Las lágrimas caían solitarias mientras jugueteaba con su medallita. Se las secó rápidamente y recobró la compostura.
—Toma —Elena le extendió una botella minúscula con brandy en su interior—, bébelo de una sola vez.
—Elena, por el amor de Dios, de dónde sacas esas cosas. No es propio de una jovencita. —“Esta muchacha algún día me sacará canas verdes o me ‘salvará’”, dijo para sus adentros Pilar—. Todo va a estar bien pequeña, ten por seguro que la Virgen las protege.
El alcohol le quemó el interior, pero sirvió para reanimarla y centrarse nuevamente en su objetivo.
Cuando llegó al taller, no esperaba semejante despliegue. Había imaginado unos cuantos vestidos exhibidos y pocos asistentes, pero lo que veía la dejó atónita. El barullo de charla superpuesta la aturdía, hombres de traje servían champagne y unas confituras. Sus ojos volaron a la bandeja y se posaron en unos cuadraditos bañados en coco, no pudo negarse y, atenta a que nadie la observara, sacó dos. Siempre había tenido debilidad por las dulzuras; todas las noches, Eulogia le dejaba su frasquito de jalea de membrillo.
Pilar y Elena la condujeron a unos asientos que formaban un extenso camino alrededor de todo el taller. Estaba confundida.
—¿Para qué nos ponen mirándonos enfrentados a otra hilera de asientos? —preguntó Allegra con su característica racionalidad.
—Ya verás. De esta forma podemos apreciar mejor las prendas sin tener que amontonarnos como vacas. Ya sé, mamá, no debemos comparar a las personas con animales.
Allegra largó una carcajada, la ocurrencia y la frescura de su prima eran caricias para su alma. En ese momento un montón de jovencitas ataviadas en sus mejores galas empezaron a caminar frente a ellas y Allegra entró en una especie de trance. Los detalles de las prendas, los movimientos y las luces propias de las telas la tenían embelesada. Necesitaba tocar esos géneros. Una voz las presentaba acorde a la ocasión. Se sucedían atuendos de día, ideales para el campo, y otros que destellarían en eventos nocturnos. Un vaporoso vestido blanco recubierto de encaje cerraba las filas. Unos aplausos sutiles la sacaron de su ensueño y en su mente quedó grabado un vestido nocturno de muselina mostaza.
—¿Nos dejan probarnos los mismos vestidos que acabamos de ver?
—Esos y muchos más. Hay uno en especial que quiero regalarte.
—No hace falta, tía, puedo permitírmelo.
Cuando salió de San Juan, había llevado consigo los ahorros de un año fruto de su trabajo, además de una buena suma que su padre guardaba en la caja fuerte.
—No tengo dudas, pequeña, pero concédeme ese capricho. Vamos, Elena, el azul marfil te irá estupendo para el sábado.
—¿En un cuarto de hora estaremos desocupadas? Quiero asistir a mi clase. Si quieres, puedes acompañarme, Allé, es en la Biblioteca Nacional.
—¿Ahí hay una hemeroteca?
El corazón de Allegra dio un brinco, necesitaba estudiar todos los artículos que habían publicado para la época del terremoto, seguro habría información valiosa.
—Mmm… Sí, creo que está ubicada en el último piso.
—Perfecto, entonces voy contigo. ¿No quieres venir, tía?
—Vayan ustedes tranquilas, debo volver para ultimar detalles de la cena de Alejandro.
Bernardo tenía que apresurarse, había quedado con Jacinto para un almuerzo ligero en el club. Su amigo había sido consultado por el gobierno nacional para una posible reestructuración de San Juan. Últimamente el tiempo parecía no alcanzarle y sus allegados no perdían oportunidad para presentar sus quejas. Sin embargo, si él mismo no se ocupaba de ciertos asuntos, no lo haría nadie más. El día anterior se había reunido con el editor de la revista Infancia y Juventud para entregarle el artículo acerca de la infancia huérfana y la necesidad primordial de una ley de adopción.
Esta revista había sido creada en 1936 para dar a conocer a la población argentina las actividades y las funciones llevadas a cabo en el Patronato. Pero no fue hasta la década del 40 que adquirió popularidad y se había posicionado, junto con la revista El Hogar , como lectura obligada.
Sabía que iba a causar revuelo, no tenía dudas. Pero era la única forma de llamar la atención a los miembros del Congreso, y por ende, a su propio padre. El estudio jurídico de Cristóbal no solo manejaba los asuntos de los más grandes estancieros del Gran Buenos Aires, sino que asesoraba directamente en los proyectos parlamentarios. Su hermano mayor, Francisco, era la mano derecha de su padre y no concebían que Bernardo se hubiese alejado del legado familiar y desperdiciase su tiempo en misiones absurdas. Lo consideraban producto de un capricho juvenil. “Capricho” que ya llevaba cinco años y cada vez estaba más fortalecido.
“Good Lord”… Hablando de ellos, se acordó de que debía ponerlos sobre aviso. Ya conocían sus ideas reformistas, pero su padre le recalcaba constantemente que prefería enterarse primero de su propia boca. Un día de estos iba a dejar la cabeza en algún lado. Ya con el sobretodo en la mano y buscando su billetera, llamó a su secretaria:
—Cristina, ¿puedes comunicarte con el Palacio Álvarez —como era conocido el hogar de su infancia— y avisarles que esta noche me esperen a cenar? Gracias. Estaré toda la tarde fuera, puedes irte cuando termines.
Sin darle tiempo a contestar, bajó rápidamente las escaleras. Por suerte el club se encontraba a pocas cuadras y las haría caminando. El tráfico era un infierno y le vendría bien tomar un poco de aire. Cuando llegó, Jacinto lo estaba esperando en la mesa habitual junto a la ventana. Los atendió un joven mozo que había estado bajo la órbita del Patronato y Bernardo, utilizando sus influencias, le consiguió el puesto. Tenía un gran cariño por todos.
—Buen día, patrón, ya se lo extrañaba por aquí, hoy hicieron los tortelletis que a usté le gustan.
—Sergio, qué alegría verte, espero que anden bien tus asuntos —palmeó con cariño la espalda—. Pues traeme un plato recargado que estoy famélico —miró a su amigo a la espera de su pedido.
—Ya ordené, gracias. ¿Qué tal las cosas por el Patronato?
—Ahí andan, cada vez estamos más colapsados, no tenemos las respuestas adecuadas. Con todo lo de San Juan se nos desbordaron las instituciones, y como no hay una figura legal que nos respalde, se cometen cualquier tipo de irregularidades. Pero, bueno, ya estoy verborrágico de nuevo, contame del proyecto.
Jacinto López Iriarte era una persona imprescindible en su vida. Habían concurrido al colegio juntos hasta su partida a Norteamérica. Posteriormente, él decidió seguir la carrera de Ingeniería. Ni siquiera eso los mantuvo apartados. Con su carácter sosegado pero de gran liderazgo, poseía una de las constructoras más importantes del país.
—¿Viste que, luego de lo sucedido, el coronel Perón convocó a una gran colecta nacional en el Luna Park para el 22 de enero?
—Sí, cómo olvidarlo, dicen que ahí se deslumbró con la actriz Eva Duarte.
—Sí, fueron muchos los artistas que se presentaron y se deslumbraron —rio—. Pero lo importante es que ahí se recaudó una suma de treinta y ocho millones de pesos, y quieren destinar parte de ello a la reconstrucción de la ciudad. Desde la órbita presidencial, me exigieron que presente un proyecto dentro de dos meses y que el mismísimo Farrell iba a supervisarlo —enmudeció repentinamente mientras se arremangaba la camisa.
Bernardo estaba acostumbrado a los silencios reveladores de su amigo. Como si en fracciones de segundos su mente encajonase cada pieza de su rompecabezas disperso.
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