Sofía Goytia Morillo - Tiam - El destello de tus ojos

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«No sabía con exactitud cuánto tiempo había estado observando el cielo cuando de repente un fuerte sacudón la expulsó de sus cavilaciones. El suelo se zarandeaba sin tregua, y le hizo perder el equilibrio. En cuestión de segundos la ciudad quedó en penumbras.»
En 1944, un sismo de gran intensidad deja en ruinas a la ciudad de San Juan. Esa catástrofe es el punto de partida de esta historia protagonizada por Allegra, una joven enfermera que debe iniciar una búsqueda desenfrenada. Su preocupación y su personalidad arrolladora la llevan hasta la capital de la república, donde conoce a Bernardo, un abogado de ideas vanguardistas que trabaja en el Patronato Nacional de Menores. Ambos, con sus reticencias, se aventuran en un camino de lucha en defensa de la niñez sin sospechar que al final compartirán algo mucho mayor. Sus acciones desencadenarán una serie de hechos en los que la amistad, el amor y la pasión serán el motor que impulse esta historia que no ofrece pausa.

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—Ejemmm, sí, gracias, papá —carraspeó porque en su garganta se había formado un nudo y temía largarse a llorar como un chiquillo.

Capítulo 6

El edificio de la Biblioteca Nacional impactó a Allegra. Situada en la calle México, parecía una fortaleza. Le dio la impresión de que era un lugar oscuro. Cuando ingresó, sus sospechas se confirmaron. No había ni un destello de luz natural. Techos bajos y pasillos que la ahogaban. Elena se movía como pez en el agua y la llevaba por distintas habitaciones, una más pequeña que la otra.

—Bueno, yo me quedo aquí, voy a estar aproximadamente cuarenta y cinco minutos. Si te divierten las comunidades originarias del Noroeste argentino, puedes asistir. De lo contrario, para ir a la hemeroteca sigues las indicaciones de ese cartel.

Tras darle un pequeño abrazo, la dejó sola en ese pasillo fúnebre. Un escalofrío la recorrió. Si bien estaba poblado de numerosas arañas de cristal, la oscuridad se podía palpar. Necesitaba salir de ahí. Se apresuró, si no le iba a ser imposible registrar todos los periódicos.

Cuando ingresó, la sala se presentó mucho más amplia. Detrás de un gran mostrador se encontraba un hombre de unos cuarenta años con unos lentes desproporcionados para su rostro.

—¿En qué la puedo ayudar, señorita?

—Buenas tardes. ¿Sería tan amable de facilitarme los ejemplares del terremoto de San Juan del pasado 15 de enero?

—Ufff, casi todos. Déjeme ver qué puedo hacer. Puede tomar asiento si lo desea, yo se los alcanzo. Vaya tragedia, ¿no?

—Ajá —y sacó la libreta de cuero marrón que le había pedido prestada a Elena.

El encargado fue sacando pilas y pilas de periódicos. Todos contenían un encabezado similar: “San Juan devastada”, otros cambiaban el adjetivo por “destruida”. Lo que reflejaban los medios no era ni la mínima parte de lo que realmente había sido. Siguió viendo imagen tras imagen pero sin ninguna información útil. Con cada una de ellas su corazón se encogía. “Vamos, Allegra, no es tiempo de sentimentalismos. Te nublan el juicio y te impiden avanzar.” Inspiró.

Uno de ellos le llamó la atención porque contenía una lista larga de nombres sin ningún archivo visual. Su autocontrol la abandonó y se tapó la boca al comprender qué significaba. Necesitó más tiempo del esperado para calmarse. Le enseñaron a ser una mujer fuerte, no podía echarse atrás ahora. Tenía que ver si estaban sus nombres. Los habían colocado en orden alfabético. Llegó a la “O” y sus piernas flaquearon. Soltó de golpe el aire que estaba conteniendo.

No estaban los nombres de sus hermanas. En el fondo de su corazón sabía que estaban vivas. Necesitó un tiempo para recobrar la compostura. Mientras estaba en la tarea, el señor le alcanzó un vaso de agua en silencio. “Menos mal que no desea conversación, me hubiese quebrado en un abrir y cerrar de ojos.” Allegra le agradeció el gesto con la mirada. Continuó su tarea por un cuarto de hora. Enfrascada como estaba, no vio aproximarse de nuevo al encargado y dio un brinco en la silla.

—Disculpe, señorita, no era mi intención incordiarla. Este artículo acaba de ingresar y me pareció que podría interesarle.

Y le dejó una revista abierta de par en par en una nota que se titulaba:

Adopción o colocación: estigma de la niñez argentina

“La prueba de la moralidad de una sociedad es lo que hace por sus menores.”

DIETRICH BONHOEFFER

¿Hace falta algo más para despertar? Dos conferencias nacionales sobre la infancia abandonada y delincuente; tres proyectos legislativos sobre adopción y un terremoto. ¿Seguirán pagando los niños la inoperancia de los adultos?

El mundo evoluciona y nosotros con él. Se habla de derechos pero se olvidan las obligaciones. Se estudian términos sin tener en cuenta que la materialización de los mismos rompe la inocencia y la humanidad.

La incorporación de una ley de adopción en el sistema argentino reviste de imperiosa necesidad. Necesidad que se ve obstruida con pensamientos incoherentes y prehistóricos de aquellos pocos que manejan la posteridad.

Algunos afirmarán que la beneficencia apodera dicha tarea. Y no existe tan noble actividad como la caridad y buena voluntad de aquellas que prestan ad honorem su vocación. ¿Mas con eso basta?

Para quienes lo ignoran, en nuestro país existe la afamada práctica de “colocación” de menores. En mi profesión, técnicamente hablando, significa que los niños son objetos de contratos. Equiparables a una propiedad o a una “cosa”. Sin mencionar que se los despoja del más elemental atributo, identificándose con placas numéricas como si de ganado se tratase. Entonces, ¿para qué se nos otorga un nombre si la identidad es una nimiedad? Estoy seguro de que el servicio doméstico va a enriquecerse aún más.

Comprendo, nuestra ley es clara, ¿cómo dilucidar, pues, entre legitimidad e ilegitimidad? Ser hijo, con uno u otro calificativo, no varía el estado que se le atribuye.

Al ciudadano argentino le gusta deleitarse con tintes del viejo continente. La elegancia y el porte europeos definen la escena. Allí sí existe la figura legal de adopción y va a ser de gran utilidad una vez finalizado el conflicto bélico.

Tuvo que acontecer una tragedia para detenernos a considerar el tema. Hoy fue San Juan, fueron vagones repletos de orfandad. Centenar de niños distribuidos con deficiencias registrales. Ellos tienen una historia. Tienen afectos. Tienen identidad.

¿Usted quiere ser responsable de las consecuencias?

Dr. B. A. Costa

Patronato Nacional de Menores

Tanta claridad y certeza la dejaron asombrada. Susurró la última oración. Ella estaba ahí en busca de esos afectos que el terremoto le había quitado. Se sintió comprendida y abrazada. ¿Será otro sobreviviente del sismo? Una suave llama de esperanza se apoderó de ella.

Elena apareció en la sala buscándola.

—Allé, es hora de partir… —frenó en seco ante la expresión de su prima—. Esa sonrisa con el corazón te ilumina por completo. Ahora yo me voy a poner sentimental —se abanicó los ojos—. Ven, debemos irnos, mi padre piensa que tomamos clases de couture.

—Pues deberían saber que las mujeres servimos para mucho más que hilvanar —Allegra aprovechó y la tomó de las manos—. Gracias por tu bondad.

Corrieron a la salida con los sombreros al compás y agitadas subieron al automóvil para emprender la vuelta.

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