Por ello, la verdad de la democracia está en el proceso de democratización, el cual consiste principalmente en actos redistributivos que fundan vínculos de cooperación. No es la redistribución per se, por más que responda a los criterios más objetivos, lo que hace justo un orden social, sino la manera en que se redistribuye. La manera no coercitiva, basada no en la ventaja competitiva sino en el libre ofrecer y aceptar, es la que genera un tejido social. La creación de vínculos personales y sociales conlleva el costo de introducir una nueva ambivalencia en los intercambios, la que se refleja en las relaciones de reciprocidad, o de confianza, que son aquellas en que hay riesgo de sufrir defraudación. En palabras de Charles Tilly:
Etiquetas como pariente, compadre, paisano, correligionario y compañero de oficio ofrecen una primera indicación de que existe una relación de confianza.
Pero reconocemos una relación de confianza con mayor certeza por las prácticas de sus participantes. Las personas que confían unas en otras se prestan dinero sin exigir garantías, se hacen favores sin un quid pro quo inmediato, se permiten cuidar mutuamente de sus hijos, se confían secretos riesgosos, se entregan objetos valiosos a cuidar y cuentan con la ayuda de la otra persona para emergencias.
La confianza, entonces, consiste en exponer varios resultados al riesgo de las faltas, los errores o fracasos de los otros. Las relaciones de confianza incluyen aquellas en las que las personas regularmente asumen este tipo de riesgos. Aunque algunas relaciones de confianza permanecen puramente diádicas, suelen operar dentro de redes más amplias de relaciones similares. Las redes de confianza, para expresarlo de un modo más formal, contienen conexiones interpersonales ramificadas que consisten principalmente en vínculos fuertes dentro de los cuales las personas arriesgan recursos valiosos, importantes y de largo plazo ante las posibles faltas, errores o fracasos de otros (2007, p. 81).
La mezcla de incertidumbre y firmeza, informalidad y lealtad que hay en los lazos de confianza puede resultar chocante, pero está claro que responde a la necesidad de generar cooperación y poder a partir de la nada. La impotencia más profunda es la de quienes están situados en medio de un sistema de intercambio de bienes de valor predeterminado y carecen de todo título válido dentro de ese sistema para acceder a dichos bienes. A estos excluidos les viene bien, entonces, cualquier grado de indefinición del nexo entre cualidad personal y valor del bien, con lo que empiezan a transgredir los límites de lo que puede ofrecerse, a riesgo de degradarse como personas. La reinvención de la ambivalencia social de los bienes no se puede hacer sin quebrar los sistemas de equivalencia de valor que conforman los abstractos circuitos del puro ganar o perder. Este es el contenido real de la crítica inmanente que, desde Marx, se ha revelado como la forma en que la crítica de la razón llega a sus consecuencias concretas. La negación práctica de los sistemas de valor funcional acontece mediante la transformación de los objetos de ganancia o pérdida en objetos de intercambio relacional. Ello supone una riesgosa fluidificación de las cualidades de los bienes y de las personas, cualidades que ordenan la asignación de aquellos a estas.
El origen de la socialidad en la reciprocidad es más visible en las sociedades primitivas. La reciprocidad, la relación social-social surgida del don, es un objeto de estudio de los antropólogos. La sociedad moderna se caracteriza por los comportamientos masivos ordenados por la regularidad de los intercambios mercantiles y la aplicación de normas generales. Las investigaciones sociológicas y económicas captan comportamientos reiterativos, por eso sus teorías incluyen conceptos matemáticos. El precio de su objetividad es el oscurecimiento del significado ético y político de sus juicios. El investigador de las causas de la crisis —hoy no solo económica, también ambiental, y no solo nacional, también global— enfrenta dificultades cada vez mayores para sacar del diagnóstico conclusiones prácticas y, cuando las obtiene, son lecciones para el control técnico del sistema económico y productivo. Ello deja a los individuos sin saber qué hacer. Los millones de telespectadores, usuarios y seguidores de fuentes de información acompañan la crisis económica con creciente conciencia de su propia impotencia. Las posibles medidas de corrección del sistema económico y productivo no tienen el carácter de formas de actuar cooperativas, en las que cada uno pueda participar, ni se basan en principios de acción que cada uno pueda tener presentes en sus propias acciones. Por esto, la idea de justicia es cada vez más difícil de usar en el terreno político y las agendas públicas son cada vez más restringidas e indiferentes para el común de las personas.
En medio de este desolado paisaje político brotan, sin embargo, nuevos asuntos de justicia ante el dinamismo de las formas de vida. Muchas formas de vida se vuelven insostenibles a causa del desahucio, la violencia, la desertificación y la precarización de los empleos. Las personas abandonan sus formas de vida y, al disponerse a empezar de nuevo, ponen su identidad a disposición de lo que resulte de los nuevos intercambios que puedan entablar —los que, por supuesto, no se limitan a ser intercambios de mercancías; consisten más bien en los intercambios de apoyo integral que acontecen en la formación de nuevas unidades de vida en común—. La separación creada por la sociedad moderna entre la esfera de los intercambios impersonales y la de los intercambios relacionales se va al diablo durante estos desplazamientos, reubicaciones y migraciones, y cunde un nuevo primitivismo de alta explosividad política, que es el elemento real de la democratización.
No sería relevante en la actualidad la relación que surge del dar y el recibir si no fuera porque puede entablarse mediante los mismos bienes que son objeto del ganar y el perder. Cuando en Los miserables de Víctor Hugo, los gendarmes traen preso a Jean Valjean ante monseñor Bienvenu y le reintegran a este la platería que aquel le había robado, Bienvenu dice que se la había regalado y se la da a Valjean delante de los gendarmes. De esta manera, esos objetos de plata que fueron por un momento objetos de ganancia o pérdida se convierten en dones que establecen una relación muy peculiar entre Valjean y Bienvenu. Es cierto que, como dice Adorno en Minima moralia, la gente ya no sabe hacer regalos. Pero los gestos de generosidad ridículos, como el regalo impersonal comprado en la tienda de artículos de regalo, tienen la virtud —precisamente por su comicidad— de revelar la vida dañada por la creciente despersonalización de los intercambios en la sociedad de masas. La hipocresía es el rescoldo de la sinceridad. No hay tirano ni dictador que no presuma de ser justo y no oculte sus robos y abusos. Esta hipocresía es la prueba de que la moral sigue siendo la única fuente de legitimidad. En formato cotidiano y microscópico, el recurso incesante al don y la gratitud en formas debilitadas revela la disconformidad con la falsa apariencia de una vida justificada por ganar y no perder.
En todo caso, no puede demostrarse que seamos incapaces de sacar los bienes de los circuitos del ganar y el perder para usarlos como dones fundadores de relaciones sociales y personales. Lo cierto es, más bien, lo contrario. Las relaciones sociales que tenemos hoy, todo aquello que no es mero mercado ni mera guerra, han sido reinventadas por medio de traiciones a la lógica del ganar y el perder. Nadie puede presumir hoy de tener una vida social prístina, proveniente de una substancia ética inviolada. Cada gramo de socialidad es producto de la inversión semántica de un objeto de ganancia y pérdida en un objeto de donación y gratitud. También la socialidad perversa de la dominación injusta, la opresión y el abuso de reciprocidad, sobre todo el abuso de la mutua entrega del hombre y la mujer, se perfilan hoy por contraste con el orden abstracto del mero ganar y perder. Los sistemas económicos y jurídicos igualitarios, por su efecto de descarga de la responsabilidad que tiene el individuo por el conjunto de sus condiciones de vida, se han formado como medios para quebrar las formas de socialidad perversa y siguen teniendo por esto un rendimiento emancipador cuando se trata de dejar atrás la opresión que impera en un orden de intercambio relacional anquilosado. Hacer consciente la capacidad humana de usar en intercambios relacionales los objetos de los intercambios competitivos, y viceversa, es una tarea filosófica actual. La diferencia semántica entre una y otra forma de intercambiar ha sido eclipsada parcialmente por la reducción de las razones a propuestas de valor puramente comunicativas o intersubjetivas, separadas de los intercambios materiales gracias a la construcción de conceptos como espacio público y cultura. En las páginas que siguen, se elaborará un concepto de razón unido al concepto de intercambio relacional.
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