Estrella Correa - Bilogía Las estrellas

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¡Ya tenéis disponible al bilogía al completo!Nerea tiene una empresa de éxito, un marido que la quiere y una vida perfecta. Nerea quiere volver a ser feliz, y cree que, si tiene paciencia y lucha, todo volverá a ser como antes; pero no espera que su alrededor cambie tan rápido. Nada es como ella pensaba y sus sentimientos se transforman en algo que desconocía. Nerea tiene miedo, sin embargo, elige vivir.¿Y tú? ¿Serías capaz de saltar al vacío sin paracaídas y sin red?

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NA-DA, pienso.

De repente, todo se ralentiza, mi respiración se acelera al ritmo de la suya y noto su cuerpo, ardiente, demasiado cerca del mío.

Levanta una mano, pulsa el botón de parada y el ascensor deja de moverse, (aunque a mí todo me da vueltas).

—Pablo —su nombre se escapa entre mis labios—. ¿A dónde vas?

—Voy a besarte —contesta seguro de sí mismo y de su atractivo sexual.

—¿Y por qué crees que te dejaría hacerlo?

—No lo sé, pero eso solo lo hace más emocionante—musita. Da otro corto paso y yo retrocedo, chocando con la pared de metal. Apoya una mano en el ascensor junto a mi cabeza y la otra la mete entre su chaqueta (que aún llevo puesta) y me acaricia el costado.

—No debemos —suspiro y dejo la palma de mis manos sobre su pecho, empujándolo levemente hacia atrás.

—¿Quién lo dice? —siento su respiración sobre la mía.

Empiezo a pensar en la lista de personas que no estarían de acuerdo con lo que estamos a punto de hacer. Sebastian la encabezaría y con mucha diferencia, pero la saco de ella de un plumazo al entender que él no tiene nada que opinar aquí. Mi madre, por supuesto, pondría el grito en el cielo y tendríamos que llevarla al hospital. A mi padre le daría igual, él solo quiere mi felicidad. Mis amigas ya me han dicho lo que piensan antes de dejarme en la puerta del Bogga y Cristina… Cristina sí tendría mucho que objetar.

—Eres el mejor amigo de mi hermana pequeña —se me corta la respiración al notar su nariz entre mi cuello.

—¿Y…? —me roza la piel con los labios y todo mi cuerpo se estremece con el leve contacto— Yo no le voy a decir nada —vuelve a separarse unos centímetros y a mirarme.

—Tienes veintisiete años… —busco otra excusa.

—Me muero por besarte, Nerea. —Sus pupilas se han dilatado tanto que han raptado el azul de sus ojos. Asiento con la cabeza y me quedo sin respiración al notar sus labios, muy despacio, rozar los míos. Nuestras respiraciones se aceleran y rebotan en el poco espacio del habitáculo donde nos encontramos. Levanto un poco más la cabeza y la inclino hacia delante para que el beso se haga más profundo, pero Pablo me agarra del cuello y la cintura y me para. Vuelve a mirarme y encuentro algo que no había visto antes. Mucho anhelo, o tal vez deseo, el mismo que recorre cada una de mis venas. De nuevo, roza con sus labios los míos y yo trato de agarrarme a su cuello y atraerlo más hacia mí. Él se separa y sonríe ante mi cara de cabreo. Pero tipo sonrisa pervertida de demonio pervertido. Por supuesto es muy consciente de su atractivo sexual.

—¿Por qué tienes tanta prisa? —me acaricia los labios de una manera muy sucia con el dedo pulgar.

Trato de morderlo, pero se aparta.

—Te deseo. —¿Eso lo he dicho yo? Me sorprendo de mí misma y a él le cambia la cara. Aprieta la mandíbula, traga en un gesto muy masculino y un brillo incandescente le cruza la mirada.

Une su boca a la mía, de repente, con mucha ansia; y un fuerte gemido se escapa de entre mis labios cuando este los muerde con fuerza. Introduce su lengua en mi boca y yo le busco hueco a la mía en la suya. Está húmeda y muy caliente, tanto como me estoy poniendo yo. Lo devoro como llevaba semanas queriendo hacer, pero no lo sabía. Pablo me agarra del culo y me lo levanta apremiándome a que lo rodee con mis piernas. Cuando lo hago, me quita la chaqueta, dejándola caer al suelo y me clava más a la pared. Con una mano palpa el panel del ascensor y noto que comienza a moverse. Enredo mis dedos entre sus cabellos y él me masajea un pecho por encima de la ropa. Se escucha el pitido que indica que hemos llegado a nuestra planta y salimos de ella chocándonos contra todo lo que se pone por delante. Mis pies siguen sin tocar el suelo. Pablo saca las llaves de su piso de los pantalones e intenta introducirla en la cerradura. Noto que su miembro, duro y expectante, choca contra la fina y mojada tela de mis bragas.

Jadeo y giro la cabeza hacia un lado, tratando de coger aire, aprovechando que su boca y su lengua me recorren el cuello y la clavícula.

—Pablo… —intento apartarlo, pero él me besa de nuevo—. Pablo… Para… —le tiro del pelo hacia atrás, sin embargo, me muerde el labio como respuesta.

—Ni en sueños —sigue devorándome y deshaciéndome por dentro, así que tengo que hacer acopio de todas mis fuerzas para frenar esto.

—Pablo… —le agarro la cara con las manos y le tuerzo la cabeza hacia mi izquierda para que observe a Cristina durmiendo sentada en el suelo, sobre el felpudo de mi piso.

—Joder, Pétalo —musita mirándola, sin soltarme el culo.

—No podemos dejarla ahí —digo, aún entre pequeños gemidos. Pablo centra su mirada ahora en mí.

—Será solo un ratito —tuerce la boca en una mueca muy perversa. Sonrío, le acaricio la mejilla y le doy un corto beso muy cerca de los labios. Estoy segura de que no habla en serio. Me deja en el suelo y me bajo el vestido, mientras él se agacha y trata de despertarla.

—Pétalo… Peque… Despierta —le da golpecitos en los hombros y en la cara.

—Mmm… ¿Qué hora es? —contesta sin ni siquiera parpadear.

—Muy tarde, ¿cuánto tiempo llevas aquí?

—Quiero un burrito —habla en sueños.

—Abre la puerta, Nerea. La llevaré en brazos.

La coge como si no pesara nada, cruza la casa y la deja sobre mi cama. Yo le quito los zapatos, la cubro con la colcha, apago la luz de la habitación y salgo al salón donde me encuentro a Pablo de pie, muy cerca de la salida.

—¿Te vas?

—No si tú me pides que me quede —termina con el paso que nos separa y con el dedo índice me acaricia la mandíbula.

—Pablo, yo… —llega hasta mis labios y los bordea, suave y despacio. Todos los vellos de mi piel se erizan. Se me olvida lo que quería decir. Mierda, solo me pido un mínimo de concentración.

—Debería ir a ver por qué está aquí Cristina. Tal vez haya ocurrido algo —se me ocurre.

Da un chasquido con la boca, deja de acariciarme y se toca el cabello con las dos manos. Lo veo dudar, hace un imperceptible gesto como para acercarse a mí y terminar con los pocos centímetros que nos separan, pero al final retrocede, coge aire y camina hasta la puerta. La abre y se gira.

—Nerea.

—¿Si? —una llamarada me recorre de arriba abajo y un único deseo se instala en mi mente: que vuelva, me bese, me lleve a su casa, me desnude y haga conmigo lo que quiera.

Va a decir algo, pero se calla, indeciso.

—Dile a Cristina que me llame mañana. Tengo que hablar con ella.

16

FIN DE AÑO DE DÍA: RARO

El domingo, Cristina y yo nos tomamos el café en la cocina a eso de las once de la mañana. Ella con un inmenso dolor de cuello, yo con un gran dolor de cabeza (y más caliente que el pico de una plancha. En serio, llevo toda la noche besando a Pablo en sueños y… otras cosas que me niego a reconocer). Trasnochar no le viene bien a mi jaqueca y una punzada de dolor me pincha la sien. Me tomo una pastilla mientras Cris me cuenta que perdió las llaves de su piso y que el casero pasa las vacaciones fuera del país y que yo soy la única persona que tiene llave de su casa. Total, que como yo no le cogía el teléfono ni le contestaba a los mensajes, se vino rezando a su dios Jean Clean Van Damme, encontrarme en casa. Por supuesto, no lo hizo, así que esperó a que alguien saliera del edificio para colarse y esperar en el rellano.

—¿Por qué no llamaste a una amiga? —Cojo una galleta y le doy un mordisco.

—Se han ido de fin de semana —se masajea la zona dolorida.

—Y ¿por qué no avisaste a Pablo?

—Porque es gilipollas y no nos hablamos —se lleva la humeante taza a los labios.

—¿Y eso? —pregunto pensando que yo tampoco le hablaré jamás. Me niego, qué vergüenza. Me mudaré de piso si es necesario. Qué penita, con lo cuqui y precioso que luce y el trabajo que me ha costado encontrarlo.

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