—No conozco a nadie como tú —su respiración colisiona con la mía.
—¿Y cómo soy yo?
—Frágil y fuerte al mismo tiempo.
—Eso no parece tener mucho sentido.
—Las cosas que de verdad importan nunca lo tienen.
—¿Qué te importa a ti?
—Ahora mismo no hay nada que me importe más que besarte —murmura justo antes de unir sus labios con los míos, muy despacio, de una manera lenta y dolorosa, como si saborearme fuera lo último que va a hacer antes de partir hacia otra vida. Mi cuerpo se pega al suyo y soy consciente de nuestra piel mojada y desnuda, resbalando la una con la otra, acariciándose, inconsciente, bajo el agua. Abro mi boca para darle paso a su lengua, que se encuentra con la mía, dispuesta y decidida a aceptarla sin pudor y con muchas ganas. Pablo sabe a pensamientos maravillosos, a recuerdos bonitos y lujuria, a dejarse llevar. Gimo al notar sus dientes chocar contra los míos, le rodeo el cuello con mis brazos y me pongo de puntillas para llegar a su boca con más facilidad. Él me agarra de la cintura, me lleva hasta unas escaleras y me sienta en un peldaño para dejarme a su altura, hacerse hueco entre mis piernas y rozar con su miembro mi sexo por encima de las braguitas mojadas. Jadea cuando lo hace y yo me pongo a mil. Le rodeo las caderas con las piernas y, con sus grandes manos, me aprieta contra su pecho. Mete una de ellas entre los dos y, muy despacio, la introduce en mi ropa interior rozando mi monte de venus y abriéndose paso entre mis pliegues. Gimo sobre su boca cuando me masajea el clítoris y hace giros sobre él. Apoya su frente sobre la mía y me mira. Yo cierro los ojos, muerta de vergüenza. Y de placer.
—Mírame —susurra entre jadeos entrecortados.
Niego con la cabeza y aprieto los labios.
—Nerea. No me prives del brillo de tus ojos.
Sus palabras me hacen reaccionar y le obedezco. Nuestras miradas conectan y es entonces cuando introduce un dedo dentro de mí. Doy un pequeño grito y una corriente eléctrica recorre mis piernas hasta instalarse en mi estómago. Pablo comienza a moverlo rítmicamente, dentro y fuera, y me besa con ardor. Unos minutos después, introduce otro y el placer se multiplica por mil. Intento no chillar, pero el gustazo de sus caricias me impiden mantenerme callada. Aprieto la mandíbula y cojo aire.
—Quiero escucharte gritar. No te reprimas —murmura sin despegar nuestras bocas.
Suelto el aire que contenía y me dejo llevar.
—Llevo semanas soñando con verte así. Disfrutando de mis caricias.
Jadea y yo respondo mordiéndole un hombro. Se queja, pero no se aparta ni hace nada que me indique que no le gusta que le vaya a dejar marca.
Introduce la otra mano dentro de mis bragas y me masajea el clítoris mientras entra y sale de mi vagina con dos dedos, cada vez más rápido, cada vez a un ritmo más devastador. Me corro de golpe, sobre sus dos manos que me miman con maestría. Él no deja de tocarme hasta que mis espasmos cesan a la vez que lo hacen mis gemidos. Me relajo y mi cuerpo se queda inerte, apoyado sobre el suyo. Pablo saca sus dedos con mucho cuidado de dentro de mí y me rodea la cintura con sus grandes y tatuados brazos. Yo escondo mi cara en su cuello, abochornada por lo que acaba de pasar.
Me acaricia el pelo y la espalda con, me atrevería a decir, mucha ternura, y mi cuerpo se calma hasta que se escucha la puerta abrirse y cerrarse de un portazo, sin cuidado. Me tenso y recuerdo donde estoy.
Qué irresponsabilidad.
—Tío, te estamos esperando desde hace más de media hora —enuncia una voz masculina detrás de mí.
Pablo me cobija bajo sus brazos para que esa persona no pueda ver mi desnudez.
—¿Qué haces, tío? Vete de aquí —le recrimina.
—Imaginaba que te estarías follando a alguna zorra aquí abajo. Qué cabrón. —No puedo verle la cara desde mi posición, al igual que él no puede ver la mía (por fortuna), pero no me gusta su voz ni lo que dice; una inmensa rabia se acumula en mi estómago.
—¡Vete si no quieres que te mate! —grita demasiado cerca de mi oído y me encojo como acto reflejo.
—Está bien, pero date prisa. Tenemos que estar listos en cinco minutos.
Escuchamos la puerta, de nuevo, dar un portazo y Pablo se separa un poco de mí.
—¿Estás bien? —me agarra de la barbilla y me insta a que lo mire. Muevo la cabeza a un lado y lo empujo hacia atrás. De repente solo tengo ganas de llorar.
—¿A dónde vas? —pregunta sin soltarme.
No digo nada y me remuevo.
—Nerea, ¿qué ocurre?
—Nada. Déjame salir —contesto a la defensiva.
—Vale, tranquilízate y dime qué pasa. —Me deshago de su agarre e intento salir de la piscina.
—Nerea, no te vas a ir así —me agarra de la cintura y me atrae hacia él.
—¿Qué más da? Solo soy una zorra a la que, por cierto, no te has follado —replico, soberbia, muy cerca de su cara. Él aprieta la mandíbula, como si le molestara lo que acabo de decir.
—No puedes enfadarte conmigo por lo que haya dicho un imbécil. Y tú no eres una zorra, joder.
—No es solo por eso. Es por mí. Esto no debería haber sucedido.
—¿Por qué no? —noto que sus músculos se tensan.
—Porque no y punto. No tengo por qué darte explicac… —me corta la perorata uniendo su boca a la mía y besándome con mucha pasión. Al principio trato de separarme, pero solo tardo dos segundos en rendirme a él.
—Prométeme que me esperarás —me pide sin dejar de besarme.
—Me están esperando. Tengo que irme —musito, desorientada por su maestría al besar.
—No lo harás —beso—. Prométemelo —beso—. Dile al del pelo verde que se vaya —beso—. Yo te llevaré a casa.
Le empujo el pecho y lo aparto hasta que puedo mirarlo a los ojos.
—¿Cómo sabes que Joel…? ¿Llevas vigilándome toda la noche?
—Llevo admirándote toda la noche —me besa.
—Eres… —lo beso.
—Soy… ¿qué? —sonríe, me besa y me derrito—. Prométeme que no te irás.
Me lo pienso durante unos segundos y decido que ¿qué más puede pasar? Está bien, me puede hacer el amor en el coche, o en el ascensor, o en el rellano, o en su piso… o en el mío…
—Te lo prometo.
Espero a que salga de la piscina y no encuentro palabras adecuadas para definir lo que mis ojos ven a cámara lenta. Me babea hasta el alma. Posa las manos sobre el filo de la piscina y se impulsa hacia arriba tensando todos los músculos de brazos y espalda a la vez que el agua se desliza por su morena piel. No me pasa desapercibido el bulto de entre sus piernas. Pablo, además, tiene la ocurrencia de quitarse los calzoncillos antes de ponerse los pantalones secos. Pero no imaginéis cosas raras (grandes y prominentes), solo le veo el culo y bajo demasiadas sombras para vislumbrar todo lo que me gustaría, no obstante, aún con lo poco que consigo distinguir, puedo afirmar que tengo delante el trasero más perfecto que he tenido el placer de admirar. Se despide de mí con un guiño justo antes de cerrarse la puerta y yo no ardo porque millones de litros de agua apagan mi fuego interior.
Pero… ¿qué acaba de pasar? ¿He dejado que Pablo, el amigo de mi hermana pequeña, me masturbara?
Subo a la planta superior, donde la fiesta sigue en su máximo esplendor, la música suena a un volumen considerable y todo lo inundan cuerpos contoneándose con copas de cava en las manos. Busco a Joel para informarle de mi loca decisión: tirar mi raciocinio por el retrete y quedarme con el mejor amigo de mi hermana pequeña un rato más para, digamos, pasarlo bien y… no sé, follar, puestos a pedir. Él podría llevarse mi coche y mañana me acercaría a recogerlo a su casa.
Habla junto a la barra con el mismo chico que lo dejé en el salón de juegos. Le pregunto si podemos hablar un momento, se disculpa ante su acompañante y nos separamos de él unos metros.
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