Alfonso Reyes - La experiencia literaria y otros ensayos
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La lección del optimista se mezcla con la lección del humanista frente al catastrofismo o la atonía, bajo el ejemplo y la invocación de Virgilio, pero también bajo su propia experiencia de observador y partícipe activo de otras culturas. Igual de grotesca es la españolada que el mexicanismo profesional, y de ahí que en septiembre de 1936 formule de manera concisa algunas de las condiciones de una maduración cultural de América Latina. La primera de todas, asumir que ha llegado tarde a la civilización occidental y que entre sus deberes está la aceleración del proceso de absorción: «América vive saltando, apresurando el paso y corriendo de una forma a otra, sin haber dado tiempo a que madure del todo la forma precedente». Ese avance a saltos se explica porque la tradición ha pesado menos que en Europa, «pero falta todavía saber si el ritmo europeo […] es el único “tempo” histórico posible; y nadie ha demostrado todavía que una cierta aceleración del proceso sea contra natura», como escribe en esas Notas sobre la inteligencia americana de 1936 que también encontrará el lector un poco más adelante. Y aunque un desalentado y acre José Bergamín, ya en México, crea que todo está por empezar —«si en Europa el hombre se deshumaniza, aquí no puede: porque no se ha humanizado todavía»—16, el propio Reyes fue una de esas partículas aceleradoras fundamentales y lo hizo con plena conciencia de rendimientos intelectuales al reunir desde entonces diversos ensayos admirables en torno a La experiencia literaria (Coordenadas) en 1942. Los que afectaban a la América de los últimos veinte años fueron a parar a Última Tule, del mismo 1942, y dejó para esta etapa un empeño mayor, la originalidad reflexiva e interpretativa de El deslinde (1944), subtitulado Prolegómenos a la teoría literaria porque había de ser el inicio de un vasto proyecto que no llegó a culminar.
La recepción o la percepción de Alfonso Reyes en España es muy distinta. Su relevancia en México sólo sería comparable a la de Ortega en España, y no digo Unamuno porque la vivencia de la guerra y el franquismo son decisivos en las semejanzas y disimilitudes. Alfonso Reyes es hoy, en la conciencia cultural española, responsable decisivo de la acogida que vivió desde 1939 el exilio gracias a El Colegio de México (y a pesar de que competía y en el fondo rivalizaba con el Centro Español que existía ya en la capital mexicana). Esa memoria ha sido activa y firme en nuestro imaginario, y se agranda a medida que conocemos más datos de sus múltiples operaciones, entre páginas de epistolarios que lo aluden constantemente con uno u otro pretexto. El exilio entendió muy bien la labor esencial de Reyes desde 1939: reencarnar en México lo que la guerra había devastado y reencarnar como fuera posible las actividades de una élite intelectual en tierra mexicana. Un Centro de Estudios Históricos mezclado con una École d’Hautes Études (como sugiere Marcel Bataillon) podía resucitar en México en forma de El Colegio de México17. Reyes cesa en su actividad diplomática en los momentos en que termina la guerra civil y es ya un hombre mayor y respetado: quizá entre las muchas interrupciones culturales que la guerra causó, una más es la disolución de Reyes como escritor en la cultura española contemporánea, como si no hubiese sido uno de los más activos colaboradores del Centro de Estudios Históricos, como si no hubiesen creído que era un español más embarcado en las labores del nacionalismo liberal de los años veinte, como si no hubiese sido su amistad con Azorín o Enrique Díez-Canedo, con Ramón Gómez de la Serna, con Max Aub, con Guillermo de Torre o con José Gaos un pedazo central de nuestra historia reciente.
Como tantos otros, tampoco Luis Cernuda pudo agradecer públicamente la ayuda financiera mensual que le facilitó El Colegio de México en los años cincuenta para redactar los Estudios sobre poesía española contemporánea o su otro gran conjunto de ensayos de entonces, Pensamiento poético en la lírica inglesa. Reyes desaconsejó la dedicatoria que Cernuda quería anteponer al libro porque era norma de la casa evitarlas18. Todavía no sucedía así en los primeros años, los más urgentes, del exilio protegido en México, y José Gaos es sin duda el más trascendental personaje de esta primera etapa: allí adquiere la conciencia de ser un trasterrado, mejor que un desterrado, y así lo explica tan tempranamente como en 1940, cuando ha decidido aceptar la oferta de Reyes de programar al menos un año (pero será un año renovado ya indefinidamente) de cursos filosóficos, y lo mismo sucede con Adolfo Salazar en el ámbito de la música. Sólo cuatro años después, cuando Gaos ha preparado ya una gran Antología del pensamiento de lengua española en la edad contemporánea (Séneca, 1945), redacta una dedicatoria tan contundente como expresiva sobre el valor civil y político de Reyes pero también sobre su obra: «A Alfonso Reyes, representante por excelencia de la nueva unidad histórica de España y la América Española, y en ella de una de las figuras humanas esenciales: la del humanista». Era Reyes el último autor seleccionado de la antología —el último de los españoles es Ortega, después de Menéndez Pelayo, Giner de los Ríos y Unamuno— y comparecía en ella con tres capítulos de El deslinde. Nada había semejante en las letras hispánicas, ni nadie pensaba así la literatura tampoco, y Gaos sabe que por primera vez en lengua española alguien abordaba una «filosofía de la literatura», como le escribe por carta en 1945 y suscribió también tras su muerte en otros trabajos19.
Lo significativo sin embargo es que Gaos cuenta con él como «la más alta manifestación personal y viva de la misma [unidad]»: en esas cursivas que pone el propio Gaos van muchas cosas implícitas, pero la más importante de todas afecta a Ortega y Gasset y a un amargo enredo que involucró al exilio español y a Reyes, de un lado, y a Ortega y al franquismo del otro. Esas cursivas señalan que quien ha mantenido la lealtad a un ideal de vida noble, de estirpe liberal y libre de toxinas viciosas, ha sido Reyes con su apoyo a los exiliados. Y a pesar de que Ortega siga siendo Ortega, su regreso a Europa en 1942 ha causado una decepción demasiado honda como para que la estimación del exilio no se desplace, al menos en el caso de Gaos y de Guillermo de Torre, de José Bergamín y de quienes fundan los Cuadernos Americanos en 1942, desde Ortega hacia Reyes por su ejemplaridad, su generosidad y su lucidez: «Un Maestro que me ha concedido su amistad íntima», escribe Gaos, «el espectáculo de grandeza que ello representa en una de las dimensiones humanas esenciales, la intelectual, ha sido uno de los órganos regulativos de mi vida —permítame usted que le llame así: porque en España lo fue don José Ortega y Gasset, en América ha venido siéndolo usted»20.
No será Gaos menos expresivo en 1947, en otra carta pública conmovedora: a México ha llegado la noticia de una entrevista a pie de obra que Armando Chávez Camacho ha hecho a Ortega, que está en San Sebastián en 1947. Allí Ortega ha hablado de «la porción de tonterías» que ha hecho Reyes y eso ha salido en El Universal del 15 de septiembre. Una semana después, Gaos puntualiza con amargura profunda que el afecto que ha tenido siempre por Ortega no ha de hacer dudar a Reyes sobre su posición actual: «Qué hondo y sincero pesar encontrarnos empujados hacia la pérdida de un respeto que creíamos necesario», después de haber tenido que defender tantas veces «el silencio de Ortega en años anteriores, aduciendo razones que nos parecían las suyas mismas: que cuando los hombres están lo bastante locos para no querer oír, el intelectual no tiene nada que hacer, porque su hacer es decir»21. La carta de Reyes a Ortega, dos días después de hacerse públicas sus declaraciones, ha sido en parte reproducida y contiene alguna línea profundamente amarga para justificar que «mi único delito consiste en haber procurado un techo para aquellos compañeros que usted mismo educó y embarcó en la aventura, pues sólo me he ocupado en los que pertenecían a nuestra familia». Y por familia hay que entender que no ha acogido bajo el paraguas del Colegio de México a los comunistas ni radicales de ningún signo, y es eso mismo lo que ha hecho de Reyes «víctima de los ataques de ambos extremos. Es nuestro destino común. Creí que usted, desde allá, lo percibía»22.
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