—Vaya que es cierto —la señorita Tammy señala el sofá—. Siéntense.
Mamá y yo nos sentamos, y papá regresa y nos acompaña. La señorita Tammy se sienta en el sillón reclinable donde normalmente se sienta la señorita Rosalie. Me ofrece una sonrisa triste.
—Starr, ¿sabes?, en verdad que has crecido desde la última vez que te vi. Tú y Khalil, los dos, crecieron tan…
Se le quiebra la voz. Mamá extiende la mano y le acaricia la rodilla. Le toma un segundo a la señorita Tammy, pero respira profundamente y me vuelve a sonreír.
—Me da gusto verte, nena.
—Sabemos que la señorita Rosalie nos va a decir que está perfectamente bien, Tam —dice papá—, ¿pero cómo se encuentra realmente?
—Estamos avanzando día a día. Por suerte la quimioterapia está funcionando. Espero poder convencerla de que se vaya a vivir conmigo. Así puedo asegurarme de que consiga sus recetas médicas —suspira por la nariz—. No tenía la menor idea de que mamá tuviera las dificultades que tiene. Ni siquiera sabía que había perdido su trabajo. Ya saben cómo es. Nunca quiere pedir ayuda.
—¿Y qué hay de la señorita Brenda? —pregunto. Lo tengo que hacer. Khalil lo habría hecho.
—No lo sé, Starr. Bren… es complicado. No la hemos visto desde que nos dieron la noticia. No sabemos dónde está. Pero si la encontramos… no sé qué haremos.
—Les puedo ayudar a encontrar una clínica de rehabilitación cerca de ustedes para ella —dice mamá—. Pero tiene que querer dejar las drogas.
La señorita Tammy asiente.
—Y ése es el problema. Pero creo… creo que esto la llevará a buscar ayuda finalmente, o la empujara al abismo. Espero que sea lo primero.
Cameron toma la mano de su abuela mientras la lleva a la sala como si fuera la reina del mundo vestida en bata. Parece más delgada, pero fuerte para ser alguien que está pasando por quimioterapia y todo esto. La mascada que envuelve su cabeza aumenta su majestuosidad: una reina africana, y todos nos sentimos bendecidos por estar ante su presencia.
Los demás nos paramos.
Mamá abraza a Cameron y le besa una de sus mejillas regordetas. Khalil lo llamaba Ardilla por sus mejillas, pero le ponía un alto a cualquiera que estuviera lo suficientemente loco como para decir que su hermanito estaba gordo.
Papá choca palmas con él, y terminan en un abrazo.
—¿Qué hay, hombre? ¿Estás bien?
—Sí, señor.
Una sonrisa grande y amplia se esboza en el rostro de la señorita Rosalie. Extiende los brazos, y doy un paso para adentrarme en el abrazo más emotivo que haya recibido jamás de alguien que no sea mi pariente. Además, no hay lástima. Sólo amor y fuerza. Supongo que sabe que necesito un poco de ambas cosas.
—Mi nena —dice. Se mueve hacia atrás y me mira, las lágrimas se desbordan por sus ojos—. Se marchó y se hizo grande.
También abraza a mis padres. La señorita Tammy la deja sentarse en el sillón. La señorita Rosalie palmea en el borde del sofá más cercano a ella, así que me siento ahí. Me sostiene la mano y frota su pulgar por encima.
—Mmmm —dice—. ¡Mmm!
Es como si mi mano le estuviera contando una historia y ella respondiera. La escucha durante un tiempo y luego dice:
—Me da tanto gusto que vinieras. Quería hablar contigo.
—Sí, señora —digo lo que se supone que debo.
—Tú fuiste la mejor amiga que ese niño tuvo jamás.
Esta vez no puedo decir lo que se supone que debo.
—Señorita Rosalie, no estábamos tan unidos como…
—No me importa, nena —dice—. Khalil nunca tuvo otra amiga como tú. Eso es un hecho, lo sé.
Trago saliva.
—Sí, señora.
—La policía me dijo que tú eres la que estaba con él cuando pasó.
Lo sabe.
—Sí, señora.
Estoy en pie sobre unos rieles y observo el tren que avanza a toda prisa hacia mí, me tenso y espero el impacto, el momento en que ella pregunte qué ocurrió.
Pero el tren se desvía hacia otra vía.
—Maverick, él quería hablar contigo. Quería que lo ayudaras.
Papá se endereza.
—¿En serio?
—Así es. Estaba vendiendo esa porquería.
Siento que algo me abandona. Quiero decir, me lo imaginaba, pero saber que es verdad…
Duele.
Juro que quiero maldecir a Khalil. ¿Cómo podía vender la misma porquería que le arrebató a su mamá? ¿Se daba cuenta de que estaba quitándole a su mamá a otro como él?
¿Se daba cuenta de que se si se volvía un hashtag , algunas personas lo verían tan sólo como un vendedor de drogas?
Él era mucho más que eso.
—Pero quería dejarlo —dice la señorita Rosalie—. Me dijo: Abuela, no puedo quedarme en esto. El señor Maverick dice que esto sólo conduce a dos cosas, a la tumba o a la cárcel, y no quiero ninguna de las dos . Te respetaba, Maverick. Mucho. Fuiste el padre que nunca tuvo.
No lo puedo explicar, pero algo abandona a papá también. Se le nublan los ojos y asiente. Mamá le acaricia la espalda.
—Traté de hacerlo entrar en razón —dice la señorita Rosalie—, pero este barrio hace que los jóvenes se vuelvan sordos a lo que les dicen sus mayores. La parte del dinero no ayudó. Iba por allí, pagando cuentas, comprando Jordan y otras porquerías. Pero sé que recordaba las cosas que le contaste en el trascurrir de los años, Maverick, y eso me dio mucha fe.
”Sigo pensando que, si tan sólo dispusiera de otro día o… —la señorita Rosalie se cubre los labios temblorosos. La señorita Tammy se mueve hacia ella, pero ésta le dice—: Estoy bien, Tam —me mira—. Me da gusto que no estuviera solo, pero me da todavía más gusto saber que fuiste tú la que estuvo con él. Es lo único que necesito saber. No necesito detalles ni nada más. Me basta con saber que estuviste con él.
Como papá, lo único que puedo hacer es asentir.
Pero mientras tomo la mano de la abuela de Khalil, veo la angustia en sus ojos. El hermanito de Khalil ya no puede sonreír. ¿Y qué si la gente termina por pensar que era un maleante y nunca le importa lo que fue de él? A nosotros nos importa.
Khalil nos importa, y no las cosas que hizo. Hay que olvidarse de todo los demás.
Mamá se estira frente a mí y coloca un sobre en el regazo de la señorita Rosalie.
—Queríamos darle esto.
La señorita Rosalie lo abre, y alcanzo a ver un gran fajo de dinero dentro.
—¿Pero qué…? Saben que no puedo aceptar esto.
—Claro que puede —dice papá—. No se nos ha olvidado cómo cuidó a Starr y a Sekani. No íbamos a dejarla con las manos vacías.
—Y sabemos que están tratando de pagar el funeral —dice mamá—. Esperemos que eso ayude. Además, estamos recaudando fondos en el barrio también. Así que no se preocupe por nada.
La señorita Rosalie se enjuga una nueva oleada de lágrimas.
—Les devolveré cada centavo.
—¿Dijimos que tenía que hacerlo? —pregunta papá—. Concéntrese en mejorarse, ¿de acuerdo? Y si se le ocurre darnos dinero, se lo devolveremos de inmediato, lo juro por Dios.
Hay muchas más lágrimas y abrazos. La señorita Rosalie me da un raspado para el camino, con un brillante jarabe rojo encima. Siempre los prepara extradulces.
Mientras nos vamos, recuerdo cómo Khalil solía ir corriendo hasta el coche cuando yo estaba por irme. El sol brillaba en las aceitosas rayas que separaban sus trenzas africanas y el brillo en sus ojos era igual de luminoso. Él tocaba la ventanilla, yo la bajaba, y me decía con una sonrisa chimuela: Hola, hola, caracola .
En ese entonces yo soltaba risitas detrás de mi propia boca chimuela. Ahora se me salen las lágrimas. Decir adiós duele más cuando la otra persona ya se fue. Lo imagino parado junto a mi ventanilla, y sonrío por él: Adiós, corazón de arroz.
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