La deuda es el instrumento de control y de incentivo para el trabajo y la productividad de la inmensa cantidad de empleos precarios, domésticos y migrantes. Penetra en la vida cotidiana de los “pobres” para organizarla, dirigirla y sujetarla. El desarrollo de este trabajo y la afirmación de la financiarización son fenómenos estrechamente relacionados.
Esta estrategia, lejos de hacer desaparecer el racismo y el sexismo, los coloca en el centro de sus políticas porque constituyen, históricamente, los modos de producción y legitimación de la explotación del trabajo gratuito (de mujeres y colonizados) y las modalidades de sujeción que los vuelven posibles.
En Estados Unidos estas políticas se implementaron fácilmente porque su democracia siempre se ha caracterizado por la colonización interna. Desde la “revolución”, Estados Unidos es un país esclavista, segregacionista y profundamente racista. La novedad es la extensión del trabajo gratuito, desregulado e informal entre capas crecientes de proletariado blanco, lo que explica las grandes movilizaciones contra el asesinato de George Floyd. La cuestión racial asume una centralidad incluso a nivel institucional; la elección de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos se jugó en torno a la supremacía blanca. Esta cuestión se convierte en una prioridad incluso en países como Francia, donde la cuestión de la inmigración, los ciudadanos franceses de origen extranjero y el islam es actualmente una obsesión del poder y la temática privilegiada por los medios. Detrás de la batalla política por el secularismo se juega la instalación y el control de la colonización interna que involucra a un número cada vez mayor de franceses.
4.2. La estrategia en los monopolios
Durante los años 80 y 90, los monopolios instauraron una nueva etapa de la centralización del capital. La agricultura es un ejemplo de este nuevo modelo de acumulación cuya acción destructiva sobre la “naturaleza” es ahora un hecho establecido. Mediante la venta de semillas y fertilizantes y el suministro de créditos, los monopolios 11controlan las fases iniciales de la producción. Con posterioridad, el flujo de mercancías y la fijación de precios no están determinados por el “mercado”, como sostiene la doxa neoliberal, sino por los monopolios del transporte a gran escala que compran los productos al precio que ellos mismos fijan arbitrariamente. El pequeño agricultor independiente forma parte de la masa cada vez mayor de trabajadores pobres, porque su remuneración se acerca a cero (300 euros al mes de promedio en Francia). Su supervivencia económica depende de las subvenciones europeas, alimentadas por los contribuyentes que les garantizan a estos mismos monopolios rentas colosales.
La financiarización contemporánea, la segunda arma de la estrategia capitalista, absorbe una renta colosal respecto del conjunto de las actividades. Esta sangría rentista se ejerce de forma privilegiada por medio de la deuda. Los monopolios no tienen ningún interés en reducir la deuda pública, ya que constituyen valores disponibles de fácil apropiación por parte de los mecanismos financieros. El Estado juega un papel decisivo en la transformación de los salarios y los ingresos en flujos de rentas. El gasto social, las jubilaciones y los salarios están ahora indexados en relación con el equilibrio financiero, es decir, al nivel de renta deseado por los monopolios. Para garantizar esta renta, los salarios, los gastos y las jubilaciones se ajustan siempre a la baja.
El capitalismo contemporáneo es un capitalismo oligárquico y rentista que no tiene nada de liberal.
A través de las finanzas, los monopolios no solo controlan la economía de los países capitalistas desarrollados, sino también la de los países del tercer mundo: las políticas de financiarización y endeudamiento fueron introducidas primero en África y en América del Sur en los años 80. Solo China, que participa del comercio y la producción mundial, persiste en su negativa de integrarse al mercado financiero. Los bancos, la moneda, las finanzas y las bolsas de valores permanecen bajo el control del Estado chino. El problema de los monopolios no es la competencia comercial e industrial de China, sino el hecho de no poder controlar, perforar y, si es necesario, destruir la economía y las instituciones de este país como fue el caso de otros países asiáticos a finales del siglo XX. Este fantástico medio de destrucción masiva, apropiación, expropiación, despojo y guerra social que representan las finanzas se detiene en las fronteras de China. Para la máquina capitalista resulta insoportable. Ante esta negativa a someterse al poder financiero de los monopolios, China fue convertida por el gobierno de Trump en un enemigo estratégico de Estados Unidos.
La acción de las finanzas no es parasitaria, del mismo modo que el capital financiero no es un “capital ficticio” (Marx). Juntos constituyen el pivote político del funcionamiento de la máquina capital/Estado en la época de su nueva concentración, la globalización.
4.3. El control de la técnica y de los recursos naturales
Los países subcontratistas están sujetos no solo a las finanzas, sino también al monopolio técnico y científico y el acceso a los recursos naturales. La fuerza de la máquina capitalista se basa en el control de la ciencia y la tecnología.
La tecnología y la ciencia, cualquiera que sea su poder, funcionan dentro de los límites impuestos por la máquina capital/Estado. Mientras todas las miradas están puestas en las empresas privadas (Google, Amazon, Facebook, el polo Silicon Valley, etc.) cuya capacidad de innovación es objeto de alabanza, el Pentágono y el Estado estadounidense mantienen celosamente el control estratégico de un sector construido desde cero durante la Segunda Guerra Mundial, que creció y se desarrolló a lo largo de la Guerra Fría y que, después de los años 70, fue delegado parcialmente a las empresas privadas. El Pentágono no solo es el principal empleador del mundo (tres millones de empleados), sino que continúa invirtiendo el doble que Google, Amazon, Facebook, Apple, etc., en investigación y desarrollo. El Estado y el ejército estadounidenses no solo han creado las condiciones para el desarrollo tecnológico, sino que siguen controlando y dirigiendo su evolución, porque la exportación de tecnología y las relaciones con otros países (China, Rusia, Irán, etc.) no están libradas a la iniciativa del mercado.
Para los monopolios y los Estados, el problema ecológico, el calentamiento global, Gaia o lo que sea, no constituyen un problema. El mundo solo existe en el corto plazo, el tiempo de retorno de la inversión del capital invertido. Cualquier otra concepción del tiempo les resulta completamente ajena.
Lo que les preocupa es más bien la desaparición paulatina de determinados recursos naturales. Su interés exclusivo es mantener el acceso a los recursos necesarios para el estilo de vida del Norte. George Bush había expresado muy claramente esta idea: “El estilo de vida estadounidense no se negocia”. En resumen: el mayor despilfarro de la historia, la sociedad de consumo estadounidense, debe ser realizado a costa de otros países, especialmente del Sur.
Los líderes de los monopolios saben que no hay recursos para todo el mundo y que el desequilibrio demográfico solo puede aumentar: actualmente el 15% de la población mundial vive en el Norte, el 85% en los países del Sur. Lejos de cualquier preocupación ecológica, dispuestos a talar hasta el último árbol de la Amazonía, saben que solo una militarización del planeta puede garantizarles el acceso exclusivo a los recursos naturales. El Norte necesita el 80% de los recursos disponibles del planeta para mantener su nivel de vida.
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