de hecho, tienen resultados y consecuencias específicas, por lo que se requiere también que, desde el punto de vista de la cultura no incorporada, se haga una evaluación crítica del sistema y de las consecuencias de su aplicación, tanto por quienes utilizarán los sistemas técnicos en cuestión como por los que serán afectados por su operación y que pertenezcan a grupos sociales con culturas diferentes, cuya evaluación, por tanto, quizá no coincida.
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