Sorj Chalandon - Regreso a Killybegs

Здесь есть возможность читать онлайн «Sorj Chalandon - Regreso a Killybegs» — ознакомительный отрывок электронной книги совершенно бесплатно, а после прочтения отрывка купить полную версию. В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: unrecognised, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Regreso a Killybegs: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Regreso a Killybegs»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Tyrone Meehan crece en la miseria en un pequeño pueblo de Irlanda de nombre Killybegs. Su padre, quien sueña con ver una Irlanda libre de ingleses, lo golpea cada vez que está borracho. Tras la muerte del padre, la familia se instala en un barrio católico de Belfast, rodeado de protestantes unionistas. Desde muy joven hace amistad con los independentistas norirlandeses, primero como voluntario, luego como Fianna y finalmente como miembro del Ejército Republicano Irlandés, IRA. Tras la guerra de guerrillas urbanas, las torturas en las cárceles británicas y la vida de familia en Belfast, Tyrone se ve chantajeado por el ejército británico para que sea un espía de su inteligencia. Sin más remedio, Tyrone acepta, sabiendo que al hacerlo está firmando su muerte.

Regreso a Killybegs — читать онлайн ознакомительный отрывок

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Regreso a Killybegs», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Era tanta la gente reunida que ya no había espacio en la acera. Fuimos dispersados por unos cuantos soldados. Apartaron a un periodista del Belfast Telegraph y le confiscaron sus fotos. Lawrence me explicó. Irlanda era neutral y su presencia junto a un beligerante, incluso en su papel como soldado del fuego, podría enredar al Gobierno irlandés. Nuestros bomberos volvieron a cruzar la frontera ese mismo día.

Pasábamos de la tristeza a la rabia. Yo escuchaba a la ciudad herida. Las palabras en fragmentos. “Nunca me gustó limpiar las ventanas. Ahora tengo una buena razón para no volver a hacerlo”, escribió un comerciante en el escaparate roto de su tienda. En la esquina de Victoria Street con Ann Street, encaramado en un bloque de cemento, un hombre gritaba que Irlanda del Norte no estaba protegida. Que en cualquier otra ciudad inglesa había refugios, una defensa antiaérea, tropas, bomberos de verdad.

—¿Saben cuántos cañones antiaéreos tenemos, saben cuántos? —gritaba el hombre.

Esperaba una respuesta, pero muchos seguían de largo, avergonzados de prestarle atención.

—¡Veinte en todo Úlster! ¿Y refugios antiaéreos? ¡Cuatro! ¡Solamente cuatro, contando los baños públicos de Victoria Street! ¿Y proyectores? ¿Cuántos? ¿Ah? ¿Cuántos proyectores antiaéreos? ¡Doce! ¡Había más de doscientos bombarderos anoche, volándonos encima de la cabeza! ¡Y los mejores de los alemanes! ¡Junker! ¡Donier! ¿Y nosotros qué teníamos?

—¡Cochino papista! —despotricó un tipo que pasó sin darse media vuelta.

El hombre que peroraba levantó un puño.

—¡Estúpido! ¡Soy un protestante leal! ¡Miembro de la Orden de Orange de Coleraine, así que no me vengas a dar lecciones!

Luego se bajó de su podio improvisado. Se levantó el cuello del abrigo y se puso el sombrero farfullando de nuevo:

—¡Estúpido!

Un protestante. Era la primera vez en mi vida que veía uno.

Capítulo 3

Killybegs, domingo 24 de diciembre de 2006

Regresé muchas veces a Killybegs, a la casa de mi padre. Todavía está sin agua ni electricidad. Dejé la casucha así, para conservar una parte de huellas y de sombras. Para ver a mamá reanimando las cenizas, acurrucada frente a la chimenea, formando un cucurucho con las manos, puestas sobre los labios. Y a mi padre, sentado a la mesa, con los puños bajo el mentón esperando que dejara de llover.

A Sheila, mi mujer, nunca le gustó seguirme hasta acá. Decía que era una cripta. Que la sombra mala de Patraig Meehan pasaba por mi mirada cuando yo estaba bajo su techo. Ninguno de mis hermanos regresó jamás. Estados Unidos, Inglaterra, Australia, Nueva Zelanda. Exceptuando a la bebé Sara, todos escogieron el exilio. Entonces, yo conservé la llave. Nadie más que yo. Como quien protege un jirón de memoria. Desde los años sesenta, aquí es donde me refugié siempre. Dejé Belfast, la ciudad, el miedo, los británicos. Crucé la frontera. Fui al encuentro de la Irlanda de nuestra bandera. De vez en cuando, durante algunos días o algunas semanas, sacaba agua del pozo, tiri­taba frente a la chimenea negra. Caminaba en la selva, recogía leña para la brazada de la noche. Nada más me sobresaltaba el crepitar de los leños ardiendo. Pinté con cal blanca los muros gruesos. Arreglé el techo de pizarra. Tumbé el viejo olmo enfermo, pero dejé en pie el gran pino. Durante todos esos años, venía aquí para curarme de la guerra. Nada me obligaba, nada me urgía, a nadie temía. Estaba en retiro. Era un ermitaño, un monje de nuestros conventos, un recluso.

Regresé muchas veces a la casa de mi padre, pero volví para morir en ella, hace cuatro días. Sin mi mujer, sin mi hijo. Solo, en autobús desde Dublín. Sheila llegó dos días después y se quedó una hora. Me trajo víveres, cerveza, vodka, el palo de hurling de Séanna, y regresó a Belfast. Yo no quería que se quedara. Era demasiado peligroso.

En la pared de la cocina, dibujé con un lápiz negro una especie de calendario, como los que hacíamos en la cárcel para no perder la noción del tiempo. 24 de diciembre de 2006. Una línea por día, un haz por semana. Aguanté los tres primeros días sin salir. La choza se había convertido en mi madriguera. Cerraba la puerta desde dentro, bloqueando el picaporte con un madero. Sheila había cosido unas cortinas opacas. Por la noche, yo las cerraba con cuidado antes de encender las velas.

Mi mujer y mi hijo me suplicaron que evitara el Mullin’s. Temían por mi vida. Tienen razón. Sin embargo, al cabo de tres días enclaustrado en la casa de mi padre, renuncié a seguir escondido.

Aquella mañana, fui al pueblo a comprar un cuaderno y unos bolígrafos. Quiero escribir. No confesar, mucho menos explicar, sino contar, dejar una huella. Luego, caminé por el puerto, en la landa, en el borde del bosque. Yo no era nada más que un hombre viejo, con la gorra sobre los ojos y una chaqueta a punto de morir. Nadie podría reconocer en mí a Meehan, el traidor. Ni siquiera el cerdo de Timy Gormley, que jamás se había ido de su calle desde la infancia, y que tal vez un día moriría cruzándola a pasitos cortos.

Llamé a Sheila desde mi teléfono celular.

—Alguien va a reconocerte. Vuelve a la cabaña, por favor —suplicó.

Quería vivir acá conmigo, en todo caso y a pesar de todo. Pero yo no quise. Demasiados riesgos. Belfast se había vuelto irrespirable para ella. Entonces, decidió instalarse en Strabane, donde una amiga, a una hora de camino.

—Van a venir —susurraba con un hilo de voz.

Por supuesto que iban a venir. De hecho, ya habían venido. Cuando llegué aquí limpié la palabra traidor que habían embadurnado con alquitrán negro en la cal del muro. ¿Y entonces qué? ¿Esperar en Belfast, aquí, detrás de las cortinas de la casa, o frente a mi vaso en el bar? ¿Cuál era la diferencia? Yo sé que van a venir.

Ya lo había decidido. Cada noche, iba a cruzar la puerta del Mullin’s. A beber la cerveza de mi padre, a ocupar su mesa redonda junto a la pared ocre, entre los dardos y el baño de hombres. Su ventana, su umbral, su escalinata de ebriedad. Hoy, mi primera pinta de cerveza la bebí por él. Con los ojos cerrados. Luego miré el bar. Todo había cambiado, nada había cambiado. Era más pequeño que en mi recuerdo infantil. Los olores habían perdido su pátina. En las paredes, los afiches habían reemplazado a los grabados enmarcados tras un vidrio. Las voces eran más suaves, las risas estaban ausentes. Sin embargo, en el suelo, junto a la mesa, permanecía la huella de la vieja estufa que atarugaban de turba. El piso de madera conservaba las huellas de pasos antiguos, de cervezas regadas, de quemaduras de tabaco. Por todas partes quedaban astillas de nosotros.

Me sentí bien. Saqué el sliotar de mi bolsillo, la pelota de hurling que Tom Williams me regaló hace sesenta años. Cuando me la lanzó, una noche en plena calle, era blanca, estaba casi nueva. La habían usado una vez, en un partido amistoso contra un equipo de Armagh. El capitán del equipo adversario tenía quince años. Él y sus muchachos habían aplastado a Belfast. Para hacerle un homenaje al perdedor, habían firmado el sliotar y se lo habían regalado a Tom. Hoy, los nombres están borrados. La pelota tenía un color de pizarra bajo la lluvia. La piel descamada, la costura deshecha, el cuero arrugado de hombre viejo. Por dentro, el corcho estaba negro, duro como turba comprimida. Ya no era redonda, ya no era lisa, ya no era pelota. Una ciruela pasa despanzurrada. El amuleto del condenado.

Puse el cuaderno en la mesa redonda. Un cuaderno de niño, con una tapa de color verde país. Lo alisé varias veces con la palma de la mano antes de abrirlo. Dudé. Quería escribir en la tapa “Diario de Tyrone Meehan”, pero me pareció demasiado pretencioso. “Confesiones”, tampoco: no me gustaba. Ni “Revelaciones”. Entonces, no escribí nada. Abrí el cuaderno y aplasté el pliegue con el puño.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Regreso a Killybegs»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Regreso a Killybegs» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Sorj Chalandon - Return to Killybegs
Sorj Chalandon
Сорж Шаландон - Retour à Killybegs
Сорж Шаландон
Robert Silverberg - Regreso a Belzagor
Robert Silverberg
Sandra Magirena - Regreso a mí
Sandra Magirena
Cristina Fábregas - Viaje de regreso a Mur II
Cristina Fábregas
Teresa Icaza - De regreso
Teresa Icaza
Maria Vergara - El regreso al cuerpo
Maria Vergara
Cristina Fábregas Guardiola - Viaje de regreso a Mur
Cristina Fábregas Guardiola
Alfredo Gaete Briseño - El regreso del circo
Alfredo Gaete Briseño
Eladi Romero García - Regreso al planeta de los simios
Eladi Romero García
Danilo Clementoni - O Regresso
Danilo Clementoni
Отзывы о книге «Regreso a Killybegs»

Обсуждение, отзывы о книге «Regreso a Killybegs» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x