Estrella Correa - Bilogía Las estrellas

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¡Ya tenéis disponible al bilogía al completo!Nerea tiene una empresa de éxito, un marido que la quiere y una vida perfecta. Nerea quiere volver a ser feliz, y cree que, si tiene paciencia y lucha, todo volverá a ser como antes; pero no espera que su alrededor cambie tan rápido. Nada es como ella pensaba y sus sentimientos se transforman en algo que desconocía. Nerea tiene miedo, sin embargo, elige vivir.¿Y tú? ¿Serías capaz de saltar al vacío sin paracaídas y sin red?

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Tiro los zapatos al suelo y me siento sobre la cama con las piernas cruzadas. Pablo me mira desde lo alto sin saber muy bien qué hacer. Le digo que se ponga cómodo y apoya el culo en el filo a un metro de mí. Le sugiero que se eche para atrás y pegue la espalda a la pared.

—No sabía que habías vuelto con tu marido —dice en un tono neutro.

—No lo he hecho. Mi madre lo invitó a cenar sin mi consentimiento. Justo después de prometerme que no se entrometería en mis asuntos.

—Parece que entre vosotros hay mucha complicidad.

—Llevamos… o nos hemos llevado —rectifico— más de diez años juntos. Me conoce mejor que nadie y supongo que yo a él.

—¿Por qué os habéis separado? —pregunta sin, seguro, ninguna intención. Sin embargo, a mí, pensar las razones me deja sin palabras; y él cree que ha metido la pata.

—Lo siento, no es de mi incumbencia.

—No, no es eso —me toco la sien—, es que no sabría qué contestarte.

Se remueve sobre sí mismo, incómodo. Me levanto y me pongo de rodillas en el suelo frente a él.

—No hace falta que me la chupes, estoy bien así —guasea, destensando el ambiente—. Pero, oye, si es lo que quieres, por mí no hay ningún problema —levanta las manos con las palmas hacia arriba y adornando su cara con su maldita sonrisa.

—Eres un payaso —le quito una bota y luego la otra—. Así estarás más cómodo. —Tomo asiento a su lado, me pongo un cojín detrás de la espalda y le ofrezco uno a él, que lo coge y lo ahueca del mismo modo.

Hablamos sobre el tiempo, sobre el colegio, nuestros padres… me cuenta que es hijo único y que siempre quiso un hermano, que lo pidió reiteradamente hasta que cumplió los quince años, pero nunca llegó. Una hora más tarde, me tumbo sobre la cama y le obligo a que lo haga a mi lado. Termino también bromeando: «Hazlo por mí. No aguanto más tus quejidos por el dolor de espalda». Lo último que veo son sus ojos claros cerrándose delante de los míos.

Un calor abrasador me rodea la cintura y me recorre la espalda. Me pesan los párpados y, aunque trato de abrirlos, no lo consigo de ninguna de las maneras. Giro mi cuerpo sobre sí mismo notando el poco espacio libre del colchón. Vuelvo a hacer un esfuerzo y mi iris se encoge en un punto muy fino acostumbrándose a la luz que entra por la ventana, medio abierta, bañando las paredes y la cama. Me encuentro con la cara de Pablo, relajado. Los labios entre abiertos y el pecho le sube y baja muy despacio. Sus manos se aferran a mi cuerpo como si sintiera que podría caerme al suelo en cualquier momento (y esto no me parece una idea muy descabellada, no sobra sitio en el colchón). Admiro su belleza en silencio, levanto la mano y le acaricio el torso, despacio, sin prisas, subo por el cuello y llego hasta sus labios. Mi tacto le hace cosquillas y los mueve, sacando la lengua y recorriéndolos con ella. Me quedo quieta.

—Mmm, puedes seguir tocándome, no te cortes —susurra con voz adormilada.

Dejo de respirar y un calor abrasador me sube hasta las mejillas.

—Yo… yo… lo siento —murmuro, avergonzada. Abre los ojos, me mira y tuerce la boca en una media sonrisa que me cala hasta el alma (por no decir que me moja –y mucho– las bragas).

—Buenos días —se masajea los ojos.

—No deben ser más de las dos de la tarde. Hemos dormido apenas unas horas —me remuevo y trato de levantarme, pero él me agarra fuerte y me impide la huida (porque vamos a hablar claro, hace ya bastante rato que me di cuenta que debo escapar del arrollador atractivo de Pablo).

—¿Qué haces? —pregunto, confusa.

—He descubierto lo que me gusta abrazarte —gira su cuerpo hasta dejarlo de lado, frente a mí—. Estás muy blandita.

—¿Me estás diciendo que necesito hacer ejercicio? —frunzo el ceño, haciéndome la herida.

—Estoy diciendo que me gusta tenerte así —me atrae más hacia él, tanto que nuestras bocas son ahora las que se miran.

—Venga, deja de bromear —susurro, con las palmas de mis dos manos sobre sus pectorales.

—Hablo muy en serio —responde en el mismo tono. No sabría especificar si son mis ganas o la inercia las que me empujan, muy lentamente, a probar sus labios. Él también avanza hacia mi boca de manera lenta y cautelosa.

—¡Nerea! —Cris entra en la habitación como un huracán. Pablo y yo nos separamos con rapidez y nos sentamos en el filo de la cama. Mi hermana frena en seco dándose cuenta de la situación y nos mira, desubicada—. Pero… —pone los brazos en jarra, unos segundos más tarde señala a Pablo con el dedo—. ¡Tú!, ¡degenerado! ¡No te habrás follado a mi hermana!

Pablo se toca el pelo y la cara. Va a decir algo, cuando yo lo paro.

—¿Estás loca? Nos quedamos dormidos, eso es todo —nos defiendo de su “falsa” acusación. La mirada de Cristina salta de su amigo a mí y viceversa. Se piensa durante unos larguísimos segundos si seguir ahondando en el tema o dejarlo pasar y, por suerte, para todos, lo deja correr.

—Me han llamado del curro, tengo que ir a Salamanca a hacer unas fotos y el coche no me arranca. ¿Puedes llevarme? —me pide.

—Yo te llevaré, Pétalo. —Estira los brazos y coge los zapatos—. Dame unos minutos.

—Está bien. No tardes. Tengo mucha prisa —le dice a él—. Ne, cierra con llave al salir. Mañana te llamo. —Desaparece de la habitación dejándonos solos. Miro a Pablo que termina de ponerse las botas y se levanta. Me clava la mirada desde lo alto y me ofrece una mano instándome a agarrarla y ponerme de pie. Lo hago y me encuentro frente a él; descalza, no le llego ni al pecho.

—Lo he pasado muy bien esta noche —confiesa, acariciándome la mano.

—Querrás decir esta mañana… —respondo, sin reconocerme la voz.

Nos miramos durante unos segundos y he de confesar que no sé qué hacer. Pablo, que es más valiente que yo, se agacha y me da un beso en la mejilla. Un beso simple, corto y rápido, pero que me descompone por dentro y me deja temblando durante al menos cinco minutos. Y que, además, me da en qué pensar, como por qué he sentido mucho más con este beso que con el que me dio mi marido anoche al despedirse.

La tarea de recoger el piso de mi pequeña hermana me lleva casi todo el día, no puedo irme y dejar el apartamento convertido en un estercolero, mi parte responsable y pulcra no me lo permite. Llego a casa pasadas las nueve de la noche, declino la oferta de Rocío de invitarme a cenar en el restaurante de su novio, Temaka, y me preparo un baño con sales y velas. Me desnudo en la semi penumbra, me tumbo en la bañera y cubro de agua muy caliente casi todo mi cuerpo. Suena Some thing Just Like This de Coldplay. Sumerjo la cabeza en el agua y pierdo la noción del tiempo. Me enjabono, masajeo cada músculo de mi piel y salgo cuando empieza a hacer frío. Me embadurno en crema y directamente me voy a la cama. Leo varios mensajes de mis amigas en nuestro grupo de WhatsApp. Por cierto, no os he dicho cómo se llama: Pijas Endemoniadas. Lo puso Ro, por sugerencia de Cristina, y creo firmemente que fue un insulto sin adornos.

Ro: «¿Cenamos mañana?» 23:54

Carol: «Por mí, perfecto. Andrés se

quedará con los niños» 23:59

Ro: «¿Os parece bien a las 21:30?» 00:02

Carol: «De acuerdo» 00:03

Ro: «A ver si doña remilgada se

digna a contestar… » 00:22

Yo: «Hola, chicas. Estaba dándome un baño y me he quedado dormida. Nos vemos allí» 00:27 ✓✓

Ro: «Después salimos a tomar una

copa. Avisadas quedáis» 00:31

—Entonces… ¿dormiste con él? ¿Juntos? ¿En la misma cama? —Carol me mira, abriendo mucho los ojos con una copa de vino blanco en la mano derecha. La tengo sentada frente a mí, en una de las salas privadas del restaurante más caro de la ciudad, pero venimos muy bien recomendadas.

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