Alfonso Reyes - La experiencia literaria y otros ensayos

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La experiencia literaria y otros ensayos recoge lo más destacado de la prosa de este gran narrador, crítico y ensayista. La selección de textos se estructura en torno a tres ejes: su vinculación con la generación del 27 como crítico y escritor, su papel en la reelaboración de la realidad cultural iberoamericana y su exploración de la experiencia literaria.

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A España ya no va a volver más. Su profesión de diplomático es una rueda de destinos como embajador desde 1927, en que reside en Buenos Aires y allí entra en contacto con los jóvenes nuevos, los que están haciendo Sur desde 1931, mientras en Madrid nace la Segunda República o en Barcelona el futuro fundador de Editorial Sudamericana, Antoni López-Llausas, crea la editorial y librería Catalonia… Pero es noticia de nuevo demasiado breve porque la etapa entre 1924 y 1927 es densa en encuentros, reencuentros y felices nuevas amistades en Francia, extensamente contadas en el libro de Paulette Patout Alfonso Reyes et la France. La primera de todas, la de Valery Larbaud, pero no sólo Larbaud: también relató esta etapa en numerosos artículos y hasta cedió algún episodio menor, como la emoción de vivir en la misma finca en que murió Proust, en la rue Hamelin, y compartir los recuerdos de los vecinos… Como en el caso de España, tampoco son vivencias de tránsito porque se quedan en la biografía intelectual de un viejísimo devoto de Mallarmé (sería en 1923 el impulsor de los famosos cinco minutos de silencio que recoge la Revista de Occidente), al que no olvida y a quien no deja de leer y comentar en los años posteriores, como sucede con Góngora o con Goethe. Fue también ese ámbito revisitado tras los meses en París de 1913 el que propició un impulso creador y valiente, innovador y atrevido que puede verse en la semblanza de la ciudad que tituló «París cubista», o sus reflexiones sobre Montaigne o sobre el mismo Proust, su amistad con Fouché-Delbosch, con Marcel Bataillon o con Jean Cassou. Por algo se burló de sí mismo, un poco harto de la vida social, cuando se llamó «cupletista a la moda»11 mientras residía en París.

DE REGRESO A AMÉRICA

Pero el quiebro central de su biografía es el regreso a América desde Europa y su residencia prolongada casi una década más en dos nuevas capitales como embajador. Llega a Buenos Aires para vivir entre 1927 y 1929 encantado de lo que él mismo llamó, en su «Saludo a los amigos de Buenos Aires» de la revista Nosotros, «la gitanería dorada de la diplomacia». Entra en contacto con los jóvenes escritores, con Jorge Luis Borges, Victoria Ocampo o Eduardo Mallea, pero en privado se siente también desplazado y demasiado solo «en la margen del Plata (¡cosa monótona y triste si las hay!)». A pesar de haber fundado la colección Cuadernos del Plata con obras nada menos que de Jorge Luis Borges, Ricardo Güiraldes o Ricardo Molinari, le pide a Larbaud en marzo de 1929 que «no me olviden mis amigos de París, porque me muero de frío. Aquí todo es pálido y liso. Mi tierra vale mucho más que esto en todos los sentidos. Pero yo prefiero a todo vivir en Francia, y sueño con irme allá definitivamente algún día»12, aunque sueñe un año y pico después con regresar a Madrid, porque París y Madrid son dos nombres casi intercambiables para un único sueño, Europa. Sin embargo, desde 1930 está en Río de Janeiro y todavía tuvo que volver a Buenos Aires, entre 1936 y 1937, que es cuando deja de confeccionar una especie de revista unipersonal iniciada en Río, «órgano de relación con el mundo literario» o «carta circular a los amigos» que llamó Monterrey. Es un correo literario del que aparecieron trece números entre 1930 y 1936, que sirvieron para hacerlo presente en México y en toda América a través de artículos y notas que mandaba expresamente a sus amigos y rebajaban la asfixia formal de sus labores diplomáticas13.

Pero la vuelta a México en 1939 es complicada, primero porque llega después de veinte años de ejercicio diplomático, segundo porque regresa con la autoridad de un hombre prolífico, crecido y acogido en las élites de la vida política y la vida literaria, y tercero porque nunca ha dejado de estar allí, y eso mismo es casi lo peor… Ese año está atravesado de amarguras, y alguna página de sus diarios de 1939, entresacada por Alicia Reyes y otros estudiosos, traslada un Reyes desnudo e insospechado fuera de la veladura simbólica de los versos. Algún artículo publicado, como «Pro domo sua», de 1952, no puede ser más claro al atrapar la sensación del propio Reyes cuando conoce al otro Reyes que han construido en México algunos, «un yo que yo apenas conocía, un tipo engreído, inaccesible, criado en aire de invernadero, y que apenas resistía la democrática experiencia de cruzar la calle». Hacia 1938, en sus cartas a José María Chacón, está desesperanzado, pese a su proximidad cordial al presidente Lázaro Cárdenas, y lo último que desea es «volver otra vez a reimpregnarme en un medio que, después de todo, ya se consideraba asimilado y superado»14. Durante ese año 1939 rescata los libros que hasta entonces custodió su suegra y construye la «biblioteca con anexos» que habitará hasta su muerte y pronto se llamará por ironía de Enrique Díez-Canedo capilla Alfonsina . En adelante, e invenciblemente, no faltará ya la miopía que «lo acuse de dar la espalda a México» por haber dedicado su tiempo a griegos y franceses, a españoles y alemanes, o por haber emprendido la traducción de la Ilíada… La frase entrecomillada la escribe Octavio Paz tan tarde como en 1949, porque sabe demasiado bien que ese había sido un recelo o un resentimiento que seguirá vivo todavía, cuando es ya un autor mexicano dentro de México.

Si tiene razón, como suele, George Steiner y Reyes pertenece a la familia «de diplomáticos poetas y peregrinos letrados», el hecho le pasó factura. Tanto Reyes como los fundadores de Contemporáneos (Villaurrutia, Jorge Cuesta, Gorostiza, Torres Bodet) conocieron el recelo o la desconfianza de sus sociedades literarias, y en 1932 Reyes mismo viviría el episodio más agudo de esta incomprensión. Aprovechó un ataque periodístico de escasa entidad para redactar una suerte de autodefensa razonada y emotiva de su función intelectual, mientras todavía permanecía en su destino diplomático de Río de Janeiro. Con el intencionado título de A vuelta de correo, y a vueltas con su propia biografía itinerante, es una de sus más explícitas apologías de la cultura humanística como instrumento de civilización para su país y América entera. Pero también era el preludio de las asperezas que iba a sentir desde 1939, y el lector encontrará el texto en la antología como muestra desarmante y directa de la dureza de la costra nacionalista —de México o de aquí, de cualquier sitio— y lo que el propio Paz identificará como el vicio de creer que «ser mexicano consiste en algo tan exclusivo que nos niega la posibilidad de ser hombres a secas»15.

Y sólo un año atrás, con escasa resonancia también, había aparecido en Río de Janeiro su Discurso por Virgilio, reproducido después en Monterrey (del que habla largamente en A vuelta de correo) y también en Contemporáneos en febrero de 1931. Todo él es otro alegato no tanto por la latinidad cuanto por una manera abierta y fecunda de entender los estudios humanísticos y la formación del ciudadano, ajena a las estrecheces patrióticas y los enredos domésticos: «¿Qué diría Platón del mexicano que anduviera inquiriendo una especie de bien moral sólo aplicable a México?». Toda su lección es de porosidad y es una lección pensada contra la proliferación de patriotismos viscerales, de allí sin duda, pero de la misma Europa también, «comida de su polilla histórica»: «Hace muchos siglos las civilizaciones no se producen, viven y mueren en aislamiento, sino que pasean por la tierra buscando el lugar más propicio, y se van enriqueciendo y transformando al paso, con los nuevos alimentos que absorben a lo largo de su decurso». Llevaba más de quince años fuera de México y todavía lo estaría algunos más: el futuro posible de América pasa por la capacidad de comprender, de seleccionar y atender, «de vivir alerta, de aprovechar y de guardar todas las conquistas».

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