Alfonso Reyes - La experiencia literaria y otros ensayos

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La experiencia literaria y otros ensayos recoge lo más destacado de la prosa de este gran narrador, crítico y ensayista. La selección de textos se estructura en torno a tres ejes: su vinculación con la generación del 27 como crítico y escritor, su papel en la reelaboración de la realidad cultural iberoamericana y su exploración de la experiencia literaria.

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Y sin embargo, Reyes es escritor nato. En la misma entrevista citada de 1924, confesaba que «cuando llega el apremio de escribir, hay palpitaciones cardíacas semejantes al sobresalto amoroso, e iguales descargas de adrenalina en la entraña romántica». Su pulso es genuinamente creativo porque crea en el lector el efecto de ser parte atrapada en algo que le importará, o ha de importarle para su propia vida de persona adulta, de sujeto civil. Y esa es una tarea inagotable, como inagotable fue su ambición intelectual sin fronteras de tiempo ni de espacio: un humanista luminoso y capaz de poner en práctica los ensayos espléndidos de una nueva narrativa de vanguardia con una formación y gusto netamente clásicos, y capaz también en la madurez de meditar el fenómeno literario desde una percepción rasa y básica de sus mecanismos sin caer víctima de sí mismo, de sus gustos o prejuicios, con una ejemplar mirada abierta a lo imprevisto y lo nuevo . Esa actitud la delatan frases tan simples como su apreciación de que «algunos lectores no sienten la imagen, y otros se fascinan con ella hasta perder el sentido», como explica en uno de los artículos de La experiencia literaria. El fin es interiorizar y disfrutar la riqueza imprevista de registros y recursos que entrega la literatura leída como ella pide, y no como cada lector (más o menos averiado) exige. Ante pocos ensayistas sobre literatura se percibe tan nítidamente como en el caso de Reyes la gratitud por lo mucho que ha recibido y la generosidad con la que devuelve la experiencia de leer: un aristotélico inyectado de platónico, un clásico inyectado de romántico.

Uno de sus intérpretes, y en el mejor libro de conjunto sobre la obra de Reyes, Voces para un retrato, señala la progresiva neutralización del impulso romántico del joven que llega a España en 1914 y reanuda la actividad intelectual, periodística y crítica iniciada en México, con el fin último de hacerse escritor y, sobre todo, poeta. Reyes vive el tránsito desde la crítica impresionista y creadora hacia la crítica académica o «selecta», en palabra del propio Reyes. Eso significa que la misma crítica gana la categoría de creación propiamente dicha porque «poesía y crítica son dos órdenes de creación». Es la primera, ampliamente representada en esta antología, la crítica de un creador, de un escritor que no ha renunciado al desarrollo de la propia obra en múltiples formatos. En cambio el regreso de Reyes a México, la instalación institucional de sí mismo y de su propia biblioteca desde 1939 parecen trazar también el fin de la fe como escritor literario. Sus ensayos dejan de ser ya crítica creativa para ser pensamiento literario, acercamientos a la comprensión teórica y filosófica del fenómeno literario antes que ensayo literario. No es un salto abrupto, ni siquiera es un salto propiamente dicho: es un abandono progresivo de la pulsión del creador en favor del ejercicio del pensamiento; es una renuncia a la libertad del creador para escribir y pensar con y sobre libros ajenos. Fue el propio Reyes quien hubo de puntualizar repetidas veces qué había querido hacer con un libro tan valioso e insólito como El deslinde: «Tiene otro objeto y, en consecuencia, otro procedimiento: es un libro científico, de una ciencia que yo no he inventado […]. Esta vez me dirigía yo al especialista, al técnico de la filosofía literaria»36. Nace de sus clases en El Colegio Nacional y en el propio Colegio de México, y quiere ser una aproximación a una Ciencia de la Literatura. Lo admirable no es tanto la ambición sistematizadora como el análisis metódico de los fenómenos literarios en relación con las demás disciplinas del saber —desde la historia hasta la matemática para desembocar en las equivalencias de la literatura con la religión—, vistos después de una extensísima frecuentación de la tradición humanística de Occidente. La continuidad del saber en Reyes puede haber sepultado al Reyes creador desde entonces, y hasta algo de su biografía sentimental puede ayudar a entender ese tránsito de su imaginación literaria desde la ambición creadora a la teoría y el pensamiento hacia finales de los años treinta.

Buenos Aires fue un espacio social activo, pese al aburrimiento que confesaba, y allí padeció una crisis sentimental que arrastrará hasta Río de Janeiro, pero sobre todo que puso al escritor contra las cuerdas. Es una quiebra grave en su ánimo y pone en riesgo esa figura histórica, pública, a que aludía Pedro Salinas en una carta ya citada. Su nieta menciona el episodio como un elemento de perturbación superficial (un «amorcillo», dice expresivamente en Genio y figura), pero ese atasco sentimental pudo tener repercusiones hondas en el futuro literario de Reyes. Nunca se ha sentido tan solo como en Río de Janeiro, le escribe a Valery Larbaud en 1930, porque «en Buenos Aires me dejé fuertes amores (así: con todas sus letras). Estoy neurasténico y mutilado», aunque aliviará el sufrimiento la relación con una joven, en torno a la que gira explícitamente un texto tardíamente publicado en 1970 por FCE, Vida y ficción, y después incorporado al tomo XXIII de sus Obras completas37. Las confidencias que cede su diario de entonces tienen que ver con la vocación literaria, con su tiranía y con la tensión interior de un hombre en conflicto. Reyes sabe demasiado bien que la omisión del dolor vivido no es el mejor laboratorio de creación literaria, y quizá desde entonces sabe ya definitivamente que su obra literaria será la del ensayista, la del erudito ameno, la del crítico profesional, la del maestro y sabio, pero no la del narrador, o la del poeta.

La intimidad de Reyes, en medio de tantísimos miles de páginas de sus obras, está vedada, velada y deliberadamente amputada, incluso en el ámbito privado donde más acuciante podía ser su presencia. El diario del escritor es un «diario de fechas y datos», como dijo él mismo, y hasta él llega también la disciplina del pudor o del decoro. A principios de los años treinta y en una meditación insólitamente veraz, escribe:

«Muchas veces tuve el deseo de dar a este diario toda mi intimidad. Me ha detenido un respeto humano. Acaso lo mismo que quita valor a este diario lo resta a mi vida, a mis versos, a mis libros. Siempre tuve que ahogar mi fantasía. Sé que moriré con ella… por causa de un respeto humano. A veces me pregunto si no cometo un error con esto. Si yo pudiera manifestarme aquí con toda libertad y describir día a día mis experiencias, sabría más sobre mí mismo, y aun acaso hubiera podido sacar partido artístico de ciertos dolores destinados a morir inútilmente dentro de mí. Pero ese respeto…».

Las complicadas relaciones entre vida y literatura emergen más veces en su diario inédito, como ha examinado con mucho cuidado Víctor Díaz Arciniega, pero tienen también algo de anticipo de una derrota literaria asumida. Reyes parece claudicar o renunciar al sueño de una literatura propia. Borges había escrito de Reyes una insinuación muy sutil y honda, cuando advertía en Life, en 1968, que en una página cualquiera, «que parece fría, se nota de pronto que debajo hay algo muy sensible, que el autor siente, y quizá sufre, pero que no quiere mostrarlo»38. La revisión de sus diarios autoriza a Díaz Arciniega a una apreciación contundente, que concuerda con esta misma intuición de amigo que señala Borges, porque en 1935 es el propio Reyes quien alude al «fondo de irremediable melancolía que es mi vida, y que nadie conoce». La intimidad es estrictamente privada, y sobre ese fondo invisible crece una obra que adquiere la trascendencia de ser la más completa imagen de sí mismo, del único sí mismo que vale y acepta, que es el público. Su obra expresa la voluntad de ser ese sujeto íntimamente opaco, no de espaldas a México como le reprocharon absurdamente sino de espaldas a sí mismo: «Reyes sufre porque no expresa y expresa lo que no sufre»39. De ahí que ante algunos textos póstumos, como Análisis de una pasión, el lector se sienta inmerso en páginas de diario que han decidido por fin empeñarse en el análisis de sí mismo. En ese texto de ficción resuenan las líneas que acabo de citar del diario, cuando desestima la generalidad y apuesta por ir a la cuestión central: «Tengo que ser completamente sincero, si es que este diario ha de tener alguna utilidad para mí mismo, o los que lo lean a mi muerte» (OC, t. XXIII, pág. 53). Sin embargo, es difícil escapar a la sensación de que se trata de un extenso extracto de su diario real.

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