Estrella Correa - Bilogía Las estrellas

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¡Ya tenéis disponible al bilogía al completo!Nerea tiene una empresa de éxito, un marido que la quiere y una vida perfecta. Nerea quiere volver a ser feliz, y cree que, si tiene paciencia y lucha, todo volverá a ser como antes; pero no espera que su alrededor cambie tan rápido. Nada es como ella pensaba y sus sentimientos se transforman en algo que desconocía. Nerea tiene miedo, sin embargo, elige vivir.¿Y tú? ¿Serías capaz de saltar al vacío sin paracaídas y sin red?

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Queen , hoy sí que pareces una auténtica diva. ¿De quién es el modelito? —me pregunta, a la vez que busca fotos de los miembros del grupo en Google.

—Pues no sé, me lo regaló Cristina para mi cumpleaños.

—Tu hermana tiene muy buen gusto. Tendría que quedar más con ella. —Si le digo que hay una alta probabilidad de que sea de mercadillo, le da un patatús y el color de pelo le cambia a blanco. Le da alergia hasta acercarse a menos de un kilómetro al Rastro.

De repente da un grito y se lleva una mano al pecho. Me asusto y doy un pequeño frenazo.

—Virgencita de los Ángeles, ¿pretendes que nos matemos? —me mira, asustado—. Me vas a despeinar el flequillo —abre el parasol y comprueba en el espejo que no se le ha movido un pelo.

—La culpa es tuya. ¿Qué ha sido ese chillido?

—The Fox’s Lair, reina. Esos tíos no son normales, parecen salidos de otro mundo. El world de los tíos súper buenorros. Y el vocalista… ¿será gay? —se queda en silencio y lo miro de reojo. Mantiene toda su atención sobre la pantalla del móvil.

—Deja de babear ante el cristal, los vas a ver ahora en carne y hueso. Pero, por favor, controla tus impulsos. Si saltas sobre alguno de ellos, me muero. —Viendo que pasa de mí, pregunto—. ¿Qué haces ahora?

—Estoy buscando información —teclea de nuevo—. Parece que es hetero. ¡Fuck! —se toca el cabello y lo peina hacia atrás—. Bueno, ya lo veremos. La prensa a veces se equivoca…

—Pero, ¿qué dices?

—Nada. Mira, debe ser por ahí —señala la salida de la autopista.

Llegamos a la urbanización y un elenco de medidas de seguridad se superponen unas a otras. Una doble valla muy alta rodea el descomunal perímetro. Paramos en una de las puertas y dos guardias de seguridad salen de una garita y nos someten al tercer grado, además de pedirnos el DNI, informarnos de que estamos siendo grabados y llamar a la residencia a la que vamos para asegurarse de que estamos invitados y no nos colamos como dos ladrones con mucho gusto y elegantemente vestidos. Conducimos por las calles desiertas, rodeadas de zonas verdes, lagos y parques donde pasar el rato parece todo un placer. Una persona nos espera delante de una gran puerta de hierro, que se abre conforme la cruzamos sin bajar del coche. La gran casa impresiona. De mármol blanco, unos dos mil metros construidos, dos plantas, las paredes de la de abajo son todas de cristal dejando ver lo que hay dentro. Todo iluminado de una forma exquisita. Una piscina rectangular delante de la casa y un jacuzzi en el lateral derecho. Pierdo la cuenta de los metros que debe tener la parcela.

Amore , hemos muerto y resucitado en el paraíso.

17

FIN DE AÑO DE NOCHE: MÁS RARO

Joel lleva razón al referirse a esto como el paraíso. Cientos de metros de césped muy verde y perfectamente cuidado se extiende hacia todos lados desde mis pies. Una empresa que hemos contratado se ha encargado de parte de la iluminación, pero aseguraría que otro tanto fue obra del arquitecto que diseñó esta hermosura. Busco a Ferrán entre las personas que nos esforzamos por tenerlo todo listo a la hora convenida y le doy la enhorabuena por el gran trabajo que ha hecho con las luces. Lo despido hasta la próxima y le solicito que me pase la factura lo antes posible. El maître se acerca a mí y comienza a hablar demasiado deprisa, algo ha ocurrido con los canapés de gambas, pero no logro averiguar el qué. Le ruego que se tranquilice, coja aire y se tome unos segundos para descansar. Lo acompaño hasta un banco de hierro al que alumbra una lámpara en forma de farola y lo obligo a tomar asiento y a relajarse un poco. Por fin me cuenta lo que pasa. Atención, problemón: las gambas no vienen peladas. No suelto una carcajada porque me da mucha ternurita la cara de descomposición y miedo con la que me mira, a punto del llanto y la desesperación. Buscamos una solución rápida: las gambas se servirán tal cual y serán los invitados los que las tengan que pelar.

—Reina Mora. Ya está todo preparado. Los invitados no tardarán en llegar —Joel me enseña un ramo de flores que ha sobrado de los jarrones—. He pensado que podríamos esparcirlas alrededor de la piscina.

—Me parece muy buena idea. Se verá desde dentro.

Le pido que se haga cargo del asunto (paso de salir, hace más frío que en la fiesta de graduación de Pingu) y voy a recibir al DJ y a los bailarines. A las diez de la noche comienzan a llegar coches, uno detrás de otro, como si de una coreografía muy ensayada se tratase. La cena se sirve entre los dos gigantes salones de la planta baja, ocupados por mesas redondas para ocho comensales cada una. Me quedo en el pasillo que une la cocina con las salas para cerciorarme de que todo sale como esperaba. Dos horas más tarde una marabunta de gente gritan Feliz Año Nuevo y bailan desinhibidos, gozando del momento, la compañía y la situación. Miro a mi ayudante que parlotea animadamente con un futbolista de reconocido prestigio copa en mano. Hay más de setenta personas pululando por toda la casa y de repente siento que necesito un ratito para mí. Los últimos diez años me he tomado las uvas junto a Sebastian, soñando con todas las posibilidades que nos podría traer un año nuevo, ignorando que comenzaríamos separados. Me escondo en un cuarto de baño de la primera planta y me permito derramar un par de lágrimas, solo un par, ni una más. Me limpio con una servilleta color oro dispuesta sobre el lavabo de mármol gris y salgo a avisar a Joel de nuestra partida. Tardo en dar con él, lo encuentro en el sótano, sentado en un sofá negro en lo que parece una sala de juegos. Me ruega que le dé una hora más de felicidad y lo deje gozar de la compañía.

—Además, Diva. The Fox’s Lair va a cantar su nuevo single en vivo y en directo. No serías tan cruel como para obligarme a perdérmelo. Te odiaría por ello y tendría que matarte y tirar tu cuerpo por un acantilado —me susurra al oído para que su acompañante no lo escuche, con una sonrisa muy cínica.

—Esta bien. Búscame cuando terminen y nos vamos.

Abro una puerta de dos hojas al final de un pasillo, también en el sótano, y descubro una piscina climatizada de un tamaño considerable, muy poco iluminada y donde la temperatura ha subido bastante. Camino hasta el borde y mi sentido común apenas supera a las ganas de tirarme de cabeza y relajarme en sus profundidades. Me quito el abrigo y lo dejo sobre una hamaca, la misma sobre la que tomo asiento. Levanto el cuello, cierro los ojos y respiro toda la paz y la tranquilidad que la solitaria estancia desprende. Aquí no hay nadie ni nada, el murmullo del gentío se desvanece mucho antes de llegar al pasillo y la música no tiene permiso para atravesar estas paredes. De repente, un sonido en la esquina opuesta de la sala me asusta. Me levanto y pregunto si hay alguien ahí. Nadie responde, sin embargo, ya no me siento tan sola, sino todo lo contrario, miro hacia atrás y, a dos metros, unos ojos me miran y me arropan.

—¿Pablo? —pregunto, desconcertada. La persona en cuestión se adelanta unos centímetros y la luz ilumina su cara, descubriéndola entera. Y lo veo—. Pablo, ¿qué haces aquí? —frunzo el ceño, totalmente contrariada y sorprendida.

—Esconderme —contesta, con las manos metidas en los bolsillos y como si el mundo le importara poco o nada.

—¿De qué? —me fascino ante su imponente belleza masculina. Alto, fuerte y con un atractivo arrollador.

—De la gente. Igual que tú, supongo —se encoge de hombros en un gesto imperceptible, pero que reconozco característico de su personalidad. Finge desgana, aunque nada le da igual.

—Yo solo buscaba algo de tranquilidad —me meto un rebelde rizo de pelo detrás de la oreja y me humedezco los labios. Mueca que no le pasa desapercibida a Pablo (y que prometo solemnemente que ha sido sin intención).

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