Como en los buenos viejos tiempos de las colonias, siguen dispuestos a resolver las disputas con el Sur por la fuerza de las armas (el armamento es una industria en pleno auge), y utilizan sus arsenales sin ningún reparo para apoderarse de todo aquello que creen necesitar. Los recursos de África son esenciales para ellos. Los africanos que viven allí, no tanto.
Esta estrategia funcionó más allá de lo esperado. Su éxito requiere que los monopolios se preparen para la guerra y anticipen posibles rupturas políticas, porque al igual que la crisis de 1929, la crisis actual abre una nueva secuencia posible de guerras y revoluciones que el colapso financiero de 2008 volvió más probables. La concentración, la globalización y la financiarización no resuelven las contradicciones que determinaron la crisis, sino que las exasperan. Las guerras son posibles. ¡Las revoluciones siguen siendo hipotéticas!
La guerra ha cambiado de naturaleza porque ya no se desencadena entre imperios como en la primera mitad del siglo XX. Lo que surge de la crisis no es el Imperio estadounidense, sino una nueva forma de imperialismo que Samir Amin llama “imperialismo colectivo”. Constituido por la tríada Estados Unidos-Europa-Japón, guiado por el primero de los tres, el imperialismo colectivo maneja sus disputas internas para el reparto de la renta. También lleva a cabo despiadadas guerras sociales contra las poblaciones del Norte para despojarlas de lo que fue obligado a ceder a lo largo del siglo XX y organiza conflictos armados contra las poblaciones del Sur para controlar sus materias primas y procurarse mano de obra barata. Los Estados que no implementan los “ajustes estructurales” necesarios para ser saqueados por la financiarización son estrangulados por los mercados, aplastados por las deudas o declarados “criminales” por los presidentes estadounidenses que hablan con conocimiento de causa del gangsterismo.
La novedad que apunta en este cuadro es la irrupción de China como potencia mundial. China compite con este imperialismo colectivo en todos los ámbitos: recursos, tierras, tecnología, armamento, etc. Mientras que el imperialismo colectivo consideraba al capitalismo chino como un subcontratista confiable (tanto industrial como financieramente, con China financiando las letras del Tesoro de Estados Unidos), el Partido Comunista de China siguió su estrategia: hacer del antiguo imperio medio una potencia mundial al transformar la máquina revolucionaria en máquina de producción.
Las luchas de clases y de las minorías que las componen se desarrollan en el interior de este marco que ha hecho imposible no solo el reformismo, sino incluso la democracia. Tras la reedición de la Belle Époque que transcurrió entre los 80 y los 90, la máquina capital/Estado despliega toda su fuerza destructiva y autodestructiva como hace un siglo: democracias autoritarias y liberticidas, convivencia del estado de excepción y el Estado de derecho, nuevas formas de fascismo, racismo y sexismo, guerras de clases, con el agregado de catástrofes de todo tipo (ecológicas, sanitarias, etc.).
Para analizar esta situación, partiremos de la afirmación programática de Gilles Deleuze y Félix Guattari, “la política está antes que el ser”, que puede interpretarse de la siguiente manera: el capitalismo no comienza con la producción, el patriarcado con el trabajo doméstico, la esclavitud con la explotación en las plantaciones, sino con la distribución política previa del poder entre las clases, determinada por las guerras de conquista, la apropiación violenta y la fuerza.
Las clases no existen antes de la guerra de conquista. Son el producto de ella. No hay obreros sin capitalistas, mujeres sin hombres, negros sin blancos. El surgimiento violento de las clases no está enclavado en un pasado concluido. El acto de separar a los que mandan de los que obedecen debe ser reproducido continuamente. La violencia fundadora y la violencia conservadora son contemporáneas.
Tanto las clases dominantes como las clases oprimidas se relacionan entre sí mediante estrategias de dominación o liberación. Es imposible encerrar su acción en un todo, un sistema, una estructura, porque se trata de relaciones de poder contingentes, provisorias, precarias, abiertas a la iniciativa política, a la acción. La estrategia no es un proyecto ni un programa, sino una técnica inmanente a las luchas. La estrategia no la ejerce un sujeto soberano que precedería a su implementación, porque la estrategia es una condición de su aparición.
Los dos ciclos de movilización de 2011 y 2019/20 nos instan a reconectarnos con este conocimiento estratégico. Tan pronto como los oprimidos vuelven a encontrarse con formas de acción colectiva, la revolución, incluso tímidamente, incluso confusamente, vuelve a poblar el horizonte con sus discursos y acciones. La memoria de las luchas y los combates que había sido borrada durante los años de sumisión a la lógica de la gubernamentalidad está resurgiendo a escala global tras el colapso financiero de 2008.
En Chile, las consignas y los eslóganes de la época de Allende, sofocados por los asesinatos en masa, resuenan nuevamente y expresan la necesidad y la voluntad de reactivar la tradición revolucionaria. En otro gran foco de insurrección e insubordinación, África del Norte, los movimientos, mientras critican duramente a los gobiernos instalados después de la liberación, reivindican las revoluciones que los precedieron. El 4 de noviembre de 2019 tuvo lugar una manifestación en Argelia para celebrar el estallido de la insurgencia armada contra el colonialismo francés por parte del Frente de Liberación Nacional setenta años antes. En Irak, en la plaza Tahir, ocupada por los insurgentes, un monumento a la libertad celebra la revolución de 1958 de los “oficiales libres” contra la monarquía. Como dijo un politólogo francés acerca del movimiento de los Chalecos Amarillos: han hecho resurgir en la opinión pública el imaginario de la lucha de clases. Pero sería más justo entonces evocar la realidad de las luchas de clases en plural .
Los dualismos (hombres/mujeres, blancos/racializados, capitalistas/trabajadores) son tanto lo que la máquina capital/Estado debe producir y reproducir como los focos de las luchas por la abolición de las clases. Desde cualquier lado que se aborde la cuestión política, las luchas de clases parecen ser entonces ineludibles.
2Lucio Castellano, Arrigo Cavallina, Giustino Cortiana, Mario Dalmaviva, Luciano Ferrari Bravo, Chicco Funaro, Toni Negri, Paolo Pozzi, Franco Tommei, Emilio Vesce y Paolo Virno.
3Hannah Arendt, Sobre la revolución , trad. Pedro Bravo, Madrid, Alianza, 2006.
4Michel Foucault, “El sujeto y el poder”, Revista Mexicana de Sociología , vol. 50, n. 3, julio-septiembre de 1988, pp. 15-16.
5Entre los numerosos libros de Samir Amin, podemos citar: La crisis. Salir de la crisis del capitalismo o salir del capitalismo en crisis , trad. Josep Sarret, Barcelona, El Viejo Topo, 2009, y L’Implosion du capitalisme contemporain [La implosión del capitalismo contemporáneo], París, Delga, 2012.
6Su imbricación con el Estado y la guerra es un proceso irreversible que no ha hecho más que extenderse y profundizarse, especialmente en Estados Unidos, el país del neoliberalismo (ver James O’Connor, La crisis fiscal del Estado , Barcelona, Península, 1994). Nunca volveremos a la “libre competencia”, al “mercado” de la oferta y la demanda, a la “libre iniciativa” del emprendedor schumpeteriano. El único monopolio atacado será el de los sindicatos y los trabajadores organizados.
El “mercado” no debe “equilibrar” nada, sino, por el contrario, crear desequilibrios de todo tipo que, al final, como en la mundialización anterior, solo pueden ser regulados por la guerra y el fascismo. Entonces, ¿cómo ha podido el capitalismo imponer estas verdades “falsas”? Emanuele Severino, comentando la segunda de las Tesis de Marx sobre Feuerbach, explica la naturaleza de la “verdad”: “‘El problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva no es un problema teórico, sino un problema práctico . Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poder, lo terrenal de su pensamiento’. Esto significa que la verdad no es otra cosa que el poder de la praxis, la capacidad de prevalecer sobre el adversario. Pero también significa que allí donde el movimiento obrero no tiene la capacidad de imponerse, no hay verdad”. Es lo que nos pasa también a nosotros, y por las mismas razones: la teoría neoliberal (y ordoliberal) es radicalmente “falsa” y, sin embargo, absolutamente verdadera. Ver Emanuele Severino, “La ‘dissonanza’ tipica della nostra civiltà. Ragione e forza contro la violenza” [La “disonancia” típica de nuestra civilización. Razón y fuerza contra la violencia], Corriere della Sera , 28 de noviembre de 1979.
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