—Se mete donde no lo llaman. No lo aguanto cuando hace eso.
A mí me lo vas a decir, ese malnacido me metió la lengua hasta la garganta sin que yo se lo pidiera. Valeeee, se lo demandé a gritos.
Deja el vaso en el fregadero y abre el armario donde guardo los paquetes de patatas. Coge uno lo rasga y se lleva unas cuantas a la boca.
—Puafff, qué asco. Odio que hagas eso —achino los ojos y frunzo el ceño.
—Me gusta la mezcla del sabor dulce y salado —la cierra con una pinza que coge de la encimera y la deja donde estaba—. Me voy. Tengo que hacer una copia de la llave.
—Hoy no encontrarás nada abierto.
—Pues me llevo la tuya, ya te la devolveré otro día.
—Quédate aquí hoy. Hace tiempo que no pasamos el día juntas.
—Vale, pero comemos fuera. Déjame algo de ropa.
—De eso nada. Pide comida si quieres, pero no puedo salir. Hoy toca limpieza —salgo de la cocina y ella lo hace detrás.
—¿Y pretendes que yo te ayude? —Se tira sobre el sofá y comienza a cambiar de canal compulsivamente.
—Mientras no molestes, haz lo que te dé la gana. No tardaré mucho.
Me entretengo recogiendo el piso y ordenándolo todo para poder sentarme con ella a charlar. A las cinco de la tarde me harto de escucharla lloriquear y decido obligarla a que haga las cosas bien.
—Cris, levanta.
—¿Para qué? Ya lo has recogido todo. Espera, no. Creo que debajo de la mesa hay una pelusilla —bromea sin gracia y yo le respondo con una mueca muy apática.
—Ve a ver a tu amigo, anda. Anoche me dijo que necesitaba hablar contigo. Estoy segura de que a él tampoco le gusta esta situación.
—Me importa una mierda lo que ese gilipollas necesite; y tú ¿estuviste con él anoche? Os estáis haciendo muy amiguitos, ¿no?
—Coincidimos en el Bogga y nos vinimos juntos a casa. Resulta que es mi vecino —ironizo (y olvido que su miembro rozaba, muy erecto, mis partes íntimas mientras nos devorábamos y él me agarraba del culo). Qué calor. Resoplo hacia arriba.
—Paso. No quiero saber nada más de él. ¡Nunca! —dramatiza mirando la televisión e ignorándome a mí y a mi careto.
La ignoro, a ella y a de su bajón-depresión pos resaca y vuelvo a mi habitación a ahogarme en papeles. Me gustaría resolver el tema administrativo antes que termine el año y para que eso ocurra solo quedan unos días. Si Cris no está dispuesta a poner de su parte, yo aprovecharé la tarde en otros quehaceres.
Recibo mensajes de las chicas preguntando qué ocurrió anoche. Las tranquilizo haciéndoles saber que no pasó nada de nada (me ahorro los detalles y las razones que me frenaron a cometer una locura) y hablamos por WhatsApp durante un rato, hasta que Carol se despide porque tiene que bañar a los niños (en el saco incluye a Andrés); y Rocío debe vestirse para salir a cenar con Carlo. Dejo el móvil sobre la peana para que se cargue, sin embargo, vuelvo a cogerlo al escuchar un mensaje.
555460077: «¿Estás en casa? ¿Podemos
hablar un momento?» 20:09
Yo: «¿Quién eres?» 20:10 ✓✓
555460077: «Pablo» 20:10
Yo: «¿Quién te ha dado mi número?» 20:11 ✓✓
555460077: «Se lo quité a Cristina de su móvil» 20:12 .
Él siempre tan honesto.
Yo: «Pero, ¿cómo te atreves?» 20:16 ✓✓.
Me quedo bastante asombrada y tardo unos minutos en contestar. De camino guardo el número para no volver a cogerlo nunca.
Pablito Cara de Pito (utilizo el apodo
que le puse de pequeño para tratar
de aliviar el cabreo que tengo. Con él y
conmigo): «Venga, no te enfades. Los dos
sabemos que tarde o temprano me lo
ibas a dar» 20:19
Será creído. Decido obviar lo que ha dicho (y a todo él) y le hablo de Cristina.
Yo: «Tu Pétalo está depresiva ocupando todo mi sofá porque ya no sois amiguitos» 20:20 ✓✓
A las ocho y media me doy cuenta de que no va a contestar. Mis sospechas se confirman al escuchar el timbre de la puerta. Me hago la remolona y espero a que Cristina se levante y abra. Unos minutos después me veo obligada a salir al salón y parar la pelea que se traen mi hermana y sumejoramigo-vecinotiobuenoquecasimetiro. Las voces deben escucharse desde la calle, diez pisos más abajo.
—¿Puedes decirme en qué te basas para asegurar eso si solo lo conoces de unas horas? —Cristina mueve las manos, descontrolada.
—Ese tío solo quiere acostarse contigo. ¡No entiendo por qué estás tan ciega!
—Que tú seas alérgico a las relaciones, no significa que todos los tíos lo sean —contesta Cristina y a Pablo le cambia la cara.
—Yo no soy alérgico a nada. Ese niñato solo quiere pasar el rato. Si tú estás de acuerdo, me parece perfecto. Pero te conozco y sé que te gusta mucho…
—Pero, ¿tú qué sabrás? —lo corta—. Si no reconoces el amor aunque lo tengas delante. Dejaste a Brittany y ni siquiera…
—Ella no tiene nada que ver —se mete los dedos entre el cabello. Cierra los ojos y coge aire. Me siento fuera de lugar, pero no hago nada para remediarlo, solo me quedo allí, escondida al cobijo de la oscuridad que me concede el pasillo—. Pétalo, solo quiero lo mejor para ti.
—Pues no te metas —le pide en un tono bastante beligerante.
—No quiero que te hagan daño —la mira, tratando de calmarse. Se masajea la sien y pone un brazo en jarra—. Y no quiero tener que partirle la cara.
—¿Te crees muy machito? ¡No necesito que te pelees por mí!
—¡Joder! ¡No conozco a nadie más cabezona que tú! —vocifera.
—Yo sí. ¡Tú! —lo señala con el dedo.
Viendo que la situación va a peor y que no tiene visos de mejorar, decido meterme donde no me llaman y arriesgarme a salir bien escaldada. Doy un par de pasos y entro en el salón; ninguno de los dos miran en mi dirección y siguen gritándose como si no hubiera un mañana.
—Chicos —los llamo, calmada—. Chicos —vuelvo a intentarlo—. ¡Chicos! —grito, de pie entre los dos—. ¿Queréis dejar de gritar? —me miran y, después de mucho tiempo, reina el silencio.
—¡No te metas tú tampoco! —lo rompe Cris, dirigiéndose a mí.
—Estáis peleándoos en el salón de mi casa. Si queréis seguir haciéndolo, os ruego que salgáis de aquí —les pido a los dos.
—Joder, lo siento —Pablo deja caer los brazos junto a sus costados y cambia el peso de un pie a otro.
—¿Con cuál de las dos estás hablando? —pregunta Cristina, levantando el mentón sin izar la bandera blanca.
—Con las dos. —Coge aire—. Nerea, siento el festival que hemos montado. No tenía derecho a entrar en tu casa y ponerme a pegar voces —se disculpa, sincero—. Pétalo —se dirige ahora a ella—. Llevas razón, tengo que confiar más en ti y en tu criterio.
—Y no tratarme como si fueras mi padre —apunta, listilla, y se cruza de brazos.
—Vale, y eso. —Su amigo sonríe de medio lado—.Vamos, ven. Dame un abrazo.
—No quiero —mira hacia otro sitio.
—Pero yo sí. ¿Vas a dejarme así? —Pablo abre un poco los brazos y pone cara de cachorrillo abandonado. A punto estoy de ir yo y entregarle mi cuerpo desnudo como ofrenda… digo, y abrazarlo; cuando Cristina salta sobre él y lo envuelve con todo su cuerpo: piernas y brazos.
Les dejo intimidad para que lleven a cabo la reconciliación y me meto en mi dormitorio a recoger toda la documentación para dejarla mañana en la gestoría. Cris me llama para cenar y, aunque trato de disculparme y quedarme escondida, no me queda más remedio que salir y enfrentarme a Pablo (con sudadera, despeinado, vaqueros muy rotos, zapatillas de deportes y las mejillas sonrosadas de la calefacción). Ya me imaginaba que mi hermana lo invitaría a cenar y que no lo iba a dejar rechazar la oferta, así que trago para humedecer mi garganta y saco mi parte valiente y sinvergüenza a pasear. Entre los dos han preparado un poco de comida mexicana: burritos, tacos y guacamole. Comemos sentados sobre la alfombra, viendo una película de ciencia ficción y alabando la perfección de los efectos especiales a pesar de que el film tenga más de quince años.
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