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3¿Te parece bien oprimirme, desechar la obra de tus manos y favorecer los designios de los impíos?
4¿Acaso son de carne tus ojos? ¿O ves tú las cosas como las ve el hombre?
5¿Son tus días como los días del hombre, o tus años como los días del hombre,
6para que estés al acecho de mi iniquidad y andes indagando tras mi pecado,
7aun sabiendo que no soy impío y que nadie podría librarme de tu mano?
Aquí hallamos tres cuestiones por las que Job quiere evocar la posibilidad de que sus sufrimientos puedan entenderse como si vinieran de Dios. Estos intentos de explicación quedan, sin embargo, superados por el hecho de que proceden de concepciones que son indignas de Dios y opuestas a su naturaleza.
En primer lugar , el tema es saber si a Dios le da placer (si es טּוב, bueno, como en Job 13, 9) el oprimir. Eso significaría que él desprecia, es decir, que arroja lejos de sí, como odiosa (מאס, como en Sal 89, 39; Is 54, 6) la obra de sus manos, mientras que permite que brille su luz sobre el designio de los malvados, a quienes favorecería. El hombre es llamado aquí יגיע (obra) de las manos divinas , como si el mismo ser humano hubiera sido elaborado por esas manos, como en el principio (Gen 2, 7), a lo que sigue el desarrollo de esa obra en el vientre de la madre (Sal 139, 15).
Eso significa que el hombre viene a la existencia de un modo admirable, a través de la obra de Dios, realizada de una forma cuidadosa y, por así decirlo, inteligente. Aquí se describe a un hombre que es moralmente inocente, de forma que él no es simplemente un hombre en medio de dificultades, sino alguien que aparece como oprimido y rechazado. Más aún, la palabra “obra de tus manos” supone que hay que responder a la pregunta (¿te parece bien oprimirme…?) de una forma negativa. El hecho de que Dios obrara de esa forma iría en contra de la bondad y del amor benevolente al que el hombre debe su existencia.
En segundo lugar : ¿Tiene Dios ojos de carne, es decir, ojos que solo miran la apariencia externa de las personas, pero sin penetrar en su naturaleza profunda, de modo que el mira a los hombres y les juzga solo κατὰ τῆν σάρκα (Jn 8, 15)? Mercier responde correctamente: num ex facie judicas, ut affectibus ducaris more hominum (¿acaso juzgas según lo externo, de modo que te dejas llevar por los afectos, al modo humano?). También esta pregunta ha de responderse de forma negativa, pues no se puede pensar que Dios se deja llevar por pensamientos variables (1 Sam 16, 7).
En tercer lugar : ¿Es la vida de Dios tan breve como la vida del hombre, de manera que él no puede esperar hasta que el hombre se manifiesta tal como es, sino que debe entrar en un juicio inmediato, extorsionando así al hombre a la fuerza, para que confiese su pecado? Da la impresión de que Dios utiliza el sufrimiento como una forma de inquisición, a la que sigue el juicio al final, cuando se prueba (a la fuerza) que el hombre es culpable.
Pero lo que se añade en 10, 7refuta esa visión de Dios. Ese modo de proceder se podría aceptar en un juez mortal, que, a causa de su cortedad de miras, quiere conseguir por medios de fuerza que el hombre confiese lo que al principio no eran más que simples conjeturas; ese proceder solo se puede entender en un juez que se afana por imponer sus sospechas sobre el juzgado, de manera que la víctima no pueda escapar de su mano.
Pues bien, si Dios tiene un conocimiento pleno y un poder absoluto, no puede actuar de esa manera, pues sabe desde el principio que él (Job) no aparecerá como culpable (רשׁע, como en Job 9, 29)… Y sin embargo Job reconoce que no hay nada ni nadie que pueda escapar de las manos de Dios. Este es el tema que sigue en la próxima estrofa, en la que Job evoca el “trabajo de tus manos” (las de Dios), para añadir que su suerte le parece totalmente incomprensible.
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`ynIkE)k.soT. ~ydIªygIw>÷ tAmïc'[]b;W* ynIvE+yBil.T; rf'b'Wâ rA[æ 11
`yxi(Wr hr"îm.v'( ^ªt.D"qup.W÷ ydI_M'[i t'yfiä[' ds,x,w"â ~yYIåx; 12
8Tus manos me formaron y perfeccionaron del todo ¿y luego te vuelves y me deshaces?
9Recuerda que como a barro me diste forma ¿y en polvo me has de volver?
10¿No me has fundido como leche, y me has cuajado como queso?
11Con piel y carne me has vestido y me has tejido con huesos y nervios,
12vida y misericordia me has mostrado, y tu cuidado ha mantenido mi aliento (espíritu).
10, 8-9.La hokma consideraba el desarrollo del embrión como uno de los mayores misterios de Dios (Ecl 11, 5; 2 Mac 7, 22f.). Hay dos pasajes poéticos que tratan expresamente de este misterioso despliegue: esta estrofa del libro de Job y un salmo de David (Sal 139, 13‒16, cf. mi Psychol . S. 210).
Algunos autores como Scheuchzer, Hoffmann y Oetinger afirman que estos pasajes de la Escritura incluyen y van más allá que todos los systemata generationis o tratados de la generación de aquel tiempo, y que su intención era la de impartir una instrucción de tipo biológico; pero esa no es su finalidad. La Escritura no intenta ofrecer en modo alguno un análisis de la actuación de la naturaleza como tal, en un plano de ciencia moderna, sino que remite siempre a su causa final (y al origen trascendente del hombre).
Conforme a la visión de la Escritura, en el origen de cada individuo humano se repite un acto creador de Dios que es semejante al de la creación de Adán, de manera que la continuación y desarrollo del despliegue de cada individuo forma parte de la acción de Dios, lo mismo que el inicio creador de cada individuo humano. Así dice Job: “Tus manos me han formado” (con ynIWbC.[i, de עצּב, cortar, esculpir, dar forma); términos vinculados a ese son חצב y קצב, sin la noción de un instrumento material, lo que hace que esta palabra ((ynIWbC.[i) sea especialmente apropiada para describir el complejo proceso de surgimiento del ser humano, que concluye diciendo “tus manos me han perfeccionado”. Aquí no hemos empleado la palabra “hacer”, porque עשׂה se relaciona con ברא y con יצר como perficere con creare y fingere (Gen 2, 2; Is 43, 7).
יחד se refiere de un modo colectivo a los miembros del cuerpo, y סביב evoca toda su forma. El hecho de “formar” al hombre como/con barro (arcilla) implica tres cosas: el carácter terreno de la sustancia humana, el despliegue del embrión humano sin su conocimiento y cooperación, y el modelado de la substancia informe (barro) por medio del poder y de la sabiduría divina.
El origen primigenio del hombre, de limo terrae (Job 33, 6; Sal 139, 15), se repite en el vientre de la madre. Las figuras que siguen ( Job 10, 10) describen este origen, que siendo en sí oscuro es tanto más misterioso y sirve para glorificar con más fuerza el poder de Dios.
El esperma humano aparece simbolizado de esa forma con un tipo de leche o líquido viscoso; la palabra ynIkE+yTiT; (de חתּיך que se utiliza normalmente en el sentido de fundir), que Seb. Schmid explica rectamente diciendo colliquatam fundere et immittere in formam aliquam (fundir algo y darle una forma especial) evoca el nisus formativus o poder formativo que está presente en el esperma. Así dicen Ewald y Hahn: No basta el suero para hacer el queso, pues se necesita leche que cuaje.
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